¡Los brutos tenemos el derecho! Yo también voy a contar mi historia

Voy a contar mi historia, que no es mía solamente y como se dice en la canción de "Juan Charrasqueado", es "una historia muy mentada", pues es la de muchos. Utilizo la primera persona porque los brutos así somos. Primero yo y después quienes salgan o el burro por delante. Eso significa que si digo yo, no solamente digo yo, aunque así parezca, sino digo somos. Porque esa es otra vaina de los brutos, nos dicen una vaina y entendemos otra. La palabra bruto se asocia a la de burro, pese hay burros famosos y hasta santificados, como los de Sileno, Cristo y hasta "Platero", el de Juan Ramón Jiménez.

La importancia de esta historia mía está justamente en ser de muchos, no de uno sólo. Los brutos y hasta fantoches, somos demasiados. Hasta en eso Dios fue equilibrado al crear al hombre; si nos hubiese hecho inteligentes, brillantes a todos ¿quién se ocuparía de sembrar y darle de comer a los animales? ¿Quién pondría la cagada? ¿Quiénes harían el papel de arrogantes, idiotas y adulantes? Siempre digo que hay que mantener el equilibrio, un poquito de todo.

Creo, tengo derecho, sé bien que a nadie le interesa, pero a mí sí. Aunque mi ego no es tan grande como el de aquellos a quienes ya no les cabe en el cuerpo; ni siquiera en las páginas de Aporrea. Además, es elemental que de repente en este mundo, al escribir sobre mí y mis miserias, alguien se interese, hasta por eso de las bajas pasiones y encuentre un mecenas, pendejo como yo, que me tienda la mano. Nunca he viajado al norte y menos al sur; digo así porque los vivos, esos de ego potencialmente grande que suele desinflárseles cuando la más fina espina les penetra o perfora el balón, prefieren el norte; es allá, sólo allá, donde el ego encuentra la manguerita, esas de las bombas de gasolina, para inflar el ego; con aire, no con gasolina. Siempre se ha dicho que el ego, un pasaje de avión, unos gastos pagados, un buen remanente y un pasaporte forman parte de las deliciosas aspiraciones de los "vivos" o inteligentes no importa la reversa.

Aprendí a puro caletre. No sé un carajo. Sólo sé repetir y eso cuando, haciendo un ejercicio, hallo la palabra inicial con la marca de tinta que le puse y hallándola me arranco a hablar sin saber lo que digo. Es decir, reviso en mi memoria que tampoco es muy rica y de repente, recuerdo aquello escrito en tinta verde en mi cuaderno y me arranco a hablar como si fuese una corneta a la guacamaya del Dr. Urbino, personaje de "El amor en los tiempos del cólera" de García Márquez, que cantaba arias de óperas con voz de mujer, como las sopranos y de hombres como si fuese barítono.

Dicen no sé, pues un carajo sé, que los loros no saben lo que dicen, sólo repiten. Apenas soy maestro de escuela, esa de párvulos, para la que no se necesitan muchos títulos universitarios, pergaminos, ropa refinada, perfume y hasta corbata. Es una escuela donde se tiene cosas que nada cuestan y se aprenden y adhieren a uno cuando más pobre se es, como amor por la gente y particularmente por los niños, ser como ellos para llegarles y hasta trabajar para que su aprendizaje a uno alcance. Y hacerle honor a la verdad. ¿Qué inteligente hace eso pudiendo hacer cosas más valiosas? Pues enseñarles mentiras o impedir que ellos elaboren sus verdades es más ventajoso para los fines del maestro inteligente y pegado a una teta. Y justamente de estos, les gusta mucho a los colegios privados. Los brutos esos que, por serlo ponen muchas cosas en duda, reconocen que nada saben ante lo tanto por saber , pero eso sí, son fisgones y miran donde deben y ponen de bulto lo que deben ocultar, no son como los maestros de los colegios privados y menos de los mayor alcurnia, pero de cartera y cuentas bancarias.

Soy un bruto contumaz. Rara vez entiendo lo que dicen los doctores, sabios, teóricos y abogados constitucionalistas para ajustarse a lo que quiere otro, generalmente poderoso, que ellos digan. Tan cerrado y oscuro soy, que generalmente le llevo la contraria a quienes tienen todo, hasta el arroz, las caraotas, el papelón y el café. Le pongo demasiado interés a la realidad que lo que han escrito doctores y teóricos. Y procedo así porque la realidad es como cristalina y hasta fácil de aprehender, mientras que sabios y teóricos, pese sepan mucho, escriben tan enredado que el bruto no les entiende.

Y suelo ponerme del lado de quienes nada tienen. Además de bruto o quizás por eso mismo, vivo al revés y como equivocado. Normalmente la gente busca, como dice aquel viejo y nada pedestre refrán, "lo mío es que me pongan donde hay"; yo en cambio a eso le huyo y siempre estoy del lado de quienes nada tienen y en donde nada hay.

Mi padre, porque lo tuve, fue tan bruto como yo o para mejor decirlo, soy la copia al carbón de él. Tuvo por años un cargo tan importante que cualquiera hubiese salido de allí como los amigos de Rafael Ramírez y unos cuantos que, "por ahora", permanecen al amparo del poder o hasta que Tarek halle el momento de sacarlos al aire. Pero él, mi padre, de aquel cargo salió tal cual cómo su madre le trajo al mundo y por eso, al morir, siendo yo muy niño, sólo me dejó lo bruto y un hambre larga y aguijoneante. Por bruto, en vez de acumular dinero, bolívares, que entonces eran muy caros, dólares y hasta tierras, sólo se empeñó en sumar poemas que para más vainas se perdieron, escritos en los papeles de envolver los bodegueros que dejó tirados por allí. Los poemas son para leerlos y a los lectores pertenecen decía aquel bruto.

Por eso, por su culpa, soy bruto. Tanto que me hastié de escuchar en la UCV sabios hablar incansablemente y en vez de prestarles atención, como el hablar dos horas sin parar, me quedaba unas veces dormido y las más pensando en suculentas comidas. Porque llegué a estudiar a Caracas para ser "doctor", eso era lo que a uno recomendaba todo el mundo y fui casi en cueros, porque mi ropa no era propiamente una para entrar a la UCV y un hambre enorme y persistente que me asumió como compañera de viaje. Nunca olvidaré a un conocido antropólogo - aunque de estos hubo abogados, sociólogos, economistas – siempre parado en una esquina hablando por horas, de vez en cuando, como quien cumple un ritual, escribía una lánguida palabra en el pizarrón y, cuando callaba y salía por la puerta donde entró, uno adentro se quedaba tal cual como antes que él entrara y acompañado por aquella palabra que incitaba al hambre y la tristeza. Bastaba ir a la biblioteca una hora, sin mayor costo para el Estado y uno aprendía lo que aquél ¿educador? pretendía enseñarnos y con el estómago distraído y las tripas tranquilas, como domadas.

Por bruto, años más tarde, cuando me hice docente, supe porque aquellos señores me dormían y hasta despertaban mi hambre mansa, sometida, consolada y nada me enseñaban, ni siquiera la razón de ella y menos qué hacer para matarla en el infinito o borrarla del espacio sideral. No eran educadores, sino gente muy estudiada y, sobre todo habladores, que creían bien lo que hacían y en el cómo. Lo malo estaba que, la mayoría de nosotros éramos brutos y ellos por inteligentes, que lo eran tanto, eso nunca descubrieron. Justo porque, al bruto, cuesta entenderlo y hasta verle. ¿Quién se ocupa de un bruto diplomado?

Cuando me percaté que ser doctor en leyes, escuchando al Dr. Edgar Sanabria, decir que la única vez que acudió a un tribunal perdió el caso con un alumno suyo de los malos, porque mientras él alegaba derechos, jurisprudencia y principios insoslayables, su alumno malo le metía billetes al juez y otros funcionarios en el bolsillo sin mucha discreción, juzgué mal por bruto y como tal, me vi como "Mujiquita", sirviéndole a un jefe civil, que los hay de distintos niveles, de Ño Pernalete para arriba, justificando sus actos y discursos.

Para tener buenos cargos, hasta el Clap repetido y garantía de la papa completa, rendimiento del ingreso y hasta que este sea como un río que crece con las lluvias, hay que ser inteligente. Serlo para no llevarle la contraria al jefe, a quien manda. A menos haya otro jefe dispuesto a aceptarlo a uno. Porque ser leal a cualquiera de ellos que a uno garantice vivir como en la isla de Jauja, ser invitado aunque sea como de segunda pero serlo, a cuanto evento organicen por aquí o por allá y hasta lo manden en delegaciones a explicar y justificar lo que nadie ni uno mismo entiende y hasta está en desacuerdo, es muestra de inteligencia. ¡Esa no es una vaina para bruto!

Las pocas veces que Betancourt tuvo razón, según mi perspectiva y sueños, lo que significa que para otros pudo ser lo contrario, es aquello de "lo que más le gusta a un intelectual, por lo menos a la mayoría, es un pasaporte, un pasaje de avión, un paquete de billetes y un nombramiento en una embajada". Hago mención a esto porque lo de "intelectual" suele sugerir inteligente y nada bruto.

Los lectores me perdonan si parezco un "míster" que confunde la página con una pasarela. Pero hay gestos, actitudes y tantas manitas de colores desfilando que a uno confunden.

¿Quién lo va a invitar a uno para que asuma un programa de televisión o radio, vaya al extranjero a hablar sobre lo que aquí sucede, sabiendo que por bruto, uno dirá lo que se le ocurra, desconociendo el compromiso que contrae con el o los Mecenas?

¿Quién va a querer, aceptar o no calificar como bruto, no el Bruto aquel que participó en la muerte de Julio César, el romano, a un tipo que, pese diga ser de izquierda, suele desmitificar a muchos personajes tenidos por muchos de ese universo como héroes y hasta dioses?

Ni que ellos, los Mecenas, sean brutos.

Nadie ha hablado de mí, ni me han calificado; si lo han hecho no me he percatado porque nada entiendo y además carezco de importancia.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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