Independencia cultural y nueva convivencia: propuestas para un futuro necesario

La experiencia americana

Los grandes logros humanos en el terreno espiritual, ético o estético, no están allí solo para ser definidos o explicados, sino esencialmente para ser compartidos o experimentados. La experiencia de la belleza, los mitos, de la aventura literaria o el arte no exigen sólo una revisión de orden sociológico o ideológico, sino sobre todo una reflexión epistemológica que sitúe sus logros culturales en un plano de alcance universal. Cada vez más, la cultura americana, en sus distintas fases y peculiaridades temporales o espaciales, nos obliga a una reflexión más amplia acerca de sus alcances desde las culturas llamadas precolombinas --que yo prefiero llamar raigales-- basadas en los mitos y símbolos, hasta expresiones tradicionales y folclóricas de sus pueblos en cada país americano, donde han experimentado guerras, invasiones, injerencias y saqueos de sus patrimonios. Pudiéramos decir que, desde hace quinientos años, nuestras naciones indígenas han resistido embates de hordas conquistadoras de España, Inglaterra, Francia, Portugal, Alemania y muchos otros países, los cuales erosionaron culturas de nuestros países, apoyados en sus propios símbolos, costumbres y religiones para sojuzgar. Tal circunstancia ha sido observada, una y otra vez, por la historiografía y la historia en cada continente. Las ideas generadas en América se han mezclado, y eso es bueno para el diálogo. También se han mezclado con las de países europeos del norte y centro América, Asia y África. En este intercambio, las ideas surgidas en América han constituido una auténtica vanguardia, pero estas no se han producido en estado puro, sino con la conciencia y en articulación con ideas de Europa, sobre todo de sus escritores, filósofos, antropólogos, historiadores, artistas y psicólogos, más que surgidas de castas políticas encargadas de asumir el poder mediante la violencia en estos pueblos.

Nuevas perspectivas

A continuación, expondré algunas ideas desde una perspectiva de convivencia, lejos de los esquemas maniqueístas (izquierda-derecha;/capitalismo/cominunismo/burguesía/proletariadoconservadurismo/revolución;progresoatraso;etc).y un sin fin más de fórmulas duales que a menudo rigen la vida política de tantos pueblos mediante parlamentos, gobernaciones, alcaldías, ayuntamientos y otros esquemas de gobernanza ya gastados. Para lograr una nueva coexistencia tendremos que desasirnos de esquemas coloniales, imperiales, religiosos o políticos que no han hecho sino revelar la incapacidad para convivir, pues son incapaces de comprender los nuevos tiempos.

Culturas diversas

Cada pueblo, de acuerdo a sus peculiares tradiciones, costumbres y mitos va creando su propia cultura, y esa cultura a la larga va a configurar sus creencias, percepciones o visiones, las cuales le permitirán sobrevivir a la intemperie; es decir a existir, sentir y pensar, lo cual a su vez le va a permitir desarrollar su vida material o interior en toda su complejidad. Cada cultura está condicionada esencialmente por dos factores: el espacio físico circundante (clima flora, fauna, recursos vitales: agua, aire, tierra y frutos derivados de ella, que el ser humano debe sembrar y cultivar con respeto), las fuentes energéticas provenientes de esos elementos, y el comportamiento de la naturaleza en cada clima; primero para sobrevivir, luego convivir, tener prole y cultivar los nobles afectos. Para ello debe desarrollar unas herramientas, una tecnología e instrumentos que le permitan avanzar, desplazarse, viajar y establecerse.

Luego vendrán sentimientos más elaborados: cooperación, afecto, cariño, solidaridad, amistad; y también aquellos definidos por lo destructivo: celos, posesión, violencia, delimitación de territorio. Todos estos impulsos, sensaciones y sentimientos van construyendo poco a poco creencias, dioses y nociones dispersas que van surgiendo de su inconsciente: intuiciones, visiones, sueños y percepciones de la realidad; éstas tienden a conformarse en su mente como pensamientos, y a estos pensamientos imprimirles características de "verdades" comprobables a través de experiencias. La comprobación de ciertos ritos y símbolos, animales y fenómenos naturales gravitaran sobre sus respectivas percepciones, sentidos y sentimientos, dudas, certezas, enigmas, constataciones; todas irán enriqueciéndose con la práctica, el ensayo y el error, elementos a través de los cuales se irá construyendo determinada cultura, enriquecida con las representaciones de aquellas fuerzas mediante dibujos, estatuillas, esculturas, tallas, idolillos, técnicas o herramientas para construir viviendas, sistemas de riego, siembra o cría de animales, además de utensilios y armas para defenderse tanto de las fuerzas naturales como de animales feroces, alimañas, tormentas, lluvias, inundaciones, desastres naturales. En las sociedades tribales, ello se iría conformando de tal o cual modo en todas y cada una de las regiones, y ello fue conformando la cultura material y espiritual de cada sociedad y sus dioses, su arte. Estos conformaron su visión de la cultura.

Los dioses, formas de la cultura

Los dioses surgen de la cultura y no al revés, son productos de ella; no nacen por si mismos, sino que el ser humano, al no poder entender sus propios misterios; los eleva por encima de si para poder otorgar sentidos a su vida, como individuo o como colectivo. Surge entonces fenómenos como la fe, el trabajo, el avance. La especie cree que debe avanzar, construir viviendas, vivir en grupos, en familia, fundar colectivos. El hombre trabaja, pero también ríe, disfruta, prueba los frutos de la tierra y sabe del placer del cuerpo y despierta con sus sabores, sus olores, tactos, sonidos, todo ello conforma la conciencia integrada a la Gran Natura, con animales, plantas y sus semejantes

El comportamiento humano frente a un espacio (su medio, su paisaje) y frente al tiempo (la historia la cultura) y frente a su azar (lo desconocido, lo invisible) describe a una determinada cultura con sus peculiaridades, se mira en el espejo de otros pueblos: ni inferiores ni superiores a ella; responde a su propio desarrollo humano-social, no es superior a aquella sino distinta, plural, diversa. Si no se entiende esto, no se comprende tampoco el sentido de ninguna cultura y su peculiaridad, y tampoco podrá entenderse la convivencia con la diferencia, puesto que ninguna cultura puede imponerse ni supeditarse a otra por la fuerza, so pena de convertirse en una cultura invasiva y violenta y, por tanto, portadora de antivalores, razón por lo cual ya no sería cultura pues perdería su carácter regenerador.

La absurda idea de imperio

La idea de imperio es, ciertamente, una idea invasiva. Un imperio se impone sobre otras civilidades; impone dioses, valores, símbolos, modos de ser y de pensar; no dialoga con la cultura invadida, sino que destruye, arrasa, se burla, esclaviza, se piensa superior, su tecnología opera como herramienta de imposición. El imperio romano, el chino, el inglés, el otomano, el inglés, el norteamericano y el francés, reyes y emperadores impusieron sus maneras, sus gustos, costumbres, sus comportamientos como universales y eternos. Compitieron entre si, a causa de una supuesta magnanimidad sus reyes, príncipes, embajadores y viajeros surcaron mares y territorios con el objeto de invadir otros pueblos e imponerles sus valores y sus dioses. Duraron siglos en ello; crearon mecanismos diplomáticos para comerciar productos y bienes a objeto de enriquecer su capacidad bélica y su poderío militar, y con ello intentaron internacionalizarse o universalizarse.

El dominio

Surgió entonces la idea de dominio, de surcar mares o tierras para imponerse y exterminar, someter a través de símbolos, dioses, libros, leyes, dictámenes. Surgieron navegantes, piratas, corsarios, marineros desde los siglos quince y dieciséis (incluso impusieron su idea de tiempo), su tecnología naviera que les aseguró el dominio de los océanos, forjando una pugna permanente de poder económico y político, orientado sobre todo al fenómeno de las guerras entre imperios. Más tarde, surgiría la ingeniería de los aviones como vehículos de dominación, forjando una pugna permanente de poder que pudo apreciarse bien en la primera y segunda guerras mundiales, las cuales devinieron en nuevas expresiones de dominación como las guerras de espionaje y de la obtención de información. Se crearon bancos e instituciones financieras, fondos monetarios que dieron lugar a una bancocracia y una tecnocracia las cuales encontraron el modo de convertirse en instrumentos centrales de dominación.

Esta idea se perpetúa aprovechando recursos de la tecnología y de la cibernética para hacer más sofisticado y veloz el proceso de movimiento del dinero, que se convirtió en el lubricante de la mayoría de transacciones, y luego en sí mismo un fetiche, hasta el punto de crear una suerte de teología, sustitutiva del verdadero poder interior de los saberes o la cultura, y también para crear nuevas formas de guerra: psicológica, mediática, cibernética, todas creando una perspectiva de dominación a distancia mediante teléfonos, computadores y aparatos que pueden controlar a las personas a distancia.

Se hizo énfasis, entonces, en el concepto de cultura superior, dueña y diseñadora de esta tecnología de redes sociales. El nuevo sistema ideológico de dominio del mundo desplaza, entonces, las herramientas de dominación hacia un plano abstracto, usando expresiones culturales para embellecer externamente sus medios, y hacerlos más atractivos a los usuarios. Todo ello devendría en un nuevo tipo de imperio de capitalismo mundial trasmutado en otro de capitalismo global, aún más virulento, pues pone todo en una tabla rasa, unificando valores y tratando de universalizarlos como modelos de poder. El capitalismo global emplea varias modalidades de guerra (mediática, informática, telemática, cibernética) llamadas de quinta generación, encauzadas a través del uso del miedo y de la enajenación progresiva, pandemias, aislamiento y enfermedades mentales construidas a través de medios silenciosos, pero igualmente letales. Ellas inducen a conformar un nuevo tipo de supremacismo, basado en la idea de culturas superiores –dirigidas ahora de manera remota-- que están causando daños irreversibles a la humanidad, agravados con un letal y progresivo cambio climático.



 

La absurda idea de un solo Dios

Cada cultura crea sus dioses, no al revés. Dios no aparece solo es una concepción humana de sus sueños o representaciones cósmicas de la vida, la historia, el tiempo, el devenir. Los dioses son entidades complejas que forman parte del inconsciente colectivo, (concepto acuñado por los grandes filósofos Freud y Jung) y a la vez son encarnaciones de fuerzas desconocidas, movimientos y rotaciones de planetas y mundos ignorados, fuerzas remotas y memorias ancestrales intuidas: de ahí surgen la filosofía, la metafísica, las ciencias, el arte, la escritura, la pintura, la literatura, las representaciones simbólicas y míticas, las fuerzas recónditas o las intuiciones, el azar mágico, la capacidad de invención y la imaginación liberadora. Los dioses son diversos, múltiples, complementarios; los dioses no son estáticos o unívocos, si no entes incorpóreos que están en todas partes y en ninguna, pero no pueden validarse para todas las culturas con las mismas representaciones y ritos, ni bajo una sola imagen; de ahí lo absurdo de monoteísmos que pueden volverse mundiales, universales o globales, símbolos de dominación imperial.

En un estado más complejo está el caso del sincretismo religioso, cuando el santoral indígena o africano es absorbido por la religión católica, conformando una espiritualidad cristiana con rasgos distintos. Por ejemplo, en América da origen a un arte barroco de características muy ricas y diversas; las iglesias y templos americanos crean una iconografía mágico-maravillosa usando a brillantes artesanos y la iglesia se convierte en depositaria de un legado artístico de primera magnitud; los fieles incluso llegan a desarrollar una espiritualidad aún más fuerte que la de los propios colonizadores europeos, cuando el elemento indígena o negro se apodera de la simbología cristiana. Pero a su vez, el europeo usa a la institución eclesiástica como un elemento de dominio, convirtiendo el politeísmo ancestral americano en un culto monoteísta fundado en Jesucristo como centro, aun cuando la iglesia también crea, mediante los distintos santos y vírgenes, nuevos motivos de adoración, y enriquece a su vez los mitos ancestrales indígenas. Los sacerdotes, por su parte, al oficiar la misa y al impartir sus sermones, son multiplicadores del monoteísmo del Dios Padre Todopoderoso, del Dios Eterno Jehová.

Otro tanto ocurre cuando el poder del Estado se une al poder de la Iglesia como elemento de dominación para, en muchos casos, infundir en los fieles el temor de Dios, hablándoles de profecías apocalípticas y de otros desastres y cataclismos a objeto de controlarlos a través del miedo. Otro tanto hizo el suizo Jean Calvin cuando habló en su doctrina calvinista de la predestinación clasista de pobres y ricos, tomándola en préstamo de la reforma luterana, que fue ampliamente utilizada por la iglesia estadounidense para dominar a masas irredentas de ese país, dando origen a un supremacismo racista sumamente nefasto.

El nuevo imperio global (Estados Unidos) sustituye las formas diversas de Dios por una teología pragmática. La teología de la dominación, complementada con una suerte de teología del dinero, deviene en concentración de poder financiero que sustituye, por ejemplo, el símbolo del pesebre del Niño Dios occidental, (Jesús), con un arbolito de plástico, adornado de baratijas de consumo serial. Cada pueblo, entonces, tiene derecho a amar sus propios dioses; no está obligado a compararlos con los de otros pueblos. Las elecciones religiosas siguen siendo personales, asuntos de cada quien, pero su práctica es necesariamente ritual o colectiva, practicada en templos de acceso público.

La absurda idea de un solo orden mundial

Vivir y obligar a convivir dentro de un solo orden mundial es otra idea descabellada, pero completamente posible: estamos en un mundo de diferencias que debemos respetar; no de empeñarnos en imponer una cultura sobre otra, convertirla en universal o imponer determinados dioses al conjunto de la humanidad, con lo cual destruimos la convivencia y la posibilidad de un diálogo regenerativo, al incurrir en esencialismos totalizantes. Un orden mundial hegemónico es descabellado pero no imposible, no tiene en cuenta diferencias culturales, sino que intenta unificarlas bajo esquemas y presiones financieras, sabotajes, injerencias militares, invasiones de territorios y formas de poder como las del tráfico de estupefacientes o narcóticos, bloqueos bancarios, empréstitos económicos a países débiles, ayudas espasmódicas para tenerlos sojuzgados (Fondo Monetario Internacional), pero toman formas de asistencias humanitarias ante un mundo globalizado y manipulado por medios, y líderes financieros de pueblos empobrecidos, siempre en desventaja material pero a la espera de reivindicarse basados en sus propios mitos o historia, pensamiento o técnica, por luchas sociales que, en el fondo, son luchas eminentemente culturales.

El desgaste de conceptos

La mayoría de los conceptos políticos y sociales para ejercer la gobernanza en muchos países ya se encuentran gastados en el seno de las sociedades occidentales, donde han perdido su significación prístina y su fuerza real, al ser aplicados a otra realidad, una realidad que huye más y más de los verdaderos esfuerzos humanos que desean convertirla en algo mejor. Especialmente en los siglos XX y XXI ha perdido su significación humana, convirtiéndose en comodín retórico para justificar su práctica.

La democracia, por ejemplo, no se traduce en un gobierno donde el pueblo esté representado, sino que se desvía hacia élites o cúpulas que terminan amasando grandes fortunas. Lo político no es, entonces, herramienta para alcanzar esa democracia, sino un modo de enriquecer a algunos demagogos, politiqueros, populistas y todo tipo de personajes incultos, que no ven la política como un modo de ejercer el poder para lograr una sociedad equitativa o igualitaria, sino un medio de burocratizar el ejercicio político desde un partido todopoderoso o instituciones esclerosadas, que marcan las pautas de absolutamente todo, no admiten críticas ni se hacen autocríticas para reconocer errores que permitan avanzar hacia la solución de problemas, sino un modo de ejercer un poder hermético e impermeable a las críticas, y hacer las respectivas rectificaciones. No reflejan ya modelos de una nueva convivencia, se han desgastado en medio de esquemas neoliberales de producción de bienes y servicios donde se mueven, y sólo emplean rótulos y consignas gastados para continuar en el poder. No se puede generalizar en extremo esta crítica, pero actualmente los procesos revolucionarios (e incluso el mismo concepto de Revolución) pasan por una crisis conceptual y de praxis de gobernanza social justa y efectiva; dejan mucho que desear y llevan a la humanidad a desfiladeros sociales y a colapsos estructurales de sus sistemas socio-políticos, como está ocurriendo en la actualidad.

Una nueva convivencia

El asunto reside ahora en cómo abordar los nuevos modos de convivencia. Obligadamente, ante la crisis estructural del capitalismo global, la convivencia tendrá que ser comunal, basada en formas gregarias de compartir, y no centrada en el individualismo, en las modalidades del narcisismo y el egotismo estimuladas por el capitalismo global, por el consumo compulsivo de un ser humano guiado por nociones de éxito personal, placer, crecimiento y desarrollo material desmedidos, poniendo de lado el crecimiento espiritual o moral; un ser humano guiado hacia la meta del éxito en solitario que tiene como antítesis la figura del hombre fracasado o derrotado, al perdedor convertido al final en victima terminal, en prototipo de fracaso de aquello que no debe ser, cuando precisamente el individuo fracasado suele ser producto del sistema fallido donde es señalado y considerado escoria, emblema de aquello no deseado; los seres humanos, presumiblemente exitosos, pueden caer a su vez en aquel abismo en cuanto el sistema active sus mecanismos financieros, económicos o sociales a gran escala a fin de exigirle al trabajador, obrero, profesional o campesino su cuota de trabajo explotador, para moldearlo como una pieza clave de su engranaje, a quien execra de cualquier modalidad gregaria o comunitaria, para vindicar sólo su individualismo o éxito en solitario, e incluso le promete la gloria en una sociedad donde el espectáculo, el narcisismo o el egotismo son formas conocidas de éxito o de consagración social.

La democracia directa, el parlamento de calle, la eliminación del dinero, la producción colectiva, el uso de una energía limpia (eólica, acuífera) el retorno a la siembra casera y al conuco, la insustituible educación presencial; el respeto hacia los maestros y los mayores; el respeto hacia la mujer y hacia su valoración intelectual, y el rechazo hacia la comercialización del cuerpo femenino; el estudio y la conciencia societaria, el respeto hacia las diferencias culturales y la valoración a las distintas etnias segregadas del llamado proceso civilizatorio; incluso la supresión del castigo, la tortura o la cárcel como mecanismos de hacer cumplir la justicia, son algunos de los elementos que pudieran brindarnos pistas para intentar una nueva convivencia.

La solución de los problemas en una determinada comunidad por parte de sus pobladores pudiera generar en un futuro necesarias respuestas para dar pasos significativos en un sentido cualitativo, sobre todo en América Latina. Nos ayudarían a buscar nuevos modelos de gestión social con la presencia activa de las comunidades. No podemos seguir moviéndonos dentro de los mismos esquemas, guiados por las mismas ideas y filosofemas de una cultura ya insostenible, o por conceptos e instituciones gastados hace tiempo.

Convivencias desvanecidas

Observando el panorama geopolítico mundial hoy, nos cercioramos de que el mundo, tal como se encuentra, es sencillamente absurdo e incomprensible, llegando hasta el extremo incluso de impedir que se elabore y proponga una interpretación sensata de las causas que nos han llevado a estos extremos de no-convivencia, de soledad social, de hacinamiento y sistemático exterminio, de imposibilidad de salir de esquemas de convivencia que nos agobian u oprimen. La recomposición de fuerzas geopolíticas penetra en cada una de las regiones del orbe, debido a la actuación de los bloques de poder, así como de las permanentes amenazas de guerra cernidas sobre la humanidad. Las grandes potencias han creado, más que solucionado, una emergencia global de salud, derivada de la pandemia del virus Covid 19, que ha sido inducida por el mismo sistema para implantar un Nuevo Orden Mundial. Nos hallamos a veces mediatizados por el miedo, muertes constantes, alienación por aparatos, asimetrías económicas, falsas noticias, hiper-información y permanentes sabotajes a países africanos o americanos, mientras grandes economías occidentales capitalistas se enfrentan manejando viejos y fallidos esquemas de diplomacia, que mantienen al mundo en vilo. Requerimos de una nueva diplomacia que respete la cultura de los pueblos, sobre todo las de los pueblos africanos y de la América latina e hispanoamericana.

Volvemos entonces a una suerte de utopía en medio de la decadencia de Europa y la amoralidad del gobierno estadounidense, el cual no tiene autoridad moral para marcar pautas éticas al resto de países. Las naciones hispanoamericanas intentan acercarse entre si y establecer alianzas constructivas, pero muy pronto se interponen entre ellos otros intereses estratégicos de los poderosos que vulneran, compran, sobornan, chantajean o roban recursos a fin de volver a debilitar la posibilidad de esa convivencia intentada desde los tiempos de las guerras de Independencia, concebida por una serie de conocidas figuras que trataron de establecer alianzas con otros líderes o libertadores de similar órbita o voluntad, buscando incluso fundar una nueva nación (Colombia) libre de ataduras de las formas ya gastadas del viejo continente.

En verdad, Europa nunca se liberó de nuevas formas de autoritarismo y tiranía: Mussolini, Hitler, Franco y otros, con sus debidas réplicas en América Latina, cuya enumeración es conocida y profusa y cuyos fantasmas intentan revivirse de nuevo bajo formas más sofisticadas y letales: nuevos fascismos y nacionalismos aparecen en la escena europea, sobre todo en España, pretendiendo expandirse de nuevo en América.

Propuesta necesaria

Aunada a una filosofía basada en la independencia económica y social, a una filosofía de la liberación (como la propugnada por Enrique Dussel), proponemos una filosofía de la desposesión para dar un vuelco a los paradigmas de convivencia, y para liberarnos de los esquemas y referentes de occidente e intentar nuevos modos de organización social, basados en una filosofía distinta, renovada desde sus cimientos. América Latina puede retomar su rol no sólo para transformarse en una utopía inmóvil, sino para dar un vuelco a la idea cíclica de permanentes guerras y conflictos generados desde la historia europea, que no han podido, a todas luces, ofrecer aún salidas a la humanidad, para superar sus permanentes crisis y salir adelante de una vez por todas.



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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

 gjimenezeman@gmail.com

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