Segunda lección (II):

Causas y efectos de la Comuna, explicación científica de las revoluciones

La crisis revolucionaria francesa no se produjo por un simple automatismo económico de la caída episódica de la tasa de ganancia en 1859 y 1864, tampoco por una mera industrialización de la formación social nacional que acelerara las contradicciones socioeconómicas del capital y el trabajo en el viejo continente, aunque ya contenía en cierto grado sus premisas[3].

Este asunto es importante para la teoría de la crisis que comprende de suyo la explicación científica del advenimiento de una serie de revoluciones sociales y sus posibles decursos. La teoría de la crisis del capitalismo y su refracción sintomática en la Comuna de París que hoy nos convoca es, a su vez, una teoría y praxis de la revolución mundial. No compartimos el espíritu agnóstico y escéptico del empirismo izquierdista, según el cual, los procesos revolucionarios, en tanto que fenómenos sociopolíticos singulares y excepcionales, escapan a una comprensión materialista y “no se pueden extrapolar”.

La Comuna de París se dio por condiciones objetivas correlacionadas de crisis concretas de los regímenes políticos burgueses francés y prusiano en disputa bélica y la humillación nacional de Thiers de pactar una capitulación, antes ser derrotado en 1870 el ejército francés en Sedán y su jefe napoleónico apresado, el descrédito del gobierno francés y hartazgo popular con las promesas incumplidas de Napoleones y sus dos reinados imperiales, el conflicto y rol de la Asamblea Nacional, la conciencia de las masas obreras y populares, expresadas en el descontento de base de la Guardia Nacional, la lucha de clases y la depauperación paulatina de las condiciones materiales de vida de trabajadores y la clase media: deudas del alquiler e impuestos, la comida y carestía de vida, el salario y el desempleo, el aumento de pobreza y, sobre todo, el ahogo de las libertades democráticas.

En el manuscrito En memoria de la Comuna (1911), con mucha agudeza Lenin realiza un análisis marxista de la situación concreta del fenómeno revolucionario parisiense y su multicausalidad. En este, no pierde de vista la referencia a la universalidad y legaliformidad de los procesos sociales revolucionarios, mucho antes de que Lenin modificara la teoría de la crisis, incluyendo la noción del eslabón más débil de la cadena, la combinación del aspecto democrático y socialista de la revolución y las fuerzas productivas en el intercambio de un país con otro:
“La Comuna surgió espontáneamente –dijo Lenin–, nadie la preparó de modo consciente y sistemático [aunque sí habían algunas fracciones partidarias conscientes]. La desgraciada guerra con Alemania, las privaciones durante el sitio, la desocupación entre el proletariado y la ruina de la pequeña burguesía, la indignación de las masas contra las clases superiores…la composición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía temer por el destino de la República, todo ello y otras muchas causas se combinaron para impulsar a la población de París a la revolución del 18 de marzo, que puso inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella […] Para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.) [aun luego de haber realizado su gloriosa revolución burguesa y modelo universal]. Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas…”[4].

Con todo ello, la revolución francesa de 1789 y las rebeliones continentales del siglo XVIII, en particular, los levantamientos y las rebeliones francesas de 1830,1832, 1834 y 1839, en su mayoría “ahogadas en sangre” (K. Marx), permitieron que los trabajadores de diversos sectores hicieran su experiencia. Lo mismo, la revoluciones de 1848 frente a la reacción de la Santa Alianza, prepararon el proceso revolucionario parisiense de 1871. La Comuna de París y anteriores procesos de lucha, fueron fruto de causalidades específicas y discontinuas, plasmadas en la cultura por el espíritu miserable del novelista francés, Víctor Hugo, y la musicalización operística reciente de Claude-Michel Schönberg, Alain Boublil y Jean-Marc Natel, los cuales retratan la época de transición revolucionaria. La importancia de estas dos obras de la cultura radica no solo en la consolidación de la hegemonía burguesa, sino, en la poderosa resistencia obrera y popular, sus caracteres, de manera que una hazaña anómala como la Comuna de París empieza a expresar un nuevo espíritu post-burgués, la hegemonía proletaria como hegemonía humana.

La experiencia de la Comuna y las revoluciones francesas, nos muestran que la teoría marxista de la crisis de la civilización capitalista y su situacionalidad concreta en los países nacionales, continentes y regímenes políticos es, términos de la filosofía de la ciencia de Lakatos, un «programa de investigación» abierto[5], en permanente elaboración con el trabajo colectivo intergeneracional. Por ello precisa de una actualización, sofisticación, modelación, acumulación de materiales de evidencia, hipótesis y variables, correcciones de las mismas, pronósticos y enunciados periféricos de los clásicos[6], etc. Una serie de herramientas útiles a utilizar por los revolucionarios profesionales y sus partidos de trabajadores, es decir, por los científicos políticos de la revolución. Por ello no está demás una autocrítica severa de los errores en el análisis sobre las causas y efectos de las revoluciones burguesas y proletarias (como la Comuna), sin por ello renunciar al núcleo teórico fuerte del marxismo, evitando caer al vacío de desviaciones revisionistas, en el sentido de capitular a la ideología burguesa y su civilización decadente.

Respecto a la defensa secular de la ciencia y la educación, seguimos el programa de Comuna narrado por Marx en La guerra civil en Francia, según la cual “no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas que la tenían sujeta a los prejuicios de clase y el poder del gobierno” del capital (Cap. III, p. 68)[7].

Por supuesto, para una concepción materialista de la historia que se place de ser científica en las causas de la crisis y sus efectos, por ende, responsable de elaborar una política revolucionaria del cambio comunero, debe atender a especialidades científicas tales como: la climatología, la geología, la ecología de sistemas, la arqueología, la agronomía, física y estadística aplicada, hoy con más urgencia en plena pandemia, la medicina, la biología y epidemiología, etc., tremendamente útiles para la economía marxista. Igualmente, para comprender la acción, los políticos revolucionarios deben recurrir a la psicología, la sociología  y la ciencia política de parte de los partidos de izquierda de los trabajadores.

La filosofía de la ciencia puede ser de honda utilidad a una teoría marxista de la crisis para lograr su revolución epistemológica, con miras a nada más ni menos que la comprensión de las leyes y proceso de transformación de la presente civilización capitalista y su periodo de transición.  Queda en discusión si, para lograr lo segundo, es necesario lo primero; o si, por el contrario, la revolución epistemológica será un proceso retrospectivo de explicación de lo real, producido por la revolución socialista mundial, no al revés. En nuestra humilde opinión, de abierta polémica con el empirismo militante, seguimos considerando válida la máxima de Lenin: sin teoría revolucionaria no hay un movimiento revolucionario capaz de cambiar la historia, por eso la retroalimentación permanente de la praxis (partidos, masas, gremios, conflictos) y la teoría (expresada en periódicos, revistas, medios, textos y charlas, nuevas tecnologías).

Si bien es cierto lo expresado por el historiador reformista italiano, Enzo Traverso, en una entrevista 2020 sobre las notables aportaciones teóricas, metodológicas y políticas del pensamiento marxista de Trotsky para el siglo XXI, acerca de que “las revoluciones del siglo XXI no serán la Comuna de París o la toma del Palacio de Invierno”[8]. No obstante, la teoría y praxis marxista de la crisis no obviará las particularidades, genéticas y carácter analógico de las revoluciones permanentes y su teorización, tal cual como hizo Nahuel Moreno y otros, respecto a las revoluciones del siglo XX. Por ejemplo, los paralelos y diferencias entre la situación revolucionaria del Mayo francés de 1968 y el Mayo francés de 1871, el rol de la subjetividad proletaria en estos procesos.

La universalidad de la Comuna de París se comprende en la singularidad y heterogeneidad de otras revoluciones y nuestro presente histórico. No sin razón, nos dice Trotsky, en el ámbito metodológico de sus Lecciones de la Comuna (1921), el mismo año de la victoria de la guerra civil rusa: “Cada vez que volvemos a estudiar la historia de la Comuna descubrimos un nuevo matiz gracias a la experiencia [histórica] que nos han proporcionado las luchas revolucionarias ulteriores […] ¿Cuánto tiempo nos concederá la historia para prepararnos? No lo sabemos”[9].

Al margen de la incertidumbre temporal, la labor de preparación no solo se da en el acumulado político y cultural normal de los partidos de trabajadores, su vanguardia de clase y el movimiento social asalariado, con su acumulado de cuadros revolucionarios y dirigentes al dar cuenta de coyunturas políticas y conflictos contra las patronales, los gobiernos y el imperialismo. Otro aspecto crucial es el estudio comparativo, vía escuelas de formación de todo tipo, de las revoluciones (no solo la Comuna), sus lecciones y programas, de procesos posteriores y anteriores en relación con la Comuna de París y la más emblemática y modelo hasta la fecha, hecha por los trabajadores, la revolución soviética, la más reciente estrella polar guía, que se basó en las enseñanzas de la Comuna de París, pero que no serán las definitivas.

Por eso Trotsky, siguiendo a Lenin, polemizó con el espíritu empirista y espontaneista, incluso llegando a ser crítico consigo mismo, con el espíritu semi-menchevique en el ámbito de la construcción del partido, La Pluma remata diciéndonos en Las lecciones de Octubre (1924), en vista a los conflictos decisivos, la conquista del poder y la edificación socialista, nacional y mundial: “Sin el estudio de la gran Revolución Francesa, de la revolución de 1848 y de la Comuna de París, jamás hubiéramos llevado a cabo la revolución de Octubre, aun mediando la experiencia de 1905. En efecto, hicimos esta experiencia apoyándonos en las enseñanzas de las revoluciones anteriores y continuando su línea histórica”[10].

Consecuente con esto, Trotsky nos dejó su Historia de la revolución rusa (1932, II vols.) y La revolución traicionada: ¿Qué es y adónde va la URSS? (1936) donde reelabora el concepto de Termidor, proveniente de la experiencia histórica francesa y el bonapartismo, bajo influencia del 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852) de Marx, con grandes aportes a las ciencias históricas. A su vez, en plena Revolución Rusa de 1906, contradiciendo el método empirista y testimonial, tan común en las conmemoraciones “izquierdistas” de hoy sobre la Comuna de París, Trotsky plantea un auténtico método científico de análisis y transformación política de la realidad social histórica en su texto Treinta y cinco años después, 1871-1906:

“Ahora estamos en la primera fase de nuestra propia revolución, que la lucha del proletariado se está convirtiendo en una revolución en Permanenz, o una revolución ininterrumpida, y confiamos más directamente que cualquiera de las naciones europeas en el testamento de la Comuna de 1871.

Hoy la historia de la Comuna es para nosotros no solo un gran momento dramático en la lucha mundial por la emancipación, no solo una ilustración de algún tipo de enfoque táctico, sino más bien una lección directa e inmediata para el aquí y ahora.

[…] Una vez que la lógica de la lucha de clases, que, en última instancia, depende del curso del desarrollo económico, impulsa al proletariado a instaurar su dictadura incluso antes de que la burguesía haya “agotado” su misión económica (apenas ha incluso comenzado su misión política), esto sólo puede significar que la historia ha impuesto al proletariado tareas de colosal dificultad”[11].

Lea la Primela Lección (I) aquí: www.aporrea.org/actualidad/a302383.html



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