Tiempo, memoria e identidad

Cuando los días cambian su color

Hay muchas preguntas que todos nos estamos haciendo en estos momentos de crisis, de incertidumbre, de pandemia global. La mía, la que me revolotea en la mente casi que a diario, es más bien sencillita y puntual: ¿Qué día es hoy?

Algo que en el pasado recién, antes de que llegara el virus, era relativamente fácil de responder, se convierte en una complicada adivinanza difícil de acertar, pues los días han tornado de color y no hay forma de recordarlos ni de establecer entre ellos algún tipo de comparación .

Por decir algo: el lunes es el día de arrancar la semana y calentar motores, el miércoles era como una taima mitad de semana, el viernes relajado, con tragos y diversión, el sábado a limpiar la casa, salir a comprar alimentos y el domingo para misa los creyentes, otros a pasear y la mayoría en casa dispuestos a invernar. Martes y jueves con menos visibilidad, pero jugando un rol clave en el ritual semanal.

Ahora la cosa es distinta: cuesta diferenciar un día de otro, todos son igualitos; un lunes puede ser bastante parecido a un viernes y un martes a un sábado. Y el domingo: cada vez más solitario y fantasmal. Y ahora con el agravante de que las rutinas que solíamos cumplir no se hacen por las propias limitaciones que impone la pandemia, o porque las cosas y los días han cambiado repentinamente de forma y lugar.

Yo que me vanaglorio de tener buena memoria, he sudado la gota gorda al intentar recordar y lo que hago en la semana; a duras penas puedo ensamblar una que otra pieza en ese nuevo rompecabezas que la pandemia nos ha obligado armar. Al menor intento de contar lo que he hecho en la semana, la historia se hace vaga e imprecisa, se reduce a imágenes borrosas que con mucho esfuerzo apenas puedo retratar. Y es así como la noción de tiempo y el acto de recordar se ven alterados, nos quedamos de la noche a la mañana sin referentes de tiempo inmediato y con pocas posibilidades de narrar la cotidianidad.

Y es allí donde hay que estar atentos para que el relato de lo que sucede y de lo que se siente en este momento retome su cauce libre, sin tropiezos ni amenazas .Somos habladores, cuenteros de origen y las circunstancias que nos envuelven no pueden menoscabar ese rasgo tan característico de nuestra manera de ser y de nuestra identidad.

Pero cada quien a su manera, con sus recursos y sus posibilidades, tiene la opción de colorear sus días, con la paleta y el lienzo de su preferencia, aportando con su propio inventario de iniciativas, abriendo paso al ingenio, a la creatividad al uso constructivo del tiempo libre, sacando a relucir lo mejor del imaginario y del anecdotario familiar sembrados en nuestra propia cultura. Y por supuesto mucha inteligencia social para no sucumbir ante la inclemente inflación y el alza criminal de precios.

En días pasados hice una llamada para saludar a mi hija y a mis nietos y los interrumpo en amena partida de un juego hasta ese día desconocido por los niños: ¡Bingo!, con caraotas y todo para marcar. ¡Vaya sorpresa! Por supuesto, la llamada fue cortica. "Bingo mata abuelo".

Es pues el momento de crear nuevos referentes y reinventar nuestro propio calendario íntimo y familiar, como un acto útil y cohesionador, como un ejercicio potenciador de nuevas narrativas y memorias como un desafío clave en estos nuevos días, que aunque inevitablemente cambian su esencia y su tonalidad, no tienen por qué cambiar su brillo y su esplendor.



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Nelson Oyarzábal

Antropólogo. Gerente Cultural Profesor Universitario. Articulista

 neloyarz11@hotmail.com

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