Testimonio de un profesor jubilado que sobrevive con el método de Dante Rivas

(LOS NOMBRES HAN SIDO CAMBIADOS PARA PROTEGER LA IDENTIDAD DE ALGÚN INOCENTE)

Luego de recibir mi pensión de jubilado del Ministerio de Educación hice planes para el siguiente día, ir al mercado, el cual tenía tiempo sin visitar gracias a una pequeña ayuda de mis amigos. Pensaba comprar unos granos para mi dieta vegetariana, menos voluntaria que la cuarentena por el covit. No me agrada ir al mercado, cada vez que lo hago regreso abatido y con la impresión de que la cosa se va a poner peor.

Una sensación de espanto me abrumaba de solo pensar en los nuevos precios. Mi plan era comprar un kilo de caraotas, un kilo de garbanzos, uno de frijoles, otro de lentejas; en fin, un kilo de algunas cosas, no de todas, porque sabía de antemano que la escalada imparable de precios que arrasa con nuestras vidas no me iba a dejar para mucho, y menos con la curva tan aplanada de los salarios por la acción del Gobierno.

Muy tempranito me levanté con voluntad inquebrantable de supervivencia. En nuestro país, cada día que pasa es un paso que damos hacia eternidad y, si no ponemos de nuestra parte, mas temprano que tarde nos meterán dentro de las estadísticas de caídos por causa de la guerra económica. Bueno, supongo que eso es lo que dirían mis amigos chavistas.

Así pues, para enfrentar mi destino en ese antro de especulación, practiqué la meditación profunda que aprendí en la India con mi maestro de hatha yoga, Sri Henrrique O. Cioso. Presentía que iba a experimentar un sobresalto a la hora de pagar. Cuando ya estaba levitando determiné que era el momento de finalizar mi práctica de concentración y de salir a enfrentarme a los desconocidos precios justos que los demiurgos habían acordado para esos días. Debo admitir que creí salír muy bien preparado por los ejercicios de yoga. Hasta confiado.

Como a las 8 de la mañana llegué a la cola donde siempre compro los granos. En otros tiempos a esa hora la cola sería interminable y deduje que el escaso número de personas se debía a los míseros salarios y al desempleo. Y a los altos precios, por supuesto. Ahora que lo pienso me llama la atención que el Gobierno se ufane tanto de mantener aplanado al covit, haya aplanado los salarios y las convenciones colectivas, pero no pueda aplanar la curva de precios. Muy curioso. Me llega el turno y pido un kilo de garbanzos, otro de lentejas y otro de frijoles de cabecita negra. La cuenta hizo (370000 x3) 1.110.000 bolívares soberanos. Casi me da un infarto al miocardio pues mi salario quincenal es apenas de 640.000 bolívares; menos mal que había hecho mis ejercicios de yoga por la mañana. Respiré profundo y exhalé lentamente mi desdicha tal y como he aprendido de esa disciplina. Debí tener mal aspecto en ese momento pues unas buenas señoras, muy delgaditas todas que estaban en la cola, rompieron el distanciamiento social y se me acercaron como para intentar sostenerme. Creo que pensaron que iba a desmayarme o algo parecido al ver mi palidez del momento y mi cara de hambre para los días siguientes. "Anímese señor", dijo una de ellas, "eso le ha pasado a todo el mundo; uno sale a buscar la comida y lo que se lleva no alcanza ni para tres días. Nosotras estamos acostumbradas a estos sustos y por eso es que nuestros maridos prefieren que seamos nosotras quienes hagamos el mercado". "Es verdad", dijo otra, "a los hombres se les enfría el guarapo cuando se trata de atender a los muchachos y ocuparse de los asuntos de la casa. Lo único que quieren es… bueno,… usted sabe… "¿Lo mismo que quiere el negro? Pregunté yo tratando de hacerme el simpático y ya medio repuesto del susto por el precio de los granos. Enseguida me despedí de ese grupito de feministas que me pareció que algo tenían en contra de sus pacientes maridos.

Con la moral en el piso me resigné a llevar apenas medio kilo de frijoles de cabecita negra y medio de garbanzos haciendo cuentas para ver si me alcanzaba para comprar algo de café, que por cierto, no hace tanto uno de los presidentes que tenemos dijo que lo incluiría en la caja clap. Cavilando acerca de lo que haré para comer los siguientes quince días llegué a mi casa; mi cabeza realmente era un torbellino de preocupaciones. Me recosté en un diván como el que tiene Jorge Rodríguez en su consultorio de psiquiatra y comencé a practicar el método de la asociación de ideas a ver si me relajaba. Sin que yo me lo propusiera, por mi mente desfiló un caos de imágenes en sucesión: un cartón de huevos, el ex ministro de alimentación Osorio quien dijo que no importaba que los anaqueles estuvieran vacíos, un kilo de carne, el alto precio de los granos y hasta las miradas compasivas de las señoras delgaditas que se habían acercado a darme apoyo. Tuve visiones hasta de un extraño monstruo bicéfalo con las cabezas de Donald Trump y Guaidó. Creo que me dormí unos minutos de la pura angustia y tuve un sueño muy extraño: Yo estaba contando el número de granos de garbanzos y de frijoles y dividiéndolos entre 15 con algún propósito y entonces oí una voz que me dijo: «Has captado mi mensaje Oscar, estás haciendo buen uso de los recursos». También dijo: «(…) A nosotros nos llega un buque cada tres meses; esas cajas que las están entregando ahorita deben durar por lo menos tres meses, yo sé que es difícil pero esto es un complemento, porque bueno, se complementa con lo que la persona pueda tener en la casa o con lo que la persona pueda comprá; lo que si le estoy diciendo es que hay que ahorrá, de la mejor manera hacer uso consciente de esos recursos que el gobierno revolucionario le está haciendo llegar a casa para que entre todos nosotros podamos salir adelante (…)». En medio de esa pesadilla reconocí las palabras de Dante Rivas, el MPP para la Pesca y la Acuicultura, a quien por fin le pude entender lo que ocultaba en su encriptado mensaje: Hay que estirar lo que se tenga porque habrá menos comida y habrá mas hambre; que en materia de alimentación se acercan tiempos peores a los que ya estamos padeciendo.

En ese momento desperté más asustado que cuando me dieron los precios de los frijoles y los garbanzos.
 



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Oscar Henrrique Fuenmayor Quintero

Licenciado en Educación, mención Matemática y Física, Universidad del Zulia.

 oscar.fmyor@gmail.com

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