Pandemia y Cuarentena: guerra contra el miedo - guerra del miedo - miedo a la guerra

Acontecimiento Biopolítico

Más acá, por lo tanto, de ese gran poder absoluto, dramático, sombrío que era el poder de la soberanía, y que consistía en poder hacer morir, he aquí que, con la tecnología del biopoder, la tecnología del poder sobre la población como tal, sobre el hombre como ser viviente, aparece ahora un poder continuo, sabio, que es el poder de hacer vivir. La soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta que ahora aparece un poder que yo llamaría de regularización y que consiste, al contrario, en hacer vivir y dejar morir. (…) Ahora bien, cuando el poder es cada vez menos el derecho de hacer morir y cada vez más el derecho de intervenir para hacer vivir, sobre la manera de vivir y sobre el cómo de la vida, a partir del momento, entonces, en que el poder interviene sobre todo en ese nivel para realzar la vida, controlar sus accidentes, sus riesgos, sus deficiencias, entonces la muerte, como final de la vida, es evidentemente el término, el límite, el extremo del poder. Está afuera con respecto a éste: al margen de su influencia, y sobre ella, el poder sólo tendrá un ascendiente general, global, estadístico. El influjo del poder no se ejerce sobre la muerte sino sobre la mortalidad. Y en esa medida, es muy lógico que la muerte, ahora, esté del lado de lo privado, de lo más privado. Mientras que, en el derecho de soberanía, era el punto en que resplandecía, de la manera más patente, el absoluto poder del soberano, ahora va a ser, al contrario, el momento en que el individuo escapa a todo poder, vuelve a sí mismo y se repliega, en cierto modo, en su parte más privada. El poder ya no conoce la muerte. En sentido estricto, la abandona.

(Foucault, Michel. Defender la Sociedad, Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1997, pp. 223-225)

Han pasado varias década desde las reflexiones foucaultianas sobre el biopoder, pero ha sido en las últimas semanas en que hemos conocido el mayor acontecimiento biopolítico de nuestra historia. La crisis de salud desatada por el Covid-19 ha conducido a un fenómeno histórico e inédito a escala global, los estados de emergencia y las cuarentenas se expanden a lo largo del mundo transformando la vida de toda la humanidad, aunque sólo sea coyunturalmente. Lo que sabemos de la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, es que contempla un índice de mortalidad menor al 5% a nivel global, y con más de un 80% de casos de recuperación sin mayores problemas que el de un resfriado común, sin embargo ha demostrado tener una expansiva capacidad de contagio que ha alarmado a la sociedad global. En los últimos años la humanidad a sufrido oleadas virales como las de la gripe porcina, el SARS, la gripe aviaria, el Chikunguya, el Zika o el ébola; aunque varían en cuanto a sus índices de mortalidad  -y en este sentido el Covid-19 no es el más letal- lo que ha diferenciado la nueva situación es la capacidad que ha tenido este virus de mundializarse rápidamente, causando una conmoción que ha paralizado a la mayoría de los países de Asia, Europa y América.

Aunque en las últimas décadas han habido oleadas epidémicas casi anuales, nunca habíamos visto que se promoviera con tanto ímpetu un estado de emergencia global, incluso con el apoyo casi unánime de los poderes estatales y globales. La epidemia –ahora pandemia- ha paralizado todo debate político en función de garantizar todo el respaldo que necesita cada Estado para implementar una cuarentena. El estado de emergencia ha causado un efecto de legitimación instantánea de toda institución y poder global. La Organización Mundial de la Salud (OMS) que por su tratamiento en las anteriores epidemias ha sido acusada por complicidad con la industria farmacéutica (la alerta por pandemia de Gripe A en el 2010 fue denunciada como una medida promovida por los lobbies farmacéuticos para comercializar los medicamentos aprobados por la misma OMS; por otro lado este organismo ha acumulado varias denuncias relacionadas con su dependencia del apoyo financiero privado y su cada vez mayor independencia de los Estados que la componen) ahora parece ser un actor de indiscutible legitimidad para ejercer un papel rector en las políticas de salud global. Los conflictos en cada país entre gobiernos y oposiciones han sido puestos a un lado para llamar con una voz “unida y responsable” a la cuarentena. Gobiernos que han ejercido controles autoritarios de la población como China o Venezuela, ahora ejercen todo el control policial y militar que requieren como un acto de responsabilidad con la población, contando con la legitimación mediática y mundial. Todos los poderes se han declarado en guerra y ha convertido la sociedad en un cuartel regido, no por la disciplina del jefe autoritario, sino por la autodisciplina que infunde el miedo.

La idea de gubernamentalidad que Foucault construye en los cursos de “Seguridad, Territorio y Población” para descifrar el arte moderno de gobernar, refiere al conjunto de procedimientos e instituciones dedicadas a ejercer el poder sobre una sociedad de sujetos formalmente libres, por lo que la realización de su libertad debe ser funcional a la reproducción de las relaciones de poder. El poder moderno no domina sino regula el deseo y la libertad, por lo que se constituye como un dispositivo de seguridad, que garantiza ese ejercicio regulado de la libertad. El miedo y la sensación de inseguridad son fundamentales para generar la necesidad de autoridad. Una sociedad “fuerte” (con capacidad para funcionar de manera autónoma a las estructuras de poder) construye mecanismos de mediación que le permiten “defenderse” y establecer condiciones mínimas –democráticas- según las relaciones de fuerza establecidas entre sociedad y poder, abriendo una doble tendencia expresada tanto en reivindicaciones democráticas, como en nuevas estrategias de regulación de la sociedad, moldeadas sobre las propias innovaciones democráticas. Pero a medida que la sociedad tenga más miedo o sensación de inseguridad, tiene menos capacidad democrática de mediar con las instituciones que ejercen el poder, el miedo y la inseguridad, de hecho, han sido la base de los fenómenos reaccionarios, que finalmente expresan el límite del modelo de acumulación y el paso hacia una recesión, en el caso de las sociedad capitalistas.

Sin embargo, hoy no nos encontramos frente a una estrategia gubernamental, sino a una crisis de salud que está siendo recuperada por una estrategia gubernamental centrada en el estado de emergencia, y allí empieza lo confuso de la situación, pues no se trata de la instalación por la fuerza de medidas de control social, sino que una situación sanitaria real ha sido tratada y convertida en una causa legítima para la instalación de las medidas de excepción. La emergencia puede culminar después ciertas semanas, o meses, o…, pero el precedente de que las instituciones que administran la sociedad hayan encontrado una forma de justificar un estado de excepción global, expresa una nueva e histórica situación.

En la medida en que la cuarentena es más dura, la economía está siendo afectada en todo el mundo, efectivamente hay un sentido común que tarde o temprano llevó a toda la clase gobernante ha decidir sacrificar la economía en función de satisfacer la necesidad de seguridad y salud en la población. Las administraciones estatales están intentando cubrir las recomendaciones de la OMS y de mostrarse como sujetos “responsables” frente a la emergencia sanitaria. Sin embargo, si una de las lecciones que hemos tenido de la experiencia del gobierno de Nicolás Maduro (Venezuela), es que hasta en las situaciones de excepción, miseria y precariedad general, hay mecanismos emergentes de acumulación, que terminan acoplándose, justificando y luego promoviendo o sustentando una determinada forma de gobernar. La situación de cuarentena global a medida que acaba con sectores como el de las aerolíneas, turismo, la manufactura, entre muchas otras; estimula a las empresas de compra y entrega online como Amazon, a los comercios “delivery” y al mercado asociado a las redes sociales, la extracción de datos y las plataformas digitales. Incluso es probable que muchos de los cambios generados por la cuarentena como la educación virtual o el paso de los trabajos de oficina al hogar puedan permanecer en cierta medida después del paso de la pandemia. Virtualizar la vida puede ser el programa de gobierno de ese sector emergente del capital corporativo global y que cada vez producen lobbies tan imponentes como el de las empresas de farmacéuticas o de las tradicionales petroleras.

Sin embargo, la paralización de la socialización afecta a un gran conjunto de la economía que no se puede digitalizar, si estos trabajadores vulnerables no son protegidos serán empujados a enfrentar la cuarentena y movilizarse, pudiendo no sólo ser reprimidos con toda impunidad, sino también con el soporte del miedo colectivo que ve en la cuarentena la garantía de su seguridad y a quienes no acatan las medidas de emergencia como irresponsables y peligrosos para la salud pública. Tomemos en cuenta lo conflictivo que fue el año 2019, protestas masivas en Chile, Ecuador, Colombia, Brasil, Hong Kong, Francia, la masiva emergencia feminista mundial, y a su vez los nuevos fenómenos populistas y nacionalistas que emergieron electoralmente en todo el mundo como canalización reaccionaria de demandas populares. Esta pandemia parece ser el insumo de una nueva gobernabilidad del miedo, frente a la inestabilidad que empezaba sufrir el mundo tras los efectos de la recesión del 2008 y las nuevas formas de precarización de la vida. No se trata de buscar conspiraciones detrás del virus, sino de alertarnos de los efectos que la pandemia puede generar en nuestras sociedades regidas por la acumulación capitalista y las relaciones de poder.

Establecer el tiempo y los criterios que rigen la duración de la cuarentena y su fin, la necesidad de una garantía científica que justifique la necesidad de los mecanismos de control social, y la protección de la salud pública por encima de toda acumulación capitalista, podrían ser criterios elementales para abordar la situación que el mundo está atravesando y un mínimo de exigencias democráticas que impidan que el estado de emergencia se convierta en estado de excepción.

Cuando comentábamos la relegitimación instantánea de todos los poderes, es importante analizar el modo en que el gobierno chino ha administrado la situación. Al imponer una cuarentena total, obligatoria, respaldada por un despliegue policial, militar y las tecnologías de control social propias del régimen del Partido Comunista Chino, el gobierno logró controlar la expansión del virus, pero también ha legitimado mundialmente su capacidad de gobierno, incluso han exportado asesores que promueven las cuarentenas autoritarias en Europa y posiblemente en el resto del mundo. Si había una lucha geopolítica entre el modelo chino y el modelo occidental, el primero parece imponerse en esta nueva situación como una forma de gobernar más eficiente frente a las exigencias de la emergencia sanitaria. Un curso preocupante que indica las tendencias de la gobernanza global, teniendo en cuenta que el ascenso económico chino como modelo capitalista-totalitario pudiera indicar una “superación” terrible del agotado e inestable neoliberalismo.

Aquí el caso de Corea del Sur es muy interesante, pues ha logrado ser el país que ha controlado la situación con mayor eficiencia, desplegando una política de salud eficiente, de la mano con la mejor tecnología, el mejor acceso a la información sobre los casos, las zonas de riesgo, mecanismos de prevención, etc., suspendiendo eventos públicos, escuelas y cerrando varios espacios públicos, incentivando que la gente evite salir a la calle pero sin decretar cuarentena o alguna otra medida de coerción y control social. Más bien, se estimulaba la auto-responsabilidad de la población, a diferencia de gobiernos que asumen la “responsabilidad” declarar la cuarentena. Aquí podemos destacar una diferencia fundamental, la emergencia sanitaria fue respondida con una política de salud, no una política de control social o de un estado de excepción que invistiera a las autoridades de poderes extraordinarios.

La mayoría de los gobiernos afectados por la crisis han empleado una política –y lenguaje- de guerra, como si tratara de la agresión de un grupo terrorista, del cual todos somos víctimas y sospechosos, vulnerables y peligrosos al mismo tiempo, una guerra hacia adentro de cada uno de nosotros. Los gobiernos han decidido enfrentar la situación bajo un estado de guerra y como lo han declarado varios gobernantes, cada persona debe acatar la disciplina de la cuarentena, pero a su vez cada uno es sospechoso de ser un instrumento de ese enemigo interno, externo, invisible, microscópico. Esta es la situación que ha producido que en cuestión de semanas el autoritarismo chino (o de cualquier otra nación, especificidad cultural o geopolítica) pareciera más “deseable” que cualquier tipo de autonomía de la sociedad expresada en alguna escala de democracia.

La emergencia global parece generar un ciclo perverso en el que después del miedo generado al comienzo de la epidemia, la población que exige seguridad y la garantía de su salud, el gobierno convierte seguridad y salud en guerra contra el virus, la guerra disciplina la sociedad, el miedo se convierte en pánico, la sociedad se declara enferma e inhabilitada y exige la cuarentena, el control de la situación es entregado al estado militar que dirige la guerra,

El virus existe y tiene unos determinados índices de letalidad y contagio, que generan un determinado cuadro de gravedad, exigiendo una respuesta que garantice la salud pública, con sondeos masivos de la población, atención a los casos más graves y medidas de emergencia determinadas. Pero el estado de excepción global no es una política de salud, es un producto del miedo, que en su progreso ha descubierto y puesto en práctica un conjunto de herramientas de control policial-digital de la sociedad. En este sentido el filósofo italiano Giorgio Agamben acierta al decir que:

“Lo que preocupa es no tanto o no sólo el presente, sino lo que sigue. Así como las guerras han legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, desde el alambre de púas hasta las centrales nucleares, de la misma manera es muy probable que se buscará continuar, incluso después de la emergencia sanitaria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar antes: que las universidades y las escuelas cierren y sólo den lecciones en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto —todo contagio— entre los seres humanos.”   (Agamben, Giorgio. Aclaraciones, 2020, encontrado en https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=1364&fbclid=IwAR02HkN_6gJhsvNRDceDiwL7ZcJmDtEcgu2PlUj1r_jXX2qIVccXewlbC5E)

Frente a esta situación la cuarentena y las medidas para protegerse del Covid-19 deben responder exclusivamente a especialistas médicos –no a los criterio políticos o gubernamentales propios de toda autoridad y de los intereses corporativos que han demostrado su capacidad de corromper toda “neutralidad” institucional- pero también a la auto-responsabilidad como principio preferible a cualquier exacerbación de una estado de excepción. El miedo es un instinto de supervivencia, de defensa de la vida –que en nuestro caso humano es defensa de la vida social-, en última instancia debe ser oposición a la guerra. Al sacrificar voluntariamente la sociedad, el poder convierte al miedo en una patología, en pánico, en un virus que nace cuando comienza la cuarentena, y que es sustentado por la nueva economía digital que desde la extracción de datos y la masificación de la información y comunicación parece generar los insumos necesarios para imaginarnos un nuevo totalitarismo en el mundo actual. No sólo necesitamos un sistema inmunológico fuerte para protegernos del Covid-19, también para evadir del pánico, para seguir manteniendo y defendiendo la sociedad de la forma más autónoma y democrática posible.



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Miguel Denis


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