Monseñor... No se haga el Pendejo


Estudié mis seis años de primaria en un colegio de curas franciscanos. Estas son las vainas que nunca pude entender de un papá marxista. Pero, bueno, no lamento en absoluto haber estado allí. Eran jodedores y mi rendimiento se veía forzado por unos cuantos cachetones, un jalón de oreja y más de un coscorrón que estaban condimentados con una mentada de madre en privado (alabado sea el Señor que nos permite mentarla en pensamiento). Tampoco lamento haber descubierto las diferencias entre ser comunista y lo que dicen algunos, son los comunistas; pues en mi catecismo de quinto repudiaban a quien pregonaba estas ideas “extrañas” y se le comparaba poco menos que con el anticristo. Yo dormité en las rodillas de mi padre, mientras hablaba de la dictadura del proletariado y no deja uno de sentir rechazo hacia un librito (catecismo o no) que condenara a quien yo he considerado mi guía y que, para remate era mi papá. De allí que pude diferenciar a muy corta edad, de donde provenía la mentira; por lo menos en lo concerniente a las ideas de un ser humano, tratando de navegar en medio de toda esa parafernalia religiosa y evitar una excomunión que me excluyera de mis amigos de clase. Recuerdo como si fuera hoy, cuando me anunciaron que todos debíamos hacer la Primera Comunión. El peo era si yo estaba o no bautizado, cuestión que pude resolver eficazmente al preguntarle a mi madre si recordaba este sacro ejercicio de la iglesia que nos libera del pecado original. ¿Bautizado? ¡No mijo! – fue la respuesta. Aquí se me presentó otro dilema. Antes no se pedía acta de bautismo; solo se nos preguntaba si habíamos sido bautizados. Mi dilema giraba en torno a dos cosas: Una, como decirle al cura que no había sido bautizado y exponerme a que lo hicieran delante de todos mis compañeros; y dos, quitarme este peo de encima sin tener que revelarlo. Nadie más lo sabía. Solo mis padres, mis hermanos y yo. Por supuesto, si elegía esta última opción mi primera confesión estaría incompleta. Sin embargo, esto de la “primera confesión” no era un requisito elemental que todos cumpliéramos a rajatabla. Previo a este acto de confesión o intromisión de los curas en nuestra vida privada, ya habíamos discutido lo que diríamos en esa pequeña casita de madera. “Confieso que he dicho groserías, confieso que he robado unas latas de leche condensada en el mercado de Rijo, confieso que he mentido (este lo repetíamos dos veces... porsia) y, para no ahondar sobre esas cosillas sexuales de la preadolescencia, he tenido malos pensamientos”. Por cierto, gracias a Dios, nos encontramos con un cura que quería salir rápido de esa fila de mocosos y remataba todo con una penitencia de cuatro padrenuestros y dos avemarías... ¡hala, venga el otro!... Llegó el gran día y comulgué sin haber bautizado, con mi pantalón corto azul marino dominguero y mi camisa blanca estrenada en diciembre.

Como dice Silvio Rodríguez, “luego me fui enredando en más asuntos...” y aquel episodio murió en mi memoria y solo lo rescato como anécdota para mis hijos. De esos tiempos a esta parte, leí a Cardenal, a Frei Betto y me impresionó el asesinato de Arnulfo Romero. Me reconcilié con la iglesia de Vives y ahora, después de leer el artículo de Odila María Clement, me sorprendí con un nudo en la garganta por su descripción de Matías Camuñas. De vez en cuando se me ocurre visitar alguna iglesia; incluso, se me ocurre rezar de vez en cuando en una de ellas. No dejo de preguntarme cuan pecador fui al saltarme uno de sus ritos más importantes. Pero, cuando veo a un Cardenal Velasco mentir descaradamente y afirmar que solo “firmó un papel en blanco” o que no sabía lo que estaba firmando o, quizás, que su memoria estaba medio jodida por la rapidez de los acontecimientos y se vio obligado a estampar su rúbrica en un vulgar golpe de estado; allí es donde me preocupa el enorme trabajo de nuestro Señor, para poder perdonar a sus propios representantes en la tierra. Mi pecado original no es un coño comparado con la firma que respaldó los muertos de Puente Llaguno. Escriba Balaguer, esto sin que su eminencia sea jesuita, debe estar muy orgulloso de su apoyo al fascismo y el Opus Dei se ha estado gastando sus buenos reales para que su excelencia, el Cardenal, resucite de entre los muertos.

Ciertamente, me he reconciliado con la iglesia de manga corta y no puedo pedir perdón por haber desconfiado de un Cristo pregonado por sotanas de casimir inglés y crucifijo de oro. O aquel Cristo que exhibía Mikel De Viana en plena celebración del día 12, cuando desvergonzadamente aclaraba en cámara que siempre se supo que “él era adeco” y que ese era un gobierno que había llegado “limpiamente al poder”. Es a esta iglesia a la que desprecio y ni siquiera es por considerarme afecto al proceso. Solo entiendo que Dios no se negocia; Cristo no se negocia; en consecuencia, esta Patria ¡Carajo! No se negocia. Que no pidan respeto a sus sotanas; que el pueblo está en la calle acompañando a los curas que no negocian con el evangelio.

Monseñor, no se haga el pendejo...

msilvaga@yahoo.com




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Mario Silva García

Comunicador social. Ex-miembro y caricaturista de Aporrea.org. Revolucionó el periodismo de opinión y denuncia contra la derecha con la publicación de su columna "La Hojilla" en Aporrea a partir de 2004, para luego llevarla a mayores audiencias y con nuevo empuje, a través de VTV con "La Hojilla en TV".

 mariosilvagarcia1959@gmail.com      @LaHojillaenTV

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