Otra palada de tierra

—A compai, este gobiernito le echó otra palá de tierra a su propia tumba.

Se la pasan cavando su propia fosa.

—A pues, excavan hondo y con ganas. Lo que medio hacen con las manos lo esfaratan con las patas.

Así mesmo son ellos.

—Se echan la soga al cuello y con gusto. Estos chavecos hacen todo lo posible para que los tumben y ná.

Qué le parece.

—Si es que andan todos esguarabelaos, como esos borrachitos que van pa´llá y pa´cá, y se tropiezan pero nada que se caen. ¿Por qué será?

—Parece que les hubiesen echao una maldición ahí en el gobierno. Ninguno sirve pa´ná y ahí están. ¿Será que los otros son piores que éstos? ¿O será que hemos decidido sin saberlo quedarnos de brazos cruzados y permitir que estos muérganos logren arrebatarnos lo poco que nos queda?

—Puede ser. O será que al ministrico de guerra interior nadie lo quiere y no puede dejar que el mostachudo caiga porque se lo llevan por los cachos a él.

—Lo que no sirve y estos son lo mismo.

—Lo que sirven es pa´ meterle terror a la gente. Aplicando la del camarada Stalin y Beria, que lo que hacían era pasar por el páramo a quien se les atravesara.

La está guarandinga de este gobierno la van terminar llamando la revolución sepulturera, porque lleva más muertos que la Guerra de Independencia.

—Ná guará, es seis años han matao a más gente que todos los gobiernos anteriores. Son unos zamuros pa´ gustarle la carroña.

—Usted como que tiene hoy la lengua como una hojilla.

—Es que la calentera es mucha, compai. Cómo mataron al Capitán, que Dios lo tenga en su gloria. A mansalva lo hicieron.

Y vienen y le dicen al inútil del fiscalete de la nada que abra una averiguación. Que va averiguar ese, si es un vendio.

—Hasta la canoa y que se. Mire es que esto cada día parece que fuese a ser lo último, pero la cosa es que no para. Cada mañana que amanece uno dice llegamos al fondo. Pero ¡Que va! A lo que transcurre el día el pato macho aparece de nuevo con una peor.

—Es que todos los días están escavando su tumba, en estos días van a salir por la China de lo hondo que es el hueco.

Y cantan que los entierren jondo.

—Pero parece que nadie los quiere tumbar. Por eso dijo yo, que es como una maldición. Para que la gente les agarre más odio.

Usted le pregunta a cualquiera en la calle que le parece estos chavecos y la gente arruga la cara.

Mire el otro día vi a la comadre Rosa que iba pasando frente a la iglesia y esa mujer persignándose, ¿de cuándo acá? Me dijo yo. Y le pregunto, ¿comadre desde cuando está usted tan devota? Y ella va y me responde: «es para ver si el Altísimo me perdona de tantas mentadas que le he dado a aquel». Dígame usted, a lo que ha llegado la gente.

—Es que se juntaron el hambre con las ganas de comer. Como usted dice, a este abismo no se le ve fondo.

Yo estoy convencido que estos chevecos quieren que les den el golpe para quedar como mártires, y de allí inventarse un cuento a su conveniencia. Es que hacen todo para eso, fíjese usted.

—Yo, compai, también he terminao por pensar lo mismo. Pero como a estos les dan por el codo y tiran pa´ la boca. Cómo van chorear fuera del coroto, si son tramperos.

Es todo lo que saben hacer.

—Deben estar acumulando lo suyo por ahí. Ese oro que sale sin que nadie lo anote en los libros de registro, a alguna parte va a parar. Esos deben tener unas múcuras llenas hasta la misma boca de real.

—Porque de la boca pa´fuera no les gustan ni los dólares ni los euros, pero póngale uno cerca pa´ que vea que las uñas le sacan candela cuando lo arrebatan.

¿Qué más tendrán que hacer estos pa´ que los saquen? Todos los días se inventan una, pero nada.

—Con este asesinato y todos los anteriores no tienen perdón de Dios. El agua bendita van a tener que echársela por baldes, a ver si les perdonan los pecados.

—Mientras tanto uno no la está pasando color de rosa. ¿Quién los defenderá? ¿Habrá algún salio que tenga argumentos para defenderlos?

—A lo mejor aquel de Maracaibo, que escribe maravillas. Y eso porque creo está en una embajada en Europa. Así quién no.

—Amanecerá y veremos. Esto está dos stray y cero bolas.

Le iba a decir que me acompañara, pero lo veo como encalamucao con este paramito que está cayendo. Mejor quédese aquí.

Y le dijo: Por ahora, apriete.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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Obed Delfín


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