Alquimia Política

Malaventura

Las Santas Escrituras no solamente constituyen un libro de reflexión personal y de visión proyectiva de la vida y del espíritu que desde esa vida se hace acción hacia los semejantes. En el Antigua Testamento sobresale el libro de Isaías, uno de los principales profetas junto a Jeremías, Ezequiel y Daniel. La colección de escritos de Isaías, nombre que en hebreo significa “el señor salva”, surgen en una época política cargado de angustia y la amenaza incipiente de un imperialismo conquistador. En el año 745 antes de Cristo (a.C.), sube al Trono Tiglat Piléser III, el cual con su ejército somete a pueblos y les carga con altos impuestos; sus sucesores Salmanazar y Senaquerib, siguen con sus políticas de conquista y van labrando en el profeta su percepción de un mundo hostil, aislado del camino de Dios.

En ese camino de conquistas cae el pueblo de Israel, cuya capital Sumaria es tomada en el 722 a.C., sucediendo un desmembramiento del pueblo israelita y la ocupación de sus territorios por colonos extranjeros que vinieron a alterar el modo de vida y de creencias de las gentes. Esta realidad la vio Isaías y la fue plasmando en sus reflexiones. Su talento de poeta lo centra en una postura fundamental, cargada de una fuerza especial en el manejo de la palabra escrita, transmitiendo la experiencia y la verdad, sin descuidar las aspiraciones y sueños de las gentes.

¿Qué se encuentra en Isaías? Un mensaje de santidad y del poder universal de un Dios que domina a través de la justicia, doblegando el orgullo de los conquistadores y labrando el horizonte en el marco de la paz y la entrega al valor excelso de la palabra santificada por las obras de bien y de redención al propio ser humano. Esto nos lleva a considerar en Isaías su capítulo 10, versículos 1-4, en donde expresa: “¡Ay de los que decretan/leyes injustas,/ de los notarios/ que registran vejaciones,/que dejan sin defensa/ al desamparado/y niegan sus derechos/a los pobres de mi pueblo/que hacen su presa de las viudas/y saquean a los huérfanos!/¿Qué harán el día de la cuenta,/cuando la tormenta lejana/ se eche encima?/¿A quién acudirán buscando auxilio / y dónde depositarán su fortuna, /para no ir encorvados/ con los prisioneros/ y no caer con los asesinados?/ Y, con todo, no se aplaca su ira, / sigue extendida su mano./”

En este escrito, Isaías nos hace referencia a que el peor mal que puede pasar es una sociedad, cuando sus grupos de liderazgo desvían a sus seguidores y en vez de buscar la justicia y la equidad, se vulnera a los más pobres y huérfanos imponiendo que defiendan intereses que nunca les reportará beneficio o beneplácito algunos al pueblo. Ser guiados como borregos tiene su castigo, todo líder que se valga de esa intención terminará rindiendo cuentas y pagando sus acciones.

En las santas escrituras también se hace alusión, ya en el Nuevo Testamento a esta realidad de vida; en Matea 15-14, se hace alusión a unos fariseos y letrados que le preguntan a Jesús: “…¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los mayores? Pues no se lavan las manos antes de comer…” En respuesta Jesús dice: “¿Y por qué ustedes quebrantan el precepto de Dios en nombre de su tradición?/ Pues Dios mandó: Sustenta a tu padre y a tu madre. El que abandona a su padre o a su madre debe ser condenado a muerte. Ustedes, en cambio, dicen: Si uno comunica a su padre o a su madre que los bienes que tenía para ayudarlos han sido ofrecidos al templo, queda libre de la obligación de sustentarlos. Y así en nombre de su tradición ustedes validan el precepto de Dios. / ¡Hipócritas! Qué bien profetizó de ustedes Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra/ con los labios, /pero su corazón está lejos de mí; /el culto que me dan es inútil, /pues la doctrina que enseñan/ son preceptos humanos…”

Es decir, que para pequeños grupos el pecado se reducía a las simples transgresiones higiénicas, alimentarias y étnicas; pero incumplían el verdadero sentido del respeto a las leyes y normas de la tradición que es preservar la identidad del pueblo y los valores inmateriales y materiales que están ahí, en cada persona, pero que los pervierte el adoctrinamiento y las falsas profecías.

En simples palabras, el liderazgo de los hombres no puede estar atado a tradiciones menudas, minimalistas, estériles; debe abarcar tradiciones globales, conducentes a garantizar el triunfo de una vida plena y de bienestar; solamente el cumplimiento de los más profundos valores al hombre y a la vida, permitirá que los pueblos sean guiados con magnanimidad y se minimice o se erradique la corrupción erosiva que hoy nos ha dado respuesta a través de vicisitudes y conflictos. La paz comienza con el respeto a la dignidad humana y con la comprensión de la vida física y la vida espiritual, como correlacionarías de una vida superior en la cual alcancemos la mínima y máxima felicidad.

A grandes rasgos, los que decretan leyes injustas, o los que nos dirigen como ovejas para alcanzar sus más ocultos anhelos o ambiciones; al negar los derechos a los pobres se está faltando a los máximos preceptos de una vida que resguarde lo humano y lo trascendental; obrar con tanta indolencia hace de esos liderazgos una razón de fuerza mayor que desatará la peor de las tormentas y hará de la existencia de estos bárbaros un mar de constante oleaje de ataques y repulsiones que terminará por desterrarlos de la propia naturaleza de la vida y por ende, pagarán con inmensos sufrimientos todo cuanto causen. Esa malaventura está ahí, latente, vital para los que piensan que en este conflicto de poderes en Venezuela podrán pedir perdón en nombre de amnistías y salvoconductos negociados; la mano de Dios los alcanzará, ese es el inevitable camino para quienes destruyen los anhelos y sueños, que son las tradiciones, de los pueblos.


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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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