La misología y los misologos

Misología es una palabra que no se emplea en español. El Dr. Bruni Celli me comentó en una ocasión que él había propuesto el término a la Real Academia para que lo incluyeran en el diccionario, creo que aún no ha sido reconocida.

El término, en cuestión, es una palabra compuesta miso-logia. Que se puede traducir como: odio a la razón; odio a la palabra; odio a razonar: odio al diálogo… Como vemos la misma está en el fundamento de la intolerancia, el racismo, el totalitarismo de derecha o izquierda, la segregación y en todas aquellas actitudes que niegan al otro y no lo reconocen.

La palabra es usada por Platón en «República». Donde hace referencia a esta condición que no permite la comunicación entre los individuos e imposibilita la construcción de la ciudad y de la ciudadanía. Si de algo se ha estado padeciendo en Venezuela, durante estos últimos veinte años, es precisamente de misología.

Los adeptos a las tendencias políticas en pugna se adversan y niegan la existencia del otro. Ambos se han convertido con esta actitud en misologos. Pues, niegan la posibilidad, a través del odio, toda posibilidad al diálogo y a la razón. Lo que se quiere es venganza. Se han vuelto intolerantes unos contra el otro. De allí, que haya triunfado tan fácilmente la perversa tesis de la «polarización»; cuando, en verdad, ésta ha sido una mera manipulación.

Los comentarios que se pueden leer en las diversas redes sociales están cargados de odio. No hay política, lo que hay es el deseo de exterminar al otro. De esto se han encargado los políticos con sus discursos de intolerancia y los profesionales de la discordia que por todos lados siembran cizaña entre la población. Y la población padeciendo el mal gobierno ha terminado por hacer del odio algo natural.

En vez de política lo que se hace es misología. Lo que se hace es fomentar la oposición feroz entre los ciudadanos. Que andan indefensos y atemorizados ante los otros, no importa si lo conocen o no. El otro es sencillamente un enemigo, al cual hay que arrasar. Nos negamos aunque sea mínimamente al intento de hablar, nos encerramos en nosotros mismos para no oír a los otros. Esto es parte de la amargura que vemos en la población.

El venezolano era hasta hace poco un sujeto extrovertido en los espacios comunes, habla con todo el mundo y todo el mundo opinaba. Había cierta tolerancia. Con la llegada de Chávez Frías al poder, ya no se podía opinar porque inmediatamente se era etiquetado o de «chavista» o «escuálido», ambos términos usados de forma peyorativa y ofensiva.

Cualquier intento de razonar era echado a un lado. No se aceptaba ni se acepta aún la posible neutralidad, ésta ha sido y es vista con malos ojos. Algún profesional de la discordia y de la cizaña bautizó a esta tercera parte de la población como «ni ni»; un término, tal vez, más despreciativo y ofensivo que los dos anteriores. Puesto que, esta parte de la población no les daba la razón ni se ponía de parte de ninguna de las dos partes. Esto era y es inaceptable para los misologos.

A esta tercera parte de la población se la hizo invisible. Ambas partes la negaron en su totalidad y han sido tratados como parias. Le han negado su existencia. Por ello, el triunfo de la «polarización». Porque ésta niega que ha habido un tercer segmento, y muy grande, que disiente de la forma perversa de hacer política mal sana. Política que ha conducido al odio y al resentimiento.

En Venezuela, se ha instaurado la «era del resentimiento» fundada en la misología. Todo aquel discurso del venezolano como un pueblo amistoso y abierto se ha diluido en el odio; en la instauración, como titula Pankaj Mishra su libro, «la edad de la ira». Eso es lo que ha sembrado y cosechado el discurso político intolerante tanto de izquierda como de derecha en Venezuela.

La misología y los misologos han triunfado y dirigen los designios de la República. Nada bueno puede resultar de esta práctica, aunque la misma la pinten de rosado y la intenten endulzar. Por esta razón, es que en todos estos años ha sido imposible la posibilidad del diálogo. Nadie lo quiere. Ni los políticos ni sus adeptos, estos últimos porque se considerarían engañados, porque es están natural odiar y negar al otro que no hay otra forma se poner la mirada despreciativa sobre aquellos.



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Obed Delfín


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