¿Está el corazón de Maduro poseído por Mammona? (II)

"Sea maldito aquel que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que es afecto a la avaricia: el primero, en efecto, se postra frente a lo falso e inútil, el otro lleva en sí la imagen de la riqueza, como un simulacro"

Evagrio

"¿Te produce gran placer el esplendor del oro y no sientes el grito del pobre detrás de ti? Eres inflexible e implacable. Ves oro por doquier, el oro es objeto de tus sueños cuando duermes y lo deseas cuando estás despierto. Es más fácil que tú te des cuenta del oro, antes que del sol que brilla. ¿Qué no serías capaz de inventar con tal de acumular oro? Pero ¿qué ventaja te reportan estas riquezas que después mantienes encerradas? Los ricos se parecen a esa persona que va al teatro y quieren impedir que también los otros entren, considerando que está reservado solo a él aquello que se ofrece a todos."

San Basilio el Grande

"Lo que mediante el dinero es para mí, lo que puedo pagar, es decir, lo que el dinero puede comprar, eso soy yo, el poseedor del dinero. La cualidades del dinero son mis [del poseedor] cualidades y fuerzas esenciales. Lo que soy y lo que puedo no están determinados en modo alguno por mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprar la mujer más bella. Luego no soy feo, pues el efecto de la fealdad, su fuerza ahuyentadora es aniquilada por el dinero. Según mi individualidad soy tullido, pero el dinero me procura veinticuatro pies, luego no soy tullido; soy un hombre malo, sin honor, sin conciencia y sin ingenio, pero se honra al dinero, luego también a su poseedor. El dinero es el bien supremo, luego es bueno su poseedor; el dinero me evita además la molestia de ser deshonesto, luego se presume que soy honesto; soy estúpido, pero el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas, ¿cómo podría carecer de ingenio su poseedor?"

Karl Marx

"El fracaso de la inteligencia aparece cuando nada puede apearle del burro, cuando una creencia resulta invulnerable a la crítica o los hechos que la contradicen, cuando no se aprende de la experiencia, cuando se convierte en un módulo encapsulado. Los psiquiatras saben que muchas patologías se caracterizan por estas seguridades erróneas e invencibles. Las alucinaciones son un caso claro. El paciente oye lo que oye y nadie puede convencerle de que su experiencia no tiene un desencadenante real."

José Antonio Marina

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(Fotos tomadas de la WEB)

I. Introducción

Una sencilla historia o leyenda de China puede servir de ejemplo mejor que un tratado de filosofía sobre los efectos deformantes del dinero. El sabio chino Lao Tze, fundador del taoísmo (s. VI a. C.), cuenta una escena muy significativa sobre los efectos de ceguera mental que puede causar el dinero. Es la narración de un hombre obsesionado y obcecado por ese objeto.

Este hombre, de nombre Tsi, era ávido de riquezas y apasionadamente seducido por el dinero. Una mañana, a pleno sol, va al mercado, vio un banco de cambio de monedas, las observó atentamente y quedó deslumbrado; las robó y echó a correr tan campante. Pero inmediatamente un policía fue detrás de él, lo detuvo y le preguntó: "¿Cómo se te ha podido ocurrir robar ese dinero y huir sin ser visto?". Tsi respondió: "Es que mientras robaba el dinero, yo no veía a la gente, veía solo el dinero".

Esta breve narración demuestra cómo el dinero ofusca tanto la mente que oculta la presencia de las demás personas y de lo que le rodea. Instiga a robar sin percatarse del mismo hecho de robar y de que puede ser víctima inmediata de ese acto delictivo. El dinero tiene la capacidad de seducir a una persona de tal manera que le impide ver lo que hace y oír los clamores de los demás. Es decir, puede hacernos ciegos y sordos a la presencia y reclamo de los otros, romper las relaciones con los hombres y con las cosas.

Yo puedo poseer el dinero, pero el dinero me puede poseer a mí. El dinero tiene tal poder invasor sor en la persona, que le estimula los deseos más desproporcionados y le empuja a las acciones más disparatadas.

Los grandes poderes económicos se suelen hipostasiar y tienen la propensión de transformarse en fuerzas mágicas o en ídolos que necesitan ser adorados. Ofrecen una sugestión fascinante y a veces diabólica. Mefistófeles propone al emperador fabricar papel moneda para dominar el mundo. Así de sencillo. Cuando Satanás tienta a Jesús en el desierto le dice: "Todo esto te daré. Si me rindes homenaje todo será tuyo" (Lucas 4,7). Satanás y las fuerzas satánicas siempre intervienen exagerando y deformando la realidad. Ofrecer todo resulta una oferta excesiva y evidentemente desmesurada, pero la fuerza de la seducción y el deseo de grandeza permanecen ocultos a la mirada de la vanidad y al afán de grandeza. Por eso, es fácil ceder al deseo y emprender el viaje que él nos propone.

A Jesús no se le escapa la trampa que se le ofrece y desenmascara la capacidad demoniaca que encierran las exageradas posesiones. En el Evangelio se presenta el dinero como algo personificado. Jesús declara que el dinero es una potencia, más aún, un dios:

"Ninguno puede servir a dos señores: u odiará a uno y amará al otro, o apoyará a uno y despreciará al otro; no podéis servir a Dios y al dinero" (Lucas 16,12-13).

Ese dios menor, al que se adora como un inmenso bienhechor. Aquí, el dinero no es tanto un medio sino un fin, una realidad personalizada que impone las leyes de su poderío. El dinero exige fe y confianza en él, y se transforma en pasaporte de seguridad para la realización de los sueños más deseados en el prestigio social y en las ambiciones personales. Lo que el diablo ofrece no es el mundo real sino la ilusión de un mundo presentado a la medida de la fantasía creadora. La ilusión por su misma naturaleza es irrealizable, pero sirve de marco a la vanidad, y vanidad significa «vano», es decir, «vacío». Solo lo vano puede ser atraído ciegamente por la ilusión, que carece de contenido. Y, si hay una fuerza en la vida humana capaz de alimentar la ilusión, esa es el dinero. La moneda, además de servir como intercambio en la vida ordinaria, estimula y fomenta los deseos para alcanzar los placeres con la posesión de las cosas y la realización de los caprichos. El dinero tiene un poder tal de fascinación que logra concentrar en él toda la atención del poseedor e impide ver a los otros y a las cosas que no estén al servicio del propio interés. Como le sucedió a Tsi, el protagonista de la narración china.

II. ¿Maduro un Idolatra?

No debemos olvidar una de las afirmaciones más frecuentes en la profecía cristiana: ¡que una actitud idolátrica ante las riquezas es nuestra perdición, un virus espantoso capaz de conducirnos a la peor de las muertes! Tampoco una advertencia del gran maestro espiritual Evagrio: "la avaricia es la raíz de todos los males y de las demás pasiones". Y, consecuentemente, exhortaba a extirpar de raíz la avaricia, para que así retrocedieran las malas pasiones

Hoy somos alertados sobre la perversidad adictiva del alcohol, las drogas, el tabaco, ciertos juegos; pero ¿quién nos alerta sobre los peligros que conlleva la riqueza y su capacidad adictiva? Todos estamos más o menos implicados en el asunto. Las posibilidades que el dinero y los bienes materiales ofrecen, ejercen sobre nosotros una secreta fascinación tal, que fácilmente lo adoramos, aunque nos cueste mucho reconocerlo y tomar conciencia de ello.

Además de esa capacidad adictiva, el amor a las riquezas es destructivo-, quienes se dejan llevar por la codicia fácilmente ven surgir en sí mismos tendencias asesinas, homicidas.

El dinero, la riqueza, el tener, pueden convertirse en un dios, o pueden ser convertidos por nosotros en dioses, realidades absolutas que se adoran. Parecería increíble pero así es. La historia lo demuestra. El ansia de posesión es tan fuerte, que puede convertirse en una religión. El Dios se llama "Mammón". Y en torno a él gira un culto al dinero que tiene múltiples expresiones y una pseudo-ética regida por el ansia de tener y poseer.

Los mitos ofrecen magistralmente ese tanto de universal que existe en cada persona. El mito del Rey Midas es un ejemplo alucinante de la ilusión que ejerce el tener hasta anular el ser y transformar la realidad en la más necia deformación. Este mito enseña que los seres humanos tienen que tener mucho cuidado con sus deseos, porque pueden hacer realidad y destruir a quien los tiene. La ambición desmesurada es un gran peligro, que puede traer consecuencias desastrosas a los ambiciosos del dinero y de las posesiones, transformando en esclavos a los que pretendían ser emperadores.

Sobre este mito se han dado varias versiones, pero el mensaje central está muy claro y es aleccionador. Midas, de origen campesino, creció obsesionado por las riquezas y llegó a ser rey de Frigia. Lo que le hacía más feliz era la posesión del oro. Todos los días contaba sus monedas como juego de diversión. Parte del mito narra que un día el rey Midas ofreció un gran banquete a Dioniso o Baco, el dios del vino. Parece ser que todo ello se desarrolló con gran satisfacción y alegría de ambos entre excelentes manjares, risas y mejor humor. Como agradecimiento a la hospitalidad y generosidad del anfitrión, Baco o Dioniso dijo al rey que podía expresar su mayor deseo, porque sería complacido. Obsesionado como estaba Midas con el dinero, le pidió que se convirtiera en oro todo aquello que él tocara, pensando que tal deseo sería imposible de poder satisfacer.

Baco quedó bastante decepcionado de esa petición, pues el rey era muy rico, pero ante la insistencia de este se lo concedió, dada la promesa y el deseo de Midas. Este, al ver al dios Baco que ya partía y se alejaba con el caballo, levantó la mano para saludarlo y con sus dedos rozó la rama de un árbol, que se transformó en oro. Ante este hecho maravilloso, corrió contento por su palacio y todos los objetos que tocaba, incluso su perro, se convertían en oro. Lleno de inmensa alegría preparó un gran banquete para celebrarlo. Pero, al tocar tanto los alimentos como las bebidas, se convertían en oro. Incluso fue a abrazar a su hija, que se convirtió en el ansiado metal.

Entonces se percató de que con ello no podía comer ni beber y se moría de hambre y de sed. Que así no podía vivir. Desesperado, rogó a Baco que lo liberara de aquel desastroso deseo, quien lo aconsejó que se lavara en el río Pactolo. Así lo hizo y se liberó de aquel poder misterioso. Concluye el mito diciendo que Midas recuperó la vida normal, dejó el palacio y se retiró a una cabaña con su hija y las flores, sintiéndose muy feliz por el tesoro que allí tenía, sobre todo con el amor de su hija.

Todo el oro acumulado, que deseaba Midas, estuvo a punto de matarlo. Su ansia de poseer fue su mismo castigo. Los intereses materiales ahogaban las energías de su espíritu. Parece ser que su padre era un sátiro y de él recibió las fuerzas pasionales que dominarían su espíritu a lo largo de su vida. De niño las hormigas subían hasta su cuna, depositando en sus labios granos de trigo, y en ello vieron los adivinos su futuro de prosperidad y riquezas. Midas logró ser inmensamente rico, creyendo encontrar en el oro ilimitado su vida ilimitada y la capacidad de dominar todo a su alrededor. El preciado y deseado oro, símbolo del tener y del poder y extraordinario medio para satisfacer todos los deseos y dominar sin control, se pudo convertir en el dorado mausoleo de su tumba.

Desde una interpretación psicológica pueden sacarse conclusiones profundas de este mito. Escribe Paul Diel, en su libro El simbolismo en la mitología griega, que

"..el desgraciado [Midas] pide la extrema riqueza, medio de acceso a todos los placeres. Deseo de que todo lo que toque, se transforme en oro. El estúpido anhelo incluye en sí mismo su castigo: el pan que toca sufre también la transformación nefasta. Esa desventura simboliza el castigo que padece el hombre que no desea más que la riqueza. Víctima de un empobrecimiento de intensidad vital, se expone a perder gradualmente la capacidad de gozar de lo que confunde con la fortuna. Está amenazado de morir de hambre por el oro. La muerte corporal por inanición es el símbolo de la muerte del alma por falta de alimento espiritual"

En el deseo desproporcionado del poseer, el espíritu se trivializa, desciende a la materia y con ella y en ella se cosifica. El hombre queda así hecho cosa entre las cosas. Ha dejado de ser persona.

Midas, en la medida que va tocando objetos y seres, los va convirtiendo en oro, pero al mismo tiempo logra el milagro a la inversa, que se va cosificando en las cosas que toca. Con el multiplicar del oro, aumenta su vanidad y ambición ilimitadas de poseer lo que el dios Baco le había concedido. Pero, en vez de recrear los objetos y vivirlos, los desnaturaliza y deforma, y con ello se desnaturaliza y destruye a sí mismo. Al final, el mundo de las cosas deja de ser servible y se pone al servicio de su proyección imaginaria. La ambición destruye al ambicioso y su vida ha quedado cosificada, porque su espíritu se petrificó con el desvarío de su fantasía, descontrolada en los medios que debieran conducir al fin de una vida en orden.

La ambición se vuelve contra el propio ambicioso. En el rey Midas todo se convertía en oro por arte de birlibirloque, hasta hacerle imposible la existencia. Pero en la vida real la pasión por el dinero fácilmente invita y estimula a la injusticia, obcecando e incitando el recurso a la corrupción. El «todo vale» para beneficiarse infecciona las reglas sociales y opaca la mirada de quien lo practica. En el mundo globalizado, la codicia, el engaño y la corrupción suelen ser las reglas del juego sucio, para alcanzar que los deseos desenfrenados se transformen en realidad deformada y alienante. Los Midas modernos, cegados por la ambición desmesurada, juegan a ser ricos en el mundo globalizado, donde las redes multinacionales, las mafias organizadas y los entresijos de la economía compleja esconden los deseos más desproporcionados y deformantes con desastrosos efectos en no pocos sectores de la sociedad.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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