¿Cómo es eso qué a mí no me invitaron a la boda real de Inglaterra?

Posiblemente, éste ha sido el mayor fraude del mundo que ese mundo de príncipes envalentonados, dentro de una realeza real en la mera Inglaterra: me haya dejado por fuera a mí, que vivo de entusiasmo y muero de hambre entre tantas injusticias que absorbe mi vista y me desilusiono de tantos desencantos en esa tórrida fortuna de no nacer con sangre azul como un mismo pendejo dentro del populacho que afea la sociedad de la alcurnia sin lustro que, con mi pabellón de tristeza me incomoda hasta en el modo de caminar dentro de una democracia nada participativa, selecta y olvidadiza, divinizada dentro de un cuento de hadas que no encaja en la atención del cuento de un cuento de las mil y una noches que hirien las tripas de mis entrañas de tristeza lujuriosa que, no es para menos, al verme hoy abandonado cuando el mundo celebra el matrimonio del siglo del príncipe Harry y Meghan que con punzantes sacudidas de vapores de la fantasía, se ventila una unión en el Castillo de Windsor, dentro de la recurrida y aburrida majestuosidad del capitalismo en acción de unir dos corazones que bien temprano o, tarde vagarán por los cielos de lo espléndido de la imaginación, en que cada invitado se transformará en lo que yo no puedo hacerlo, alejado del porvenir de los que se dan la buena vida y han de alcanzar el cielo de la más fácil, sí el cielo del poder con un estándar de obstinación nada visto en el plano vivencial de los pobres, que como seres repugnantes nos corresponde vivir, tirados en el olvido.

Juro que estoy mal, sí, Amaranta es cierto, sé que tú no estás satisfecha, ni truculenta de felicidad al acercarte a la oposición de los vientres benditos que nacen con la felicidad del mundo a sus pies, que no te tomaron en cuenta con ese apellido que nos presenta como seres que están lejos de alcanzar el estatus de la indolencia real, por lo que lamento con trinos disparejos que a los Rojas nos han vulnerado dentro del paquete de los que no asistiremos a esa boda encapuchada de grandeza: de los un mil quinientos honores que no pasan desapercibido como nosotros que morimos al nacer sin fama para el entierro que nunca sabremos para qué nacimos. Metidos como estamos en este tercer mundo de nunca acabar como pétalos de una flor que no renace en la riberas de nuestro árbol genealógico como patarucos sin pedigrí, feos y prolijos con defectos de marca y, más ahora que Venezuela no sabe de qué palo la van ahorcar de tanta afrenta que nos han acomodado que escapar de ella no será como una boda real, más irreal de inconformidades que no hay nivel de emoción que nos ajuste en la escala católica que todos somos iguales, yo te aviso.

Estoy defecando herido de ese tumulto congruente que me tiene anclado de desprestigio insomne en que una boda sin candelabros de acción popular, desparrama al mundo de una entonación difícil de acentuar cuando los vasos de la comunicación se han desbordado sin que la tierra tiemble por ese volcán que hace tiempo entró en ebullición de compartir los sueños de todo soñador que vive desierto de la paz que, hoy día los ingleses anglosajones respiran, perfumados por un majestuoso romance que le dará al mundo las llaves de un lujoso y avasallante estrépito que pone en agonía familiar al mundo que muere de envidia de pasiones.

Y, lo que más me molesta y sacude mi imaginación de intrigas es que, Julio Borge, María Corina, Lilian Tintori, Antonio Ledezma y Baltazar Porras entre otros estén entre los afortunados visitantes de esa monumental boda que me encoge más de rabia, en que ellos puedan asistir y yo no, ¿te das cuenta, Amaranta, por qué respiro por la herida? Y, he tenido que dejar a medias, el bachaqueo de lo que vivo, para salirle al paso a ese rechazo que hoy descubro que soy más desconocido de lo que me imaginaba. Por lo que mi terquedad de igualdad reventó las cadenas de mi soledad y me trancaron más como un estupefaciente de mi inconformismo, por lo que hoy provocó a la realeza con no querer nacer si lo he de hacer como otro realengo apátrida sin sangre azul, lo que determina mi pasión de no volver a ser pobre sin un tutelaje de dignidad que me incite a vivir de menos egoísmos y concentrarme más a no ser lo mismo, ¡ni que lo quiera Dios, ni Inglaterra tampoco! Perdido como estoy en este mundo de ansiedades nada compartidas, que me desangra de aflicciones de no ser por lo menos el padrino de esa boda en vez de estar pensando en salir a votar, para seguir como un demócrata, lo que para los amos el mundo sea un acto "ilegal" de una "farsa" que no se acerca a esa boda real, ni que la CEV nos bañe de bendiciones, yo por lo menos como un desconocido más: moriré de rabia estítica como rabioso estoy.

Y, digo como pudiera decir, parece ser que el mundo es un revoltillo de estupideces, viviendo entre príncipes y posibles princesas como lágrimas de encanto. ¡Vaya: razón, para vivir! Diría un gallego de paseo celestial, atornillado de ira.

Y, lo más complicado de lo real maravilloso: entrecortado de sutilezas si alguna vez pensaron los futuros esposos venirse a Venezuela a peregrinar de su unión en una luna de miel que como la luna de Margarita no hay, pudo entre reflejos: el mando imperial imponer como nos ha impuesto Trump la tortura de vetos que, ni en sueños piséis esa tierra tiránica, desierta y encapotada como la tienen, los malabaristas de los vende patria que hoy vagan por el mundo pidiendo, un poquito de intervención a sus anchas, para ellos gobernar en paz, sin que lo real inglés se interponga.



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Esteban Rojas


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