Confesión de un Obispo (VII)

Y así continua narrando Monseñor Baltazar Porras su participación en el golpe de Estado contra el Presidente Hugo Chávez en el año 2002.

"Al Presidente le fue comunicado que quedaba bajo custodia de las Fuerzas Armadas y que debía firmar la renuncia tal como habían acordado. Un subalterno le acercó una carpeta. Sin abrirla, preguntó qué contenía. Le dijeron que era el texto de la renuncia para que la firmara. El Presidente ripostó: Ustedes me han cambiado las reglas de juego. Yo le dije a Rosendo y a Hurtado que firmaba la renuncia si me mandaban fuera del país. En eso quedamos. Pero ustedes dicen que quedaré bajo custodia, lo que quiere decir que estaré preso. Tendrán preso a un Presidente electo popularmente. Pero no voy a discutir eso. Ya que he venido hasta aquí, estoy en manos de ustedes para que hagan conmigo lo que quieran. El Presidente señaló que no iba a discutir nada. Pero profirió unas palabras lapidarias: pienso que soy menos problema para ustedes si me dejan salir que si permanezco en el país. Pero ustedes tienen la última palabra. Estas palabras provocaron un murmullo entre el Generalato. Entonces se oyó la voz del General González González quien, con voz de mando señaló: Si los Generales tienen algo que discutir entre ellos que salgan. Así lo hicieron todos. De nuevo quedamos solos los tres. El Presidente a mi izquierda y Mons. Azuaje a mi derecha.

En el fondo del salón, dos o tres soldados de la escolta presidencial. A uno de ellos le pidió un cafecito. Se lo trajeron pero no le gustó y lo apartó. A la solicitud de un cigarrito, se lo dieron, lo encendió y fumó. Conversamos durante un largo rato. Evocaba recuerdos de su niñez, juventud, Escuela Militar y sobre los diversos destinos militares que había tenido. El Presidente no estaba incomunicado, tenía un celular que sonó y respondió. Era su esposa Marisabel a quien le dijo que no se preocupara, que estuviera tranquila, que él estaba bien, que estaba con Mons. Porras y Mons. Azuaje. Luego de un breve diálogo, colocó el celular encima de la mesa. No habían pasado cinco minutos cuando hubo una llamada al celular de Mons. Azuaje. Era nuevamente Marisabel, pidiendo: cuiden a Hugo. Según relató Mons. Azuaje, estaba afligida y sollozando. Llamaba desde Barquisimeto. Después de esa llamada, el Presidente hizo alusión a su niña Rosa Inés y le pidió a Mons. Azuaje que la visitara cuando regresara a Barquisimeto. Entre sus cuitas, nos señaló: Bueno, yo estoy aquí en manos de ellos. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Les he facilitado todas las cosas; aún más, les dije que yo destituía a Diosdado porque sé que no podría quedar al frente, ya que no sería aceptado por todos; les propuse que pusieran en el documento de renuncia la destitución de Diosdado y de todo el gabinete para facilitarles las cosas. Fieles al papel sacerdotal que estábamos desempeñando, dejábamos que él se desahogara, sin contradecirle ni reclamarle nada. Cuando se le quebraba el ánimo y las lágrimas querían aparecer, se ponía los dedos sobre la parte superior de la nariz para contenerlas; y seguía conversando. Relató que había leído el último libro de Og Mandigno, y nos contó sus impresiones sobre el mismo. Pero, el tema de las muertes del día anterior, era el plato fuerte. Él nos repetía que ahora sí iba a tener tiempo para leer y reflexionar, para evaluar su gestión y pensar con calma en el futuro. Hacía alusión a todo lo bueno que había querido hacer. Yo le comenté: ¡Qué lástima terminar con una página como la de hoy, con estas muertes! De una vez ripostó que esas muertes eran de la oposición, de Bandera Roja, Acción Democrática y la Policía Metropolitana (del Alcalde Peña). Entre las muchas cosas que intercambiamos, le dijimos que sacara tiempo para rezar y explayarse ante Dios.

Nos pidió que rezáramos por él. No sé cuanto tiempo duró aquella conversación. Se me antoja que fue prolongada. Probablemente la aurora estaba cercana, aunque en el salón donde nos encontrábamos no había ventanas hacia la calle. Lo que sí hay son cámaras, seguramente de circuito cerrado. De estas grabaciones deben ser las fotos que han circulado, pues no me percaté de que ninguno de los generales tomara fotos. Aparecieron de nuevo los Generales. Esta vez en menor número que en la anterior. El Vicealmirante Héctor Ramírez Pérez le dijo que la decisión del Generalato permanecía inalterable. No salía del país. El Presidente volvió a recordarles que le habían cambiado las reglas de juego y que él quería hacer algunas reflexiones. Un General que se encontraba en la entrada del salón les indicó a los otros, que no era hora de oír reflexiones, sino de comunicarle a la población la nueva situación del país. Jamás y nunca nos imaginamos que era presentar a través de los Medios de Comunicación al Dr. Carmona como nuevo Presidente de la República. Los Generales se retiraron y quedamos solos con el Presidente y unos tres miembros de su custodia personal"



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José M. Ameliach N.


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