La bonita

—Compadre, ¿usted se acuerda de aquella prima que le decían la bonita? —Claro que me acuerdo. —A esa muchacha como le ha ido de mal. Cómo usted sabe a ella se le murió el taita unos años atrás y éste le dejo algunas cositas, y con esas vivía bien, un carro más o menos, una bodega y unas tierras por aquellos lados; que más que bien siempre le daban algunos beneficios.

—¿Por qué le ha ido mal, entonces? Pregunté yo. —Es que se casó con un manganzón que la arruinó, vale. Me dijo el compadre. Mal hombre ese bicho, lo primero que hizo fue acabarle el carrito, eso se lo volvió chatarra y lo dejó tirado allá en el patio cuando ya no anduvo más. Por allí empezó la desgracia de esa muchacha.

La bodega la volvió fleco, eso se agarró la poca plata que entraba y jamás la repuso de mercancía. Hizo fiesta con ese negocio. Y a todas estas, la embarazó del primer muchacho. Invitaba a cualquier conocido, el muérgano; como si eso fuese de él. Y la pobre aguantando las de Caín. Hasta que no quedó nada, el local que era propio lo vendió el vagabundo a espalda de la prima.

Del conuco no quedó lo que se dice nada. Ese se iba para allá a hacer parrillas todos los fines de semana e invitaba a los amigos, y como la prima estaba embarazada del segundo, se lleva unas mujeres. Como le dijo, eso quedó como un erial; y allí había sus matas de plátano, se sembraba yuca, gallinas y hasta unos chanchos. Nada quedó. Y luego qué hizo ese hombre, se fue. Dejó a la bonita en la miseria y abandonada.

El otro día la vi, porque anda por la calle con dos muchachos encima y embarazada del tercero, donde unas tías. Eso daba lastima, se veía toda acabaíta, desgreñada y con unos trapos de ropas. Los muchachitos flacos como un silbido, y esa pobre infeliz con la mirada pérdida se lamentaba y se lamentó.



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Obed Delfín


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