Vivir para contarla

Es el título de uno de nuestros libros preferidos de García Márquez, autobiográfico, reflexivo, un descanso en su obra para auditar lo hecho hasta ese momento. Luego escribiría otros más. Y más adelante enterrarían de él solo sangre, carne, huesos, pellejos. Pero, igual a como se sueña con los amigos idos recientemente, como se los mira jóvenes, vitales en sus recurrentes cualidades, virtudes y defectos, así sentimos la presencia Gabriel García Márquez en este libro, en cada uno de sus párrafos. De la misma manera en el resto de su obra podemos despertar al Coronel Buendía, o José Arcadio Buendía, o a aquél Ángel caído del cielo que confundieron con una gallina.

Uno se pregunta ¿qué nos hace tan vanidosos siendo seres de un día, pírricos mortales, por más poder o dinero que atesoremos en un momento dado de nuestras vidas? Y en nuestra respuesta apresurada decimos que lo que nos hace vanidosos es la creencia de haber alcanzado el éxito social hasta un punto sin retorno en que sentimos que crece en nosotros el secreto de la inmortalidad, y de creer que no se trata de un momento en nuestras vidas, que vamos disparados hacia el cielo. Eso es lo vano de atesorar poder y dinero, por lo menos sin una razón suprema que lo justifique.

Ante el misterio del sentido de la vida hay que ser humildes. Difícil es que sin una Obra, de conocimiento y belleza, podamos heredar al futuro aquello propio que tenemos como especie, lo que hay de inmortal en el ser humano; la obra moral de la humanidad, un grupo esencial y limitado de valores que perpetúan la condición humana, asociada a la obra de Arte y a las revoluciones sociales.

Somos personas y seres sociales a la vez, valientes y cobardes, solidarios y egoístas, constantes y volubles; nos apiadamos de la miseria humana y somos indiferentes a ella. En cada uno yace un conservador y un revolucionario

Sin valores fundamentales la vida se resume en un poquito de acciones sin sentido, sin el sentido de trascendencia que provoca y enaltece lo mejor de nosotros.

Hace tiempo, en la noche Argivos y Troyanos encumbraban a sus enemigos en la cima de la gloria invocando los valores superiores que distinguieron a sus padres y abuelos desde sus mismos orígenes. Antes de reanudar la batalla hacían crecer al máximo su gloria laudando al enemigo en la memoria y su legado ¿Cómo íbamos a saber de la nobleza de Diómedes y Eneas, del valor de Aquiles y de Héctor sin el canto de la Ilíada? Imposible.

Pero hoy preferimos el chisme y la degradación moral de nuestros enemigos. No nos importa lo que valgan porque no nos importa la gloria, y de la forma que sea preferimos y nos quedamos con el dinero y el poder. Si alguna vez se dieron las guerras en el campo del honor hoy solo sirven para degradar a la humanidad y degradarnos con ella "sin pena ni gloria".

Qué quedará para contar cuando se ha vivido sin gloria y sin sueños. Porque una casa, más grande que un sueño, no existe, ni siquiera más grande que una casa soñada. Porque una vida vivida abrazada a la verdad, honesta, valiente, solidaria y apiadada de la miseria humana no se compra con oro, no vale todo el oro del mundo, es la gloria misma la cual trasciende el instante que es la vida, el soplo que es la vanidad; el éxito, la fama mal entendida.

La fama del Che Guevara o de Fidel Castro anda en ellos sobre el lomo de un tigre y no de una vaca. Fue forjada con valentía y con ideales, con principios, estudio, disciplina, constancia, no fue producida en un estudio de televisión, a través de la propaganda y la publicidad. Estos políticos hicieron política, practicaron políticas; hicieron la guerra y respetaron a sus contrarios.

Mientras el vanidoso se rodea de adulantes. Hace menos por alcanzar la gloria, mas llena su vida de homenajes, de discursos grandilocuentes, de frases, de protocolos, de halagos y halagadores, de estatuas, de símbolos vacíos. Está preocupado por él y su reputación, por sus atributos sociales. No obstante suele andar denudo por las calles, exponiendo su impúdica ignorancia a las miradas de todos, como si esta fuera su mayor virtud.

Qué bueno que Gabriel García Márquez pudo vivir la vida a plenitud, con honradez, teniendo la verdad como su sombra, para poder contarla luego. Qué Fidel Castro haya podido hacer lo mismo con su vida. Que al Che todavía lo estén recordando, como si fue ayer. Y que en Chávez al pasar del tiempo, luego de su homicidio, cada vez haya más interés por la suya y la gente acrecienten su fama. Porque los cuatros la gastaron con la certeza de que sirvieron a otros, a la sociedad entera, al mundo. No fueron mezquinos con ella y con el mundo, y la historia los ha recompensado.

¿Cuánto durará la fama del vanidoso? Lo que dura su éxito mediático, su bulla. Qué podría contar de su vida que no fuera un chisme: No ha hecho nada del otro mundo, un hombre común y corriente, aspirando a ser rico, y si no reputado, lleno de atributos sociales, confiar en la fama ya pagada; fundar una dinastía de vanidosos y vanidosas, porque lamentable eso también se hereda.

La vida en muy breve como para que la desperdiciemos en vanidades. La especie humana es más valiosa que nuestras miserias personales, por eso debemos enaltecerla en nosotros cultivando valores en el día día, en nuestras prácticas de vida. Es triste ver un niño pobre en la calle, pero más triste aún es ver un niño maleducado, ignorante, malcriado. Es triste y fea la pobreza material, pero más lamentable, peligrosa y fea es la pobreza espiritual.

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Héctor Baiz

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