De mi computador, salió un escuálido

Quien me mandaría a estar escribiendo a favor del gobierno, cuando sé que de algún lado, alguien reaccionará y, no sé cómo. Y precisamente, por no saberlo es que me quedé sorprendido, en estos días, cuando después de escribir el artículo "El odio contra Maduro, no deja ver que la patria está en peligro", abrí el correo y tuve la impresión de que en mi computador se oían voces y gritos como si se estuviera produciendo una guarimba virtual.

En efecto, así fue. Por el monitor, lo primero que salió fue una pierna y un brazo, hasta que al ritmo de un movimiento acompasado se fue incorporando el resto del cuerpo. Al detallar tal fenómeno, descubrí que estaba frente a una persona iracunda que me insultaba y ofendía con unas palabras que ya forman parte del léxico escuálido: "Chavista asqueroso maldito" así sin comas, sin hacer pausas. Solo menciono esto, porque es lo menos ofensivo y decente que dijo.

Al principio reaccioné y, me puse al nivel del energúmeno, pero luego entendí que es mejor ser asertivo y, aceptar todo lo que se le ocurrió decir al infiltrado doméstico. Al fin y al cabo, palabras no matan. Sin embargo, recuerdo haberle dicho: ¡Desahóguese, hermano! Aproveche y bote, todo ese odio que le carcome el alma. Yo también creo haber estado como usted, durante mucho tiempo, para no decirle que fueron 40 años, pero con la diferencia que para entonces no había celulares de última generación, ni nada que permitiera insultar a alguien. Éramos, y creo que somos muy tolerantes.

¡Cálmese! Eso afecta su salud. Déjese de cosas. Sin embargo, nunca me hizo caso. Y siguió mascullando palabras y sus ojos se tornaron rojos, rojitos. Menos mal que en mi cuarto no hay espejos, porque, si en verdad se ve el color de sus ojos, seguro se los habría sacado, solo para no ver ese color.

No bastaron mis palabras de consuelo. Cuando creyó que me había vapuleado, tenso con los ojos "amugados" y amenazante, me repitió las palabras "Chavista asqueroso maldito" ante lo cual solo dije: Amen. Bastó decir esta palabra para que el energúmeno comenzara a retorcerse y, de la misma forma en que traspaso mi monitor, así mismo se fue, solo que lo último que pasó fue su trasero, ante lo cual me asusté y me dije: Lo único que falta es que me dispare con su trasero cañón corto, creyendo que lo voy a seguir.

Ante todo esto, estoy pensando si seguir enviando mis notas a Aporrea, no se le vaya a ocurrir a otro escuálido aparecerse en mi cuarto a través del computador, con unos francotiradores y unas guayas. ¡Increíble!



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Jesús Rafael Barreto


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