La honestidad vs la mediocridad: la gran pelea espiritual que se libra en el gobierno de Maduro

En un acto con la comisión de la verdad, justicia y Paz, el vicepresidente Isturiz hablaba de alcanzar la "verdad universal", aquella con la que todos estaríamos de acuerdo. Supongo que se refería a los hechos de violencia por los cuales fueron condenados varios dirigentes de la derecha venezolana. Buscando la verdad verdadera de estos hechos punibles, se tropezaron tres conceptos que son tratados por el gobierno como comodines útiles para hablar de cualquier cosa con autoridad: verdad, justicia y paz. Llama la atención esa definición de "verdad universal" ¿Dónde está? ¿Por qué tiene que ser una" verdad universal" un acuerdo sobre una acción punible que está tipificada en la Ley (en el Código Panal u otra Ley) y de la cual se tienen testigos y evidencias que la condenan? Creo que es esa la tendencia en el discurso político del gobierno, la de vaciar de significado moral las palabras, despojarlas de su autoridad moral real y su poder semántico.

En nombre de esa entelequia se puede ocultar muy fácil una gran mentira, o una mentira prolongada, que es lo mismo. Es distinto hablar en nombre de la Verdad, con mayúscula, que hablar con la verdad, humildemente. La verdad como Universal, Metafísica (o sea, fuera de la naturaleza), no existe. Existen hechos sobre los cuales emitimos juicios. Y la verdad que califica a un hecho, califica al hecho como verdadero respecto a alguien, o sea, es el resultado del juicio de alguien. Hablar con la verdad es juzgar conscientes de nuestras propias limitaciones, que es de lo único que tenemos como certeza, de lo que somos conscientes o podemos llegar a serlo. Es ser honestos, dicho en humano.

Entelequias como la Verdad, la Libertad, la Justicia, la Paz, la Democracia, el Pueblo, el Desarrollo, forman parte del lenguaje de la manipulación de la conciencia, de la degradación de la conciencia. Estas ideas universales no cuentan con el apoyo de la acción humana, de la realidad. Se imponen a ella, sirven para aquellos que se erigen como sus intérpretes, sus piaches, obispos, Imanes. Su universalidad las vacía de significado para referirse a la realidad, que es dinámica, que se mueve como se debe mover la revolución, pero los pícaros y los mediocres se aprovechan de su autoridad Metafísica, cuasi científica, para imponer sus propias maneras de hacer y entender las cosas. Sin verse en la necesidad de consultar a la segunda, digo, a la realidad, a las prácticas y acciones humanas, que siempre están en movimiento, de ahí aquello del "materialismo dialectico", por citar una de las formas más honestas del conocimiento.

Hablar en nombre de la Verdad, de la Democracia, del Pueblo, del Desarrollo es no hablar de nada. Sin embargo, hay quienes lo hacen creyendo ser los intérpretes legítimos de lo que tales ideas valen y significan. Sin embargo estas cosas solo cobran sentido, sentido humano, cuando las despojamos de su universalidad divina, teológica, metafísica, y le ponemos un adjetivo al lado, una cualificación, un predicado.

Igual pasa con el manido Pueblo, que por servir para todo (y todos) no sirva para nada ¿Cuál pueblo? ¿Cuál Democracia? ¿¡De qué justicia hablas!? ¿La Paz de quién? ¿El Desarrollo de qué? ¿¡De cuál Desarrollo Económico habla este señor!? ¿Cuál Democracia? Son entelequias sin un sentido definido, con las cuales solo se puede manipular y se manipula a gente honrada pero inocente, entrampada en su miedo y su ignorancia. En un principio se coloca a la mente humana en una situación de confusión, de perplejidad, y al tiempo se crean tontos mediocres, medio inteligentes, medio cultos, medio políticos, medio valientes, seres con la única voluntad de ser seres medianos y mediocres, convencidos de que si podemos armar un discurso sintácticamente correcto con tales súper conceptos ya llegamos al llegadero del conocimiento. Con ellos de nuestro lado, todo es rebatible, todo es justificable, todo se resuelve en el discurso.

Porque para los medianos todo lo que existe, existe solamente en el lenguaje. La verdad de lo que somos, la realidad que somos, si no la nombramos, sencillamente, no existe. Y, cómo Dios es la Palabra y viceversa, ergo, entonces seremos, a la vista de nuestro pueblo, como dioses; si logramos dominar la ciencia de la mentira y la mediocridad; si alcanzamos el nivel (también en su sentido de medida) que algunos llaman cultural (en su sentido espiritual).

¿Cuál es el peligro de se imponga este tonto prejuicio, que es un prejuicio burgués por demás?

La cuestión es que a la mediocridad no se lo opone la perfección sin tacha, a la eficiencia sin máculas, y a otra chorrera más de conceptos hueros. A la mediocridad se le opone la honestidad, a la verdad que agita a la consciencia dentro de cada quién. Hay tantas Verdades como sistemas de valores existen en el mundo. La verdad revolucionaria y socialista, que es la que nos interesa y que se agita dentro de la consciencia y el corazón del hombre revolucionario, también es verdad dentro de un sistema de valores.

Pero se distingue de las otras "deontologías" porque tiene la obligación consciente de destruir a otros sistemas de valores vencidos, a otros sistemas espirituales o "culturales" anacrónicos, para que pueda renacer el hombre nuevo. Que no es nuevo un coño. El mismo que ha invernado o dormido en nosotros siempre, y que reaparece, como Bolívar, cada cien años, a decir de Neruda. No obstante, nadie se pone de acuerdo hoy día y después de Chávez, en cuanto a la frecuencia.

El peligro de la táctica política de negar, mentir y esconder la realidad y, por carambolas, la verdad, está en que los que dirigen una revolución con apoyo popular, deban cambiar obligadamente por dentro y no lo hagan. Están obligados a pelear con sus prejuicios en vivo, en público, y a que ese sea el carácter revolucionario que selle su mensaje. Pelear honestamente contra la mentalidad metafísica y mediocre de ese discurso muerto, pedante y vacuo, con el cual se ha intentado controlar, lo que hoy resulta muy complicado de controlar, o sea, el fuego "revolucionario" del amor sembrado por el comandante Chávez en su gente… Ese gusanito de esperanza y entusiasmo de querer cambiar cosas siempre, instalado por él en sus chavistas.

Un presidente medio valiente será presidente de un pueblo medio valiente. Un líder medio culto será el lider de un pueblo medio culto, o se rodeará de gente medio culta. Un presidente medio enterado de lo que pasa en su país estará rodeado de gente medio enterada. Un presidente que regala un taxi a un chofer porque sí, sin una razón que convenza, se rodeará de gente que no necesitará ninguna excusa para pedirle al presidente lo que sea, aun siendo un revendedor bachaquero, un criminal o una lacra social, porque tampoco él se vería a sí mismo obligado a justificarse: así entendería el socialismo el paria; no tiene por qué estudiar o buscar el significado de socialismo en internet, porque su presidente, que nunca comete ni cometió errores, así lo entiende (o así lo impone); así lo dijo: ¡palabra del presidente! Entonces, así debe ser: ¡Amén!

Pero, por sí las mocas y a razón de lo elástico de su discurso, el presidente tiene una carta debajo de la manga (siempre la tiene, el discurso del presidente es flexible como el chicle bomba) y más luego le hablará al pícaro de la "corresponsabilidad" social…. ¡¿Cómo se come eso?! Dirá el miserable. Así lo deja pensando, como loco, o sea, le mata el piojo en la cabeza.

Por esas siete razones pecaminosas, la derrota de la revolución va a sufrir una derrota espiritual; a causa de un apabullamiento mediático para apagar el fuego revolucionario del pueblo chavista, que desde la muerte de Chávez, se ha ensañado con borrar su memoria y apagar esa llama, de un lado y del otro lado de una misma moneda capitalista, y valga la plusvalía semántica.

hecto.baiz@gmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1945 veces.



Héctor Baiz

http://hectorbaiz.blogspot.com/

 hecto.baiz@gmail.com

Visite el perfil de Héctor Baiz para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Héctor Baiz

Héctor Baiz

Más artículos de este autor