Estamos en un tiempo histórico de quiebre; venimos de un pasado esperanzador que modeló un Estado Nacional, deficiente, altamente burocratizado y con un manejo licencioso del tesoro público. Pocos, muy pocos políticos, de esa llamada democracia representativa que comenzó con la caída del Gobierno del General Marco Pérez Jiménez (1958), hoy día pueden tener una explicación racional y comprobada, de que sus bienes de fortuna provienen de otras realidades de la vida y no del erario público.
De ese pasado asfixiante, corrompido y ahogado en vicios, llegamos con un discurso esperanzador a la figura de Hugo Chávez (1954-2013); un Chávez a secas, del pueblo, identificado por las causas nobles de levantar la moral de los desposeídos de la tierra. Pero un Chávez que no era omnipotente ni inmortal, tuvo que rodearse de esa misma burocracia enferma que aplaude al líder al decir cualquier insensatez pero que ese aplauso le garantiza, no una bolsa de comida, sino la vehemencia de algunos ostentadores del poder de no verlo como enemigo o rival político. Así mismo, ese Chávez, a secas, no tuvo tiempo de construir un liderazgo de renovación, permitió, producto de esos aplausos, que se anidaran a su alrededor falsos positivos que hoy están minando el Gobierno Nacional y opacan ese discurso esperanzador que tanto extraña el periodista José Vicente Rangel.
El mismo Rangel lo argumenta así: "La principal debilidad del Gobierno es la crisis económica, principalmente por los problemas de desabastecimiento e inflación; la ausencia de un discurso esperanzador y de un horizonte económico más claro acentúan la incertidumbre, desprotección y tristeza…" Pero es que ese discurso esperanzador no puede surgir maquillando la realidad. El asunto es económico más que político; si fuera político, el Presidente Nicolás Maduro no tuviera mayores inconvenientes, porque existe un legado, una gestión social de que ampararse para defender el Gobierno; pero el asunto es económico, no hay con qué responder a las necesidades básicas de los venezolanos; es válido todo cuanto se está haciendo para sustituir el modelo rentista petrolero, pero hace falta inversión, capital foráneo, estabilidad jurídica, motivación, para que el músculo productivo del país comience a moverse.
En el ámbito de las políticas públicas la salida a la crisis económica del país pasa por un afianzamiento del liderazgo político. Deben crearse mecanismos que activen la transformación sin renunciar a lo ideológico del plan de la Patria, que es la consolidación del socialismo bolivariano. El hecho de que el calificativo de socialista hoy día sea visto en el mundo global capitalista como una confrontación clara a los intereses del capital, es una lectura superficial que se le ha dado al asunto. El problema radica en los intereses de los ostentadores de los medios de producción que no quieren renunciar a sus beneficios amacerados por los vicios de la corrupción y la especulación; el socialismo, o democracia profunda, desenmascara esos vicios y coloca en su justa proporción las reglas del juego económico. El asunto que no termina de comprenderse, es que cuando el modelo socialista cae en crisis no es una crisis producto de la incapacidad y la ineficiencia del funcionariado, sino del cambio y manipulación del contexto económico de la sociedad, por parte de los dueños de los medios de producción, para generar caos en los procesos y por la falta de supervisión y seguimiento a algunos funcionarios que se valen de la confianza de los líderes para hacer actos de pillería, dejando sin capacidad de reacción al modelo socialista y por ende cayendo en la asfixia de un descontrol de los procesos de producción, distribución y comercialización de bienes y servicios. Pero el modelo, en su esencia, no está concebido para fracasar, porque el que priorice lo humano por encima de lo administrativo económico, está obrando en favor de todas las buenas causas de la historia humana.
En concreto, sin dejar acá recetas mágicas para salir de la crisis, se necesita construir confianza, adecentar la administración pública, abrirnos al mundo del capitalismo global sin vender nuestra determinación de hacer un socialismo bolivariano. El error está en aquella frase que no se entendió: "ser rico es malo". Porque el Presidente Chávez se valió de esa analogía para encarar el consumismo y la depravación del capitalismo salvaje; y ser rico, lo destacó, en el absurdo de acumular capital, eso es malo, eso va en contra de los valores del hombre y de la fe espiritual del alma. Puedo poseer confort, vivir bien, atender a los míos sin necesidad de volverme un ocioso acumulador de capital. ¿Qué muchos chavistas son un mal ejemplo a esa frase? No lo ponemos en duda, el mundo y Venezuela, como parte de ese mundo, está llena de heterogeneidad. Lo cierto es que esos revolucionarios de la "boca para afuera" ya están delatados por la historia, lo que se debe empezar hacer es revisar, uno por uno, de dónde sacaron sus recursos, así lograremos devolverle a la hacienda pública buena parte de lo que se han robado. No les pido cárcel, porque sería colapsar el sistema penitenciario venezolano que ya tiene bastantes padecimientos, pero sí que devuelvan lo robado, eso es justicia.
Y finalmente, es necesario seguir las reglas del juego político y no caer en la tentación de usar el poder para preservarnos en él. Prefiero perder circunstancialmente una cuota política que manipular para mantener un liderazgo que no existe y que tarde o temprano quedará inerte ante los reclamos del soberano. Hacer juego limpio, ese es el secreto del nuevo discurso esperanzador. Claro está, sin caer, de bando a bando, en el chantaje y la depravación, ni "tu jodes ni lo hago yo". Ese es el principio ético de un diálogo efectivo que acabe con esta incertidumbre en la cual, entre apagones y colas, se está debilitando un Gobierno que es expresión de un ideal humanista añorado desde la existencia de la civilización pero que ha contado con detractores, personeros del "diablo" que no entienden la vida como vida trascendental, sino como existencia orgánica nada más.