Disfuncionales

Los venezolanos, no logramos advertir que buena parte de los problemas que confrontamos ahora en nuestro país, no son culpa ni del gobierno, ni de la oposición, sino de nosotros mismos. Sea que nos declaremos rojos – rojitos o que seamos antichavistas fanáticos, nunca nos verán asumiendo nuestra responsabilidad individual o colectivamente. Sólo se escucharan nuestras súplicas en procura del pronto y tan ansiado advenimiento del Mesías que nos saque del laberinto que ahora transitamos. Ricos, clases medias y pobres, como pueblo vivimos en esta tierra de gracia haciéndonos los locos. Somos una colectividad disfuncional. Por eso es que cuando en el Metro o en el ferrocarril nos dicen caminen, corremos, aún cuando sepamos que eso violenta las normas de esos medios de transporte. Por eso es que en el afán de procurarnos un pollo de Mercal, somos capaces de hacernos multitud y de pisotear hasta la muerte a una septuagenaria, así como lo hicieron unos salvajes en días recientes allá en un mercado de Barinas. Cuando caminamos en compañía de la novia o de los amigos, vamos despacio y tomados de la mano justo por el medio de la acera, obstaculizando adrede el paso de los demás ciudadanos. Los motorizados son los usuarios más frecuentes de la ciclovía y mientras la gente camina en la calzada ellos usan las aceras. Al cruzar la calle siempre preferimos hacerlo cuando no nos toca y al conducir si el semáforo está en rojo, respetar esa luz suele ser un desafío. Normalmente sacamos la basura, justo después que el camión del aseo ha pasado y así cuando las calles están sucias porque nosotros las ensuciamos nunca falta un Alcalde, a quien acusemos de no hacer su trabajo. A un cumpleaños, a la oficina, al aula de clase o a un entierro, siempre llegamos tarde. Los venezolanos odiamos la puntualidad y ese odio suele estar democráticamente compartido entre las líneas aéreas que siempre salen retrasadas. Solemos abordar los autobuses del transporte público fuera de la parada y nos bajamos donde al chofer le da la gana. Somos informales en todo. No nos gustan los procedimientos, por eso siempre tenemos a mano un atajo con algún funcionario venal que cobra por no hacer su trabajo y por hacernos la cosa más fácil. Venezuela es el único país donde existen las colas solidarias, porque así sea usted el último de la fila, basta con que conozca al que está de primero para que inmediatamente quede usted de segundo. Envidiamos el triunfo del otro y ante el menor indicio de éxito de nuestro vecino, levantamos la sospecha sobre su orientación sexual o su honestidad. O es maricón o es ladrón o ambas dos inclusive. Mientras todas las naciones prósperas del planeta buscan incrementar la productividad y el trabajo de sus ciudadanos, aquí por disposición constitucional y legal, disminuimos la jornada laboral, para darle más tiempo libre a los trabajadores, a pesar de que en nuestra pequeña Venecia, tenemos asuetos en carnavales, semana santa, días patrios, vacaciones escolares, durante las más insólitas efemérides y hasta en la celebración de onomásticos, que de cuando en cuando, por lo menos un lunes o viernes de cada mes, nos deja paralizado el sistema financiero nacional, por disposición de la contratación colectiva del sector bancario. En algunos temas, la cosa es digna de un record Guinness, como es el caso del sector de la construcción, cuya contratación colectiva incluye a parte de la paga del salario, la cancelación de un pago extra por concepto de "bono de asistencia", a cada trabajador. Un premio por sólo ir a trabajar, ¿Y cuál es la principal obligación de un trabajador que no sea el ir a su trabajo?

Cuando las autoridades deciden reparar las calles, siempre las asfaltan en pleno invierno, aunque no hay que ser ingeniero para saber que el asfaltado así va a durar menos. Y en época de vacaciones el gobierno suele desplegar impresionantes operativos, sólo para tratar de evitar de que conduzcamos ebrios o para que en la playa sea un bombero o un funcionario de Protección Civil el que cuide a nuestros hijos por nosotros. Durante una cadena nacional de radio y televisión, la para entonces Ministra de Ambiente de nuestro país, le juró por su mamá al Presidente de la República, que en un año íbamos a poder bañarnos en las riberas del río Guaire, que es a donde van a parar todos las excretas de los habitantes de Caracas y áreas circunvecinas, ya que en ese tiempo iban a ser procesadas sus aguas para dejarlas como las de una piscina. El tiempo pasó, el Presidente murió y la funcionaria ahora encabeza la lista de los postulados por el partido oficial, a las venideras elecciones a la Asamblea Nacional. Un buen día al entonces Presidente Chávez, le dio la pataleta por cambiar el antiguo avión donde viajaron durante décadas quienes le antecedieron en el cargo. A ese avión él despectivamente lo denominó "El Camastrón". Un avión que precisamente porque funcionaba fue que decidieron cambiarlo por otro que aunque más moderno, no funciona y que ahora, sin el nuevo y sin "El Camastrón", tiene viajando a Nicolás Maduro en un avión que le presta Cubana de Aviación. Atrás quedaron los precios de 100$ por barril de petróleo y en nuestro delírium trémens bolivariano, seguimos vendiendo a precios ridículos nuestro crudo a países del Caribe que se alinean con Guyana y su pretensión de quedarse con El Esequibo. El Estado nos paga a los venezolanos para surtir de gasolina nuestros vehículos y ante la pregunta del necesario aumento, indispensable para la salud financiera de PDVSA, el Presidente de manera imperturbable nos dice: No hay apuro. Aunque él sabe que no hay plata, que las reservas de nuestro banco central se evaporan y que hasta un caramelo aquí en Venezuela, es más barato que un litro de combustible. Ahora que las vacas están flacas, nos aprestamos a la reapertura de los peajes en nuestras carreteras y aunque nos resistamos a sucumbir al capital, para concluir las obras del Eje Orinoco – Apure o del Sistema Ferroviario Nacional, estando como están las cosas no nos quedará otra vía que darlas en concesión o entregarle nuestros recursos naturales a China a cambio de nuevos empréstitos - que la jerga revolucionaria denomina Fondo Chino - para terminarlas, pero que hasta un idiota sabe que es deuda externa. Esto no se va a resolver con un Presidente o una Asamblea Nacional nueva. No nos llamemos a engaño. El que nuestros problemas se resuelvan depende de nosotros mismos y de la capacidad que tengamos de cambiar nuestra manera de pensar, para que a la par cambie nuestra manera de vivir. No hay de otra.

rubenvillafa@hotmail.es



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1532 veces.



Rubén Villafañe


Visite el perfil de Rubén Villafañe para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Rubén Villafañe

Rubén Villafañe

Más artículos de este autor