El análisis militar chimbo de Diego Silva Silva

El camarada Diego Silva Silva ha escrito un artículo titulado “¿Aviones Tucanos bombardeando Caracas? ¿Cuántos? ¿Desde dónde despegarían sin ser detectados?!Por favor!”, el cual revela, como poco, un desconocimiento supino de los varios ataques aéreos sorpresa que se han dado a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es lo que pasa cuando alguien se precipita a opinar irreflexivamente sobre un tema en el cual no es ningún experto.

Entre otras interrogantes, mi amigo Diego se pregunta “Cómo pueden uno o dos Súper Tucán (obviamente, el más avanzado), por más artillado que estén, llegar tranquilamente hasta Miraflores; ¿Y LOS RADARES? ¿O nos van a decir que iban a entrar a la ciudad volando a ras sobre las autopistas y calles para no ser detectados, o volando a baja altura desde su posición localizable en radares?” Y también: “Lo que tenemos que preguntarnos es: si tenemos una flotilla de costosos Sukoys y otros aviones de combate y un equipo de radares y misiles tierra aire de última generación… ¿podemos ser vulnerables al ataque de uno, dos o tres aviones de entrenamiento, de un avión que, por más artillado que esté, no es opción para naves de velocidad supersónica y el alcance de los misiles tierra aire de última generación que nos dijeron se habían adquirido?”.

Dejaré para el final el caso más emblemático, pero solo en Venezuela se dieron en los últimos 50 años y algo más dos ataques aéreo sorpresa (en pequeña escala) relativamente exitosos. Uno fue el 1 de enero de 1958, cuando al despuntar del día un avión “F86 Vampiro” estremeció a una Caracas que apenas despertaba al año nuevo. El avión pilotado por el teniente Edgard Suárez Mier había partido desde la base de Boca de Río en Palo Negro, Estado Aragua. Adormecidos por la resaca de la noche del año viejo y por lo sorpresivo del ataque, apenas tardíamente se dio la respuesta de las fuerzas del gobierno y se accionó una batería antiaérea. El avión manejado por Suárez Mier habría podido bombardear algunos objetivos, pero no lo hizo porque ese no era el plan. El objetivo de este sobrevuelo a la ciudad capital era la señal de inicio para la movilización de algunos componentes del ejercito comprometidos con el golpe contra Marcos Pérez Jiménez. Por diversas razones, el intento fracasó, pero fue el campanazo que decretó un cambio de la situación subjetiva y objetiva dentro y fuera de las Fuerzas Armadas, que se materializó en el derrocamiento del dictador apenas 22 días después.
Muchos de nosotros, que ya entonces éramos adultos, recordamos la rebelión militar del 27 de noviembre de 1992, el segundo alzamiento de militares patriotas de ese año. Una de las características de aquel evento fue el sobrevuelo sobre Caracas de varios caza bombarderos, los cuales aparentemente tampoco tenían planificado algún ataque con explosivos. Pero las naves sobrevolaron libremente los cielos caraqueños durante largos minutos, sin que hubiera una respuesta inmediata de las fuerzas leales al Gobierno, seguramente paralizadas por la sorpresa. Apenas una de las aeronaves rebeldes fue derribada sobre el aeropuerto de La Carlota, donde la respuesta, aun cuando igualmente tardía, pudo ser de todas formas más rápida ya que se trataba de una base aérea militar.
Un ataque aéreo sorpresa muy recordado se escenificó en la invasión de Bahía de Cochinos (Playa Girón), Cuba, en 1961, en un intento dirigido por Estados Unidos para acabar con la joven Revolución Cubana. En la madrugada del sábado 15 de abril de aquel año, ocho aviones A-26, camuflados por el imperialismo con bandera cubana en el fuselaje, bombardearon los aeropuertos militares de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y el aeródromo Antonio Maceo de Santiago de Cuba, con el resultado de 5 aviones destruidos: un Sea Fury y dos B-26 (en San Antonio de los Baños), y dos aviones de transporte (en Santiago de Cuba). Los ataques aéreos habían partido desde Puerto Cabezas, Nicaragua, y el plan era que destruyeran la fuerza aérea cubana bombardeando los aviones y las pistas de los aeropuertos. Los ataques aéreos tomaron completamente por sorpresa a la defensa cubana.

Al final de ese día 1.200 invasores, llegados por mar también desde Puerto Cabezas, habían establecido una cabeza de playa penetrando hasta diez kilómetros en tierra firme, tomando las localidades de San Blas y El Rincón, mientras se proyectaban hacia las poblaciones de Jocuma y Horquitas. Sin embargo, en lo que las fuerzas militares revolucionarias de Cuba se repusieron de la sorpresa inicial, reaccionaron con una feroz y épica contraofensiva que arrasó con los invasores en menos de 72 horas.

Sin duda los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas, aunque no involucraron naves militares, fueron ataques aéreos sorpresa. Cuatro grandes aviones comerciales pudieron ser desviados de sus rutas originales y dos de ellos sobrevolaron a vuelo rasante sobre los rascacielos de Nueva York, sin que la más poderosa fuerza armada del mundo pudiera hacer nada para evitar el fatal desenlace. Algunos dirán que ese ataque fue en realidad un montaje del propio gobierno estadounidense, pero con seguridad la absoluta mayoría de los oficiales estadounidenses desconocerían tal plan, si es que realmente existió, como muchos presumen con atinados argumentos.

Seguramente el ataque aéreo sorpresa más emblemático desde que existe la aviación militar fue el que desarrollaron los japoneses, durante la Segunda Guerra Mundial, contra la base naval norteamericana de Pearl Harbor, en Hawai. En realidad se trató de una ofensiva de la Armada Imperial Japonesa, en la que la punta de lanza fue el ataque aéreo sorpresa masivo contra la base. Esto pudo darse a pesar de que Pearl Harbor era una base militar muy bien armada y preparada para aquella guerra que estaba en pleno apogeo.
El 7 de diciembre de 1941, Pearl Harbor fue atacado sorpresivamente por 353 aeronaves japonesas que incluían cazas de combate, bombarderos y torpederos que despegaron de seis portaaviones. Resultaron dañados los ocho acorazados estadounidenses atracados en el puerto, y cuatro de ellos se hundieron. El ataque japonés también hundió o dañó tres cruceros, tres destructores, un buque escuela y un minador. Los norteamericanos perdieron 188 aeronaves, murieron 2.403 estadounidenses y otros 1.178 resultaron heridos de diversa consideración.


Finalmente, repuestos de la sorpresa, los yanquis ripostaron, pero los japoneses perdieron apenas 29 aeronaves, además de sufrir 65 bajas militares entre muertos y heridos.


Los hombres a bordo de los buques norteamericanos se despertaron con el silbido de las alarmas, las explosiones de las bombas y el tiroteo. Aún somnolientos, se vistieron rápidamente mientras corrían a las estaciones de zafarrancho de combate (el famoso mensaje “Ataque aéreo en Pearl Harbor, esto no es un ejercicio” fue emitido por la Segunda Ala de Patrulla, el primer alto mando de Hawai en responder) Los defensores no estaban preparados: los almacenes de munición estaban cerrados, los aviones estacionados ala con ala a la intemperie para evitar su sabotaje y casi nadie disparaba las ametralladoras, y solo 4 de 31 baterías antiaéreas entraron en acción.
De los 402 aviones estadounidenses presentes en Hawai, prácticamente ninguno estaba listo para despegar y defender la base, y sólo ocho pilotos del ejército estadounidense lograron volar durante la batalla. El poderoso factor sorpresa había reducido a casi nada a la poderosa base naval de Pearl Harbor.


Como se ve claramente, los argumentos de Diego Silva Silva para desmeritar la denuncia de nuestro Gobierno sobre el atentado que se estaba preparando contra la Patria, que desconocen el poderoso factor sorpresa en la acción bélica, tienen los pies de barro. A mi dilecto amigo habría que gritarle, precisamente: “¡Sorpresa!”



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Néstor Francia


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