La democracia revolucionaria

Además de un compromiso y esfuerzo la democracia debe ser una práctica diaria orientada a la construcción de un sistema político con capacidad de respuesta inmediata a las demandas de los diferentes sectores de la sociedad, particularmente de los excluidos. Hay que avanzar hacia otros esquemas políticos más eficientes y dejar atrás las falsas democracias de corta visión que para no ver la realidad se encierran en acuerdos puramente formales y burocráticos, cobijándose muchas veces en el manto perverso de la institucionalidad irracional y los liderazgos inventados.

La anatomía de las democracias que están surgiendo en América Latina muestra un rostro diferente con una clara tendencia no solo irreversible sino también de desarrollo fulgurante hacia el socialismo de nuevo tipo. Se abren ciertos caminos para sean las mismas sociedades quienes construyan su presente y su futuro sobre verdades reales. De allí que es importante la definición de proyectos y la fortaleza del sistema político y la claridad de propósitos y objetivos de los gobiernos en la búsqueda de soluciones progresistas que garanticen el bienestar colectivo.

La democracia revolucionaria es una realidad segura en Venezuela, y con posibilidades ciertas y posibles en otros países latinoamericanos. No obstante, para seguir avanzando seguros hacia la construcción de la patria grande, es necesario asumir y enfrentar los retos. Por ello “hay que dejar de lado la democracia boba y débil”, tal como lo ha planteado recientemente nuestro presidente Hugo Chávez. Nos identificamos plenamente con este planteamiento del comandante. De verdad, para que no sucumba en las garras de los enemigos y caiga en los espacios vacíos de la apariencia “la democracia revolucionaria tiene que ser necesariamente fuerte, poderosa, deber estar llena de fuerza. No debe ser una democracia debilucha, lánguida insulsa, ingenua”.

Es necesario y hasta profiláctico que esta democracia se distancie del modelo representativo. Debe clausurarse toda posibilidad de vuelta a esquemas políticos ya superados. Los liderazgos y democracias que se unen al tronco común de la corriente revolucionaria, deben cumplir la promesa de lograr avances políticos reales e iniciar verdaderos procesos irreversibles de cambio radical. Argentina, Brasil y Venezuela, llevan buen rato limpiando el terreno, cortando la maleza y desalojando a los buitres oligarcas que disfrazados de demócratas ejecutaban leyes para saquear y entregar los riquezas de la nación. Hay que sembrar la democracia revolucionaria en la conciencia de nuestros pueblos y sociedades, y en cada surco que se vaya abriendo en América Latina también debe sembrarse el ideal revolucionario. No hay tiempo para pensar hasta pasado mañana, ni mucho menos ir pausadamente. Las revoluciones son procesos de descontrucción, es decir, destruyen para construir. Esa es la tarea pendiente, ese el reto que tienen los países latinoamericanos.

*Politólogo. MSc en Ciencia Política

Email: eduardojm51@Yahoo.es







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Eduardo J. Marapacuto*


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