La sabiduría de Luis

Sucedió entre La Loma y El Caruto, en el municipio Monagas del estado Guárico, cerca de San Francisco de Macaira. Estaba conociendo un conuco de caraotas de mi familia. Para llegar caminamos unos 200 metros desde la carretera. Ahí solo se llega caminando o montado en un animal. Sucedió en una bajadita pendeja, con una pendiente pendeja. Un resbalón que a mí me lució como de corredor barriéndose en segunda y por la misma, parándose. ¡Quieta en segunda! Pero me dejó el pie derecho guindando. No fue un esguince cualquiera.

Sentí un dolor del carajo. Solo atinaba gritar y nadie sabía lo que me pasaba. Hasta que mi hermana me grita: Dinos, ¿dónde te duele?. El pie, dije, e inmediatamente empecé a imaginarme cualquier cosa. Acababa de ver por tercera vez la película Límite vertical (Martin Campbell, 2000). Me imaginaba una fractura abierta. Me imaginaba un sangrero y un hueso saliendo por algún lado. Y todo lo imaginaba, porque era incapaz de voltear a verme el pie de lo cagada que estaba.

Mis acompañantes estaban muy asustados. El día anterior habíamos enterrado a mi tío Ismael, hermano de mamá, y un par de meses atrás, a mi papá. En mi familia las desgracias no llegan solas. Parece que la providencia las acumulara, como un mal premio de lotería. Yo venía jodiendo con eso y le dije a mi tía Zora: Prepárate, porque vienen por ti. Hay que reírse de todo, ustedes saben.

Los testigos del accidente tonto y aparatoso: mi tía Zora, mi hermana María del Valle, (médica pediatra), mi cuñado Carlos, (médico obstetra) y mi hermano Harold. Todos estaban pálidos. Tanto que tuve que ser valiente y dejé de gritar. Les dije que me taparan ese pie que al juzgar por sus carátulas debía estar muy feo. El carro más cercano estaba a más de cien metros. Y yo que peso lo que valgo. ¿O valgo lo que peso?

Vi al señor Luis, le calculo unos 70 años, un segundo antes de caer. Caminaba con un caballo. Fue en nuestra ayuda. Hay que buscar una tabla, dijo. No había tabla. Una correa, ¿quién tiene correa?, preguntó Luis. Mi hermana sacó la suya y le dijo a Luis: Ordene, haremos lo que usted diga. Así fue. Luis pidió una sábana en su casa que estaba muy cerca y amarró los dos pies. Uno quedó recostado del otro, bien inmovilizados. La correa era para mi torso. Carlos me cargó por la correa, el señor Luis llevaba mis pies y Harold me sostenía por los brazos. Así llegamos a un sitio hasta donde llegaría el carro. Luis, el campesino, con toda su sabiduría a cuestas, comandó la operación de rescate.

Lo demás son médicos, radiografías, el dolor de volver el pie a su sitio (María del Valle me contó que Luis quería hacer eso allá en la montaña) y la operación por fractura, tornillos, plaquitas y el largo etcétera del reposo, que a veces llega por algo. Ese cuento se los debía. El día que supe de la sabiduría de Luis. Sigamos



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Mercedes Chacín


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