Los Clérigos y el Estado

La semana pasada el Estado venezolano soportó la injerencia de dos clérigos en sus asuntos internos: la del pastor Pat Robertson, pidiendo la eliminación física del Presidente; y, la de Benedicto XVI, solicitando mayor libertad para la iglesia católica, lógicamente, dentro del supuesto de su restricción. La primera, como lo consideran los comentaristas serios, es la acción de un loco irresponsable. Muy a tono con la conducta del “leviatán entrópico” (título de mi próximo libro) que hoy decide el destino de la humanidad. Ciertamente, la presencia en el gobierno de los EEUU de George W. Bush se debe, en gran medida, a este preste que le ofreció su patronazgo. Y, sin dudas, es parte de la “guerra al terrorismo” – guerra a todo lo distinto – que adelanta este fundamentalista y sus secuaces dentro del Programa del Nuevo Siglo Americano. Pero no se puede considerar de la misma manera al papa. Este eclesiástico encarna un poder temporal, basado en el más puro animismo, que ha sobrevivido desde Galileo, desafiando la racionalidad de la ciencia. Por lo tanto, no se puede entender su demanda como una esperanza de liberación de un clero sometido al poder estatal. Esa situación no esta presente en nuestra realidad. Por el contrario, la curia goza aquí, como lo hacen los representantes de las distintas iglesias, de la más completa libertad para realizar sus labores pastorales. Más aun, de una manera que juzgo inconstitucional, pues establece privilegios, en gran parte financiada por un Estado que, desde su constitución, ha sido laico.

La demanda del papa, explícitamente, pide la autonomía de la iglesia – que la tiene en cuanto a sus decisiones morales – entendida como autogobierno. Un poder imposible de tolerar en una comunidad política en la cual la soberanía reside en el pueblo. No puede, en el mundo de hoy, existir un Estado bicéfalo. Lo que no impide que el clero católico venezolano participe políticamente, como lo hacen los miembros de cualquier corporación, de conformidad con el ejercicio de sus derechos. Y así lo han hecho en los últimos años, incluso en actos violentos contra las instituciones de la nación. En este caso, lo que es inadmisible es la injerencia de un Estado en otro. Y esa demanda de Benedicto XVI, en su condición de monarca del Estado vaticano, con el cual se han sostenido excelentes relaciones, incluso hasta las de mantener el financiamiento de una educación confesional, en perjuicio de los otros credos religiosos, constituye una violación al derecho internacional público. Y tal tipo de trasgresión ocurre, por cuanto inconstitucionalmente, desde la época del gobierno del Gral. J. V. Gómez, se le viene dando un trato preferencial indebido a este credo religioso. En ese sentido, para darle contenido espiritual a los actos públicos, cuando ello es requerido, se debe proceder, como lo hizo el gobierno francés, durante el funeral en Martinica a las víctimas del accidente aéreo en Perijá, con un acto ecuménico. Tal como los que hacía el Pbro. Juan Vives Suría, prototipo del clérigo al servicio de la moral colectiva.


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Alberto Müller Rojas


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