La vida en caos

Tempranito, la autopista Francisco Fajardo es un desesperante estacionamiento. Con mas o menos resignación, los automovilistas van apretujándose en tres canales. Entre el primer canal pegado al Guaire y el canal central de la autopista, una fila interminable de motos, una verdadera pared ruidosa de carne y hierros que fluye velozmente, irrita a los automovilistas, los reta, los increpa con pitos intermitentes. No son peticiones de permiso sino advertencias imperiosas que retan, que advierten “no te me atravieses porque te formo tu “peo”, porque te caemos en cayapa, porque te arranco el espejo y no respondo por daños”, etc. Son los motorizados, una suerte de gremio sobre el que se cierne todo el rencor impotente de los automovilistas, algunos de los cuales, los mas neuróticos, sueñan detrás del volante con venganzas inconfesables.

Pero el rencor es mutuo y el deseo de bronca está a flor de piel hasta que en cualquier crucero nos encontramos con una escena cotidiana; el muchacho malogrado que no llevaba puesto el casco. Lo rodea una nube de motos, curiosos y opinadores de oficio… Los mas insensibles le acusan de imprudente mientras está todavía tendido en el suelo rodeado de los suyos, los de su gremio, los otros motorizados que seguirán después a la ambulancia mientras se abre paso entre los automovilistas que ahora si, se hacen a un lado suspendiendo momentáneamente el rencor.

El motorizado se nos antoja a veces como un ser mitológico, un monstruo deforme con ruedas y una cabezota negra y brillante que luce como una esfera enigmática sin ojos ni boca. Vemos como se funde en un paisaje impersonal con el otro monstruo, su hermano mayor, el automóvil, para devolvernos la imagen de un mundo donde reinan las cosas y la persona humana es invisible –apoteosis de la mercancía-. Solo de vez en cuando, pasa una moto donde entre “la parrillera” y el conductor va prensado un niño que pone la nota humana de ternura y por que no, de indignación. Se empieza a revelar entonces que el motorizado es casi siempre un ser humano marginado al triste destino de jugarse la vida para poder ganársela. Es el obrero que tiene prisa por llegar a un trabajo mal pagado, es la familia completa que llevarán primero al niño a cualquier guardería, o a casa de la abuela para salir después a ganarse la vida. Cada moto es ahora una historia personal con ruedas, que podemos contemplar con ternura. ¿No decimos que estamos construyendo el socialismo, pues?

¿Quién nos obliga a perder la cuarta parte de la vida detrás de un volante o montados en una mugrienta buseta? Otros –cuya presencia arrogante nos fastidia- han decidido comprarse una moto y apostar el resto de su vida, así sea que ésta se termine abruptamente contra un poste, para no sufrir el tormento de perderla a cuentagotas en el absurdo infierno de la calle.

¿Quién nos ha puesto en el rencor? Justamente quienes desde las alcaldías y gobernaciones, mientras discursean sobre socialismo, han sido incapaces de asumir el transporte público como un servicio urbano integral.

El transporte público urbano en su carácter privado, es todavía mugroso, anárquico y arrogante. Cada chofer es dueño de su ruta, de su buseta destartalada y maloliente, de su música, de su estética chabacana. Cada Chofer proyecta su personalidad en letreros tales como “Anima de Taguapire”, “Tu envidia me fortalece”, “El consentido de las Chicas”, “La Bestia” y otros que adornan las busetas, revelando sin duda que cada chofer en un enfermo mental. ¿Y cómo no serlo cuando tienes que ganarte la vida en el tráfico infernal de Caracas?

cajp391130@yahoo.es


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Pedro Calzada


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