Un cuento del “Caracazo”

La insurrección de los pobres

“En honor de Hugo Chávez Frías, aquí empezó todo……………”
Por su pronto restablecimiento.

Llegó diciembre, el pueblo venezolano salio a votar. ¿Quién más podía gobernar que un hombre con la capacidad de Carlos Andrés Pérez? Hombre populista, líder de avanzada, figura respetada en Latinoamérica, político que con ideas claras, sacaría al país del hoyo sin fondo que lo dejó el gobierno de Lusinchi.

Este gobierno trajó una avanzada de corrupción que dejó las arcas de Estado venezolano casi vacías. ¿Quién mejor que Carlos Andrés para ayudar al país?
“Con los adecos se vive mejor”, era la consigna que ahora utilizaba el partido que junto a COPEI dirigían los destinos de la nación petrolera.

País rico, con una riqueza mal distribuida, donde existían todos los males, desde una corrupción galopante hasta un deterioro considerable de la vida de sus habitantes.
Como era de imaginarse, ganó Carlos Andrés. El pueblo salió a celebrar, parecía que ya se le arreglarían todos sus males, la gente estaba eufórica. Había caravanas, cornetas, música, alegría y sobretodo mucha esperanza.

Pero lo único cierto de Pérez fue lo que no dijo, sus promesas eran solo mentiras y lo más grotesco fue la toma de posesión que gozó de una ceremonia digna de una corte de un Rey. Con un lujo desbordado y con la presencia de un gran numero de gobernantes de otros países.

El pueblo vio y celebró junto a su Presidente, cayó en aquella borrachera “boba” hasta despertar para enterarse sorpresivamente de “un plan de ajuste económico” que negaba todo lo prometido en la campaña electoral.

La gente común empezó a ver como su calidad de vida iba mermando, ya no podía disfrutar de lo que el año pasado disfrutaba. En casa de la familia Casanova aquella tarde donde fueron anunciadas las medidas, todos se encontraron frente a la televisión. El padre de la familia, Mario Casanova, con cara de preocupación contempló como los ajustes eran anunciados por el nuevo presidente.

Sintió miedo, sintió ese miedo que hiela los huesos como muchos y calladamente en su mente se preguntó: ¿Qué pasará?
Temió por su trabajo, ya que como miles de venezolanos, vivía de un sueldo que cobraba religiosamente los 15 y los 30 de cada mes. Ya era un hombre de 50 años y sus perspectivas de conseguir trabajo eran difíciles.

Mario Casanova era obrero calificado de una fábrica de telas de capital privado, con muchos años de trabajo sobre sus espaldas, pero con un salario con el cual hacia milagros para vivir y mantener su familia con la ayuda de su esposa que cosía para colaborar así con el sueldo de su marido.

Ya con sus vecinos y compañeros de trabajo había conversado sobre los nuevos sacrificios que tendría que hacer el pueblo venezolano.
Al ser nombrado cada uno de los ajustes miraba a su esposa que con cara de angustia contemplaba a “su presidente” dando la alocución.

Casanova sabía igual que su esposa; doña Hilda; que serían ellos, el pueblo, los que pagarían este nuevo paquete, pregonado por los “economistas” de turno como la panacea para todos los males del país.
Como ellos, muchos se sentían engañados, indignados. ¿Qué sería de sus vidas después de esto? Ya con bastante sacrificio vivían y ahora más.
El presidente Pérez no valoró completamente su liderazgo o confió en el engaño en el cual tenía sometido los partidos políticos al pueblo por tantos años.

Por otro lado en la casa de los Casanovas vivía Adalberto Cañizales; hermano de doña Hilda; adeco furibundo que hablaba del presidente como si fuera su más cercano colaborador y amigo. Se refería a él llamándolo simplemente como “Carlos Andrés” y lo defendía a capa y espada citándolo como “el hombre más importante de Venezuela” o “el segundo Bolívar”.

Esa tarde se encontraba junto a su hermana, cuñado y sobrinos haciendo gala de su prosopopeyica dialéctica aprendida en la universidad política del partido; Universidad Alberto Carnevali; en los cursos a los cuales había asistido: Adalberto era empleado de un Ministerio, en el cual llevaba todo gobierno de Lusinchi y ahora con su currículo de hombre de AD, se encontraba, según él; alejado de cualquier ajuste que haría el nuevo gobierno.

El hombre era soltero y fuera del dinero para su mantenimiento que le entregaba a su hermana, Adalberto se gastaba su sueldo en la cervecería del barrio dando discursos políticos que no podía dar como líder de base.

Los hijos de la familia Casanova; dos muchachos en edad de estudiar en el liceo; a pesar de encontrarse en la sala viendo a Pérez sus pocos años les impedía que fueran como sus padres testigos mudos de la tragedia que se avecinaba para ellos.

Al terminar de hablar el presidente como siempre, Adalberto; comentó eufórico, sin medir los acontecimientos que los amenazaba:
“¡Eso si es un lider!

Su cuñado harto de oír la perorata política del hermano de su esposa le dijo:
-Ahora si nos jodimos, no te das cuenta que si aumentan la gasolina, subirán los pasajes y todos los productos alimenticios. Si ahora no nos alcanza el sueldo, después de estas medidas será más difícil.

-¡No hombre! ¿Cómo vas a decir eso? Si lo que nos hacia falta era un líder como Carlos Andrés, si él tomó la decisión con su gabinete de poner estas medidas lo haría para el bien del país o es que tú crees que tu Tigre lo hubiera echo mejor. Ahora entraremos en una bonanza como el primer gobierno de Carlos Andrés. Replicó con apasionamiento Adalberto.

-No discutan de política en mi casa dijo; cortando la conversación de los cuñados.
Ella sabiendo por donde iba la conversación, que seguro, sino la cortaba, terminaba en un disgusto que haría que los dos hombres pasarían semanas sin dirigirse la palabra.

Adalberto al oír a su hermana, sale a la cervecería del barrio que es al mismo tiempo bodega, donde no solamente es visitada por los tomadores de caña del sector, sino por las amas de casas que buscan unas latas de sardinas, la harina de las arepas, los huevos o el cuarto de kilo de queso para la alimentación de la familia.

En la barra de local el entusiasta adeco rodeado de sus amigos entona el himno del partido y comenta cuando una tarde del año pasado Carlos Andrés Pérez estuvo en una reunión en la casa del partido.

Pero no todo era alegría en el bar, su dueño don Cristóbal veía llegar un futuro negro para su negocio al escuchar todos los ajustes hechos por la presidencia de la Republica.
Sabía lo que desataría esto, un aumento significativo de los precios de los productos, cierres de fabrica y merma del empleo, acaparamiento y él como padre de familia necesitaba producir ya que tenía dos hijas una de 15 años y otra de 17 que empezaba a estudiar en la Universidad.

Su negocio era él que surtía parte del barrio, ya que varias cuadras más abajo se encontraba un CADA y la gente para evitar caminar se acercaba a la bodega-cervecería de don Cristóbal.

También los malandros del sector se encuentran se encuentra comentando sobre las medidas que se aplicaran. En una esquina del barrio, el “Perico”, “El Pitufo” y “el negro jota” comentan entre pases de cocaína el tema que preocupa al pueblo venezolano.

-Ahora hay que moverse, chamo. Dice uno de los especimenes que adornan el popular barrio de la ciudad capital.

-Si, yo tengo a la jevita preñada y su mamá es peor que todos los tombos de Caracas juntos, cada vez que me ve, se me viene encima a pegarme porque le desgracie la hija. Yo le digo que le responderé a la chama. Apunta el negro jota

-Coño con esta peladera habrá poca gente a quién atracar o quien nos compre droga. Además con los “pacos” martillándonos a cada rato para no llevarnos a chirona, hay que ver lo que jode el sargento González y sus panas. Explica con cara de victima el “Perico”.

-La ultima vez que me agarraron me dieron coñazos hasta por la cedula y me quitaron las “luquitas” que tenía y me abandonaron por los lados de la carretera Caracas-Junquito. Siguió comentando el malandro.

-Menos mal no te mataron. Comentan los dos compañeros de delitos con voz de preocupación.

Los decentes ciudadanos siguen la conversación drogándose descaradamente sin importarles que la gente los vea, lo que si están es “moscas” por si el mentado sargento se aparece con sus hombres.

Lo que si no saben es que el sargento igual que toda la fuerza policial y militar se encuentra acuartelados por si se presentan disturbios por la dureza de las medidas.
Falta poco para que la vida de los habitantes de está nación sufra un descalabro en esos días de febrero y marzo que fueron catalogados como la más generalizada violación de derechos humanos de la historia de Venezuela y una de las mayores de América del Sur.

Lo más triste es que se produjo en un país que “supuestamente” gozaba de un sistema democrático que ya tenía décadas de vida.
Los días pasaban y llega el 27 de febrero, desde el Terminal de Guarenas y después en los terminales de Guatire y Nuevo Circo surge un estallido inicial que será la mecha que prenderá el barril que traerá al país la insurrección de los pobres.

El aumento de los precios de la gasolina acarreará por consiguiente el alza del pasaje y golpeará fuertemente el bolsillo reducido de los venezolanos.
Las primeras noticias que se reciben son disturbios protagonizados por estudiantes que protestan por el aumento del pasaje urbano.

Las protestas se realizan también en otros estados, donde hace varios días se observan enfrentamientos entre manifestantes y policías. Venezuela observa aterrada como la tranquilidad en que han vivido se evapora. Los viejos representantes de la política muestran inquietud al contemplar los disturbios callejeros que se van regando por toda la geografía sin poder ser detenidos.

En el liceo en que estudian los hijos de los Casanovas no se queda atrás en participar en las protestas. Vicentico Casanova; hijo mayor de la familia y estudiante de quinto año de bachillerato; se encuentra en los enfrentamiento que se producen contra la fuerza pública.

Toda la mañana los futuros bachilleres se enfrentan con la policía, como siempre los estudiantes le lanzan piedras a las fuerzas del orden y estos les devuelven gases lacrimógenos y perdigones.

Empiezan a correr todo tipo de rumores que habla de un “nuevo” plan de la subversión, pero la verdadera versión es que esta rebelión; la rebelión de los pobres; es completamente espontánea, ya estaba el pueblo cansado de llevar tanta vaina y de ser siempre engañado.

Los disturbios asaltan las calles y la reacción de la gente es buscar su propia supervivencia y como aquel marzo merideño empiezan a producirse saqueos, que las personas aprovechan para apertrecharse de comida.

Ya no son solo los estudiantes los que hacen arder la calle, hay de todo tipo de personas, los que temerosamente ven a los demás participando en los saqueos al ver la impunidad con que lo realizan se unen a la marea que desbocada inunda las calles de este país.

Ya los muchachos del liceo de Vicentino son acompañados por gente común que los ayuda en la preparación de barricadas que van llenando las calles de las ciudades.

Vicentino armado con cauchera y un saco de piedras no cesa de atacar a los policías junto a una gran cantidad de personas que protestan enfurecidos contra el paquete económico.

Junto a Vicentino, su hermano Joel; estudiante de segundo año de bachillerato; lanza piedras, se siente orgulloso de participar en la protesta que quizás ni sabe por que se hace, pero por estar junto a su hermano mayor; su héroe; trata de ser más atrevido de los manifestantes y el que más piedras arroja contra la policía.

Si su padres los vieran o su tío, que tantas palabras ha gastado para alabar su “querido” Carlos Andrés, pero no son elementos aislados de una pequeña protesta.

En el centro de la ciudad los saqueos son indetenibles y las fuerzas del orden son desbordadas por la gran cantidad de gente que destrozan y roban, ya no solo comida, sino ropa, televisores, lavadoras, neveras y cualquier tipo de electrodomésticos que nunca habían soñado poseer.

En ciertos sitios las fuerzas del orden dirigen los saqueos para que se produzcan de forma “ordenada”, primero los niños y las damas: Los canales televisivos trasmiten imágenes que llenan los hogares venezolanos.

Se ven personas cargando en sus espaldas neveras o reses completas robadas de los enfriadores de las grandes cadenas de supermercados que abundan en la ciudad.
La gente arrecha, culpa a los políticos, al gobierno, al Fondo Monetario Internacional y expresaban esa rabia al tomar la riqueza que para ellos la crisis era ofensiva de comerciantes y grandes tiendas.

Don Cristóbal ve con horror como su pequeña bodega es asaltada por turbas enfurecidas que destrozan todo a su paso: lo más asombroso, es que entre esa gente se encuentran muchos de sus “amigos y clientes” que inexplicablemente con más saña dañan todo a su paso.

El aterrorizado comerciante, cree vivir una pesadilla viendo la brecha que se abre en la Venezuela del 88 entre los que poseen algo por muy pequeño que sea y los que nada tienen y que estas medidas económicas afectaran màs.

-No por favor, no me dañen la vida. Víctor, Alfredo, Juan; les suplica a unos hombres que cargan uno de los enfriadores donde el bodeguero enfriaba la cerveza; yo he sido su amigo, le he fiado. ¿Por qué me hacen eso?

Pero es tarde para contener ese rio crecido que asoló las calles de nuestra Venezuela; antaño llamada “saudita” por la riqueza que tuvo; que nunca más será la que fue.

Don Cristóbal ve; como muchos comerciantes; su vida lacerada, su negocio saqueado. Lo que no se llevaron, lo destruyeron. ¿Ahora que será de él y de su familia?
El bodeguero hombre de edad avanzada, siente un dolor fuerte en el pecho y cae victima de un infarto fulminante, quizás unas de las primeras victimas que se producirán en estos tres días que llenaran los hogares venezolanos de luto y de dolor.

Desde Miraflores, Carlos Andrés Pérez el líder popular, el hombre que hace pocos días fue llevado a ese lugar con un triunfo que contó con las clases más desposeídas, el político carismático, el él que decían “salvador del país” se pregunta:
¿Cómo es posible que un pueblo que lo amo tanto y confió en él, ahora lo odie tanto? ¿Será que se le pasó la mano con las órdenes del FMI? ¿Qué hacer?

Desde lo más profundo de su ser, toma una decisión que va a manchar su carrera política y llenará de sangre las calles de Venezuela. No era falsa su carrera en el Ministerio del Interior cuando Betancourt. Había cumplido muy al pie de la letra aquella orden de Betancourt: “Disparen primero y averigüen después” y ahora casi tres décadas después pondría a sus esbirros a repetirla.

Los ministros, los gobernadores de Caracas y del estado Miranda, los generales, la oligarquía, todos esperan un milagro para contener el incendio que se ha desatado.
Se sienten aterrados de ver como se derrumba el “imperio inalcanzable” que han construido sin importarles las necesidades del pueblo. Los ricos tiemblan, llaman al presidente para que les vuelva a retornar “la calma”, su clama. Desean que la amenaza de que la chusma asalte sus hogares desaparezca.

Pérez ordena la suspensión de las garantías; hecho insólito no visto en una gran cantidad de años desde aquellos días de la insurrecciones guerrilleras de los 60 y manda a su Ministro de la Defensa activar el Plan Ávila, sabiendo las consecuencias que producirá la salida del ejercito a la calle a controlar la violencia que la inocencia de los políticos, de sus partidos y del imperialismo ha provocado.

Unos respiran tranquilos con la fe en que volverá el “orden” a la vida del país, unos no podrán evitar una mirada acusadora contra Pérez al imaginar el gran derramamiento de sangre que esa medida producirá.

Las tropas no salen a controlar multitudes sino a sangre y a fuego, será incongruente ver aquel ejercito que llevó la libertad a cinco naciones convertirse en una pandilla de matones igual a cualquier ejercito de un dictadorzuelo de los que tanto abundaron en Latinoamérica

Desde ese momento queda ordenada la masacre más grande de nuestra historia y las tropas olvidaran la frase de su más grande comandante en jefe que dijo:
“Maldito el soldado que empuñe su arma contra su propio pueblo”.

Salen a matar el pueblo para que los politicastros y las oligarquías mantengan su vida llena de lujos y corrupciones. Qué vergüenza debió sentir Bolívar al ver a su ejército masacrando al pueblo por el cual se sacrificó todo para darles su libertad.

Qué vergüenza sentirían los libertadores que combatieron por libertar a este país del yugo español. ¿Dónde quedó aquel ejército que llevó la libertad a cinco naciones?

Qué papel tan triste asumió; de cabrones de las plagas de políticos; sin importarles su honor ni el respeto. Muchos de sus oficiales debieron sentir pena al ver a sus soldados disparar al pueblo y reprimiendo sin piedad alguna.

Fueron tan absurdas las justificaciones que los voceros del gobierno esgrimieron; que a pesar de la tragedia; dieron risa.
Se oyó la versión de que infiltrados se vistieron de soldados para disparar contra la gente desarmada.

Los jóvenes Casanovas participan en los saqueos, son jóvenes y quizás como mucha gente no miden el peligro que corren, al principio los mismos malandros del barrio atacan a la Guardia Nacional que se encuentra en la calle ya que la policía ha sido desbordada por los manifestantes. Los “choros” atacan para que la gente pueda saquear.

Vicentico y Joel hacen viajes a su casa llenos de víveres y sus padres inmersos en la furia de los saqueos no les importaban que los niños lleguen lleno de artículos robados.

Mario Casanova se une a los saqueos, no aguanta las ganas de participar, corre con sus hijos y entran al supermercado cercano su casa ya que de la bodega de Don Cristóbal no queda nada, sino un cadáver tendido en el piso.

Co ellos una gran cantidad de gente entran y salen con objetos robados, se ven con licores, con víveres, electrodomésticos y hasta con reses en sus espaldas.
La multitud rompe vidrios y muchas de ellas son heridas, pero no es suficiente razón para que las personas dejen de saquear.

Los Casanovas han hecho varios viajes con las manos llenas y doña Hilda acomoda en la casa ya que su marido y sus hijos dejan lo saqueado en la sala.
Había sido asombroso ver a la multitud desbocada, sin importarles que lo que hacían era robar.

Se veía en los saqueos todo tipo de gente, gente que en otras circunstancias les hubiera sido increíble creer que algún día participarían en ese tipo de hechos. Existía una histeria colectiva.

Hasta el adeco furibundo de Adalberto Cañizales que se encontraba en el centro de Caracas y al ver los saqueos aprovecha con más miedo que vergüenza de restituir su golpeado guardarropa.

Un par de pantalones, unas camisas y unos zapatos no caerían nada mal. Como él muchas personas pensaron y cayeron bajo las balas de glorioso ejército que masacró.
Cañizales entra a la tienda como rio crecido junto a una gran cantidad de gente, parten vidrieras en donde son exhibidos anhelos que ese pueblo desbocado toma sin importarles las consecuencias.

Sería un momento de locura incontenible para satisfacer sus sueños estimulados por el consumismo desesperado, detenido por la brutal pobreza en que se encuentran sumidos.

De pronto en la calle se oyen detonaciones más fuertes, se había retirado la G.N desbordada por la gran cantidad de personas que saquean. Llego el ejercito disparando ametralladoras desde sus jeep de combate.

Caen más personas con el sueño del triunfo roto, muchos corren. Son masacrados niños, mujeres, hombres que por obtener un televisor, una nevera, un simple pantalón que sus mermados recursos les harían imposible obtener.

Adalberto trata de salir corriendo quedando atravesado por los vidrios que caen rotos por las balas. Muere desangrado como muchos, llenando las cifras del día en que bajaron los cerros.

Mientras tanto en donde se encuentran los Casanovas llegan efectivos militares disparando igualmente. Mario corre junto con sus hijos y ven que gente cae por los disparos de las ametralladoras de los soldados.

Siente un terror desbocado que inunda su alma, no solo la vida de él peligra, sino la de sus hijos. A pocos metros cae un niño, un poco más una mujer atravesada por los disparos.
Vicente no quiere ni pensar que le maten un hijo. ¿Cómo vivirá con esa culpa?
Siente no poder retroceder el tiempo para borrar el hecho de robar y lo que no sabe es que mucha gente cayó por solamente haber pasado en un mal momento.

Era imposible no poder participar y evitar pensar que era justo lo que hacían ya que la les debían mucho. Salieron a votar, a apoyar a Pérez y él se olvido de todo lo que prometió

La risa que tenía cuando saqueaba se ha convertido en un pavor que le hace correr con más fuerza. Logran llegar a su casa donde doña Hilda los espera con el corazón en la mano ya que ha oído los disparos, los besa tocándolos para ver si estaban heridos.

El padre abraza a sus hijos con el remordimiento de haber arriesgado su vida, los muchachos lloran por el miedo que ha pasado. Mario tampoco puede ocultar su llanto, sienten miedo, las cosas no se han terminado, los gritos y los disparos continúan hasta que un silencio de muerte va llenando las calles solamente interrumpido por el ruido de las botas de los soldados que desfilan como vencedores de una gran batalla.

Se escuchan voces de mando de oficiales y suboficiales que dirigen a las tropas asesinas. Muchos de estos soldados disparan cerrando los ojos.

Doña Hilda llora calladamente y pregunta por su hermano que ya se encuentra muerto producto de la insurrección de los pobres. Ella después de ver a su familia a “salvo” teme por la vida de su hermano y se pregunta: ¿Cómo llegará Adalberto con tanto soldado afuera armado hasta los dientes como si fuera a combatir en una guerra?

Su esposo la consuela diciéndole que es posible que su hermano esté a salvo en casa de cualquier amigo.
La aterrada familia ve por la televisión que hay una gran cantidad de muertos y les da alivio haberse salvado, pero sienten miedo por Adalberto Cañizales y por el futuro que ven negro y eso que los medios de comunicación no muestran todo lo que pasa.

Se desataría la más salvaje represión, muchos bloques mostraran su fachada destruida por las ametralladoras punto cincuenta que tanta sangre derramó esos días.

Los Casanovas se preguntan: ¿Qué harán con los alimentos saqueados? Hay que desaparecer esas pruebas de robo. ¿Quizás las casas sean allanadas?

Pero no todos los militares se encuentran de acuerdo con la masacre ordenadas por sus superiores. El capitán Rafael Araujo ordena a sus soldados que disparen al aire y les advierte que no quiere muertos, les arenga que son soldados, militares y no asesinos.

Detienen a saqueadores rezagados y los trata con respeto pero con rigidez, al noble militar se puede acusar de todo menos de blando pero actúa con su mejor calidad humana.

Se comunica con sus superiores y recibe sus órdenes pero las transforma para que no vaya en contra de lo que le dicta su conciencia. El militar ve con tristeza que en muchas calles por las que pasa se encuentran llenas de cadáveres.

Les dice a sus tropas diciéndoles que un ejército que luchó por la libertad de su país y de cuatro naciones más no puede convertirse en matones que disparan contra personas que solo se defiende corriendo para ocultar sus errores o su razón.

Siente vergüenza y envidia a su primo Eduardo que víctima de un sarampión se encuentra de reposo y así no participa en estos hechos que convirtió a los militares de este país en un ejército de represión salvaje y sin piedad.

Tanto que ellos conversaron desde niños, querían ser como los héroes de la Independencia, querían pertenecer a esas gloriosas tropas. Para eso vivieron y desde que entraron en el ejército, trataron de vivir como hombres de honor, como quería Simón Bolívar que fueran sus aguerridas tropas.

Pero ahora los sacaban a matar al pueblo, a ese pueblo que ellos pertenecían y que tenían el deber; según la Constitución, de defender.
Muchos recorrían calles llenas de recuerdos de sus infancias o juventudes, mirarían familiares, vecinos y amigos, que en un mudo reproche les lanzarían a sus caras el cambio de “soldados, forjadores de la libertad” como un día los llamó el Libertador, a ser instrumentos de políticos que habían robado descaradamente a su país.

No todos los militares estaban de acuerdo con matar a sus semejantes y no les gustaba el papel que hacían y de estos hechos saldrían aquellas logias militares que actuarían cuatro después.

Lo que vendría mantendría en expectativa a Venezuela por varios años y un sin número de rumores asolarían al país en toda su geografía.

Los soldados no solo tenían que enfrentarse a las turbas de saqueadores que lo hacían era correr con la sola presencia de la tropa, pero existían bandas de malandros que disparaban contra los efectivos creando caos y haciendo que en los tiroteos cayera gente inocente.

Como era de imaginar la presencia del trío de delincuentes; el Pitufo, El Negro Jota y el Perico en los enfrentamientos con los efectivos del ejército. Ellos y otros delincuentes disparaban desde arriba desde los cerros que rodeaban el popular barrio.

La gente se encontraba aterrorizada al ver llegar la noche y no cesar los enfrentamientos. Ya se conocía de gente que había muerto por balas perdidas. Los malandros del barrio habían sacado armas que nunca se habían imaginado los cuerpos de seguridad que tenían. Se comentaba que hasta ametralladoras Punto 50 disparaban desde los cerros y esa fue la excusa para que aplicaran la represión que asolo esos días.

La DISIP junto a los efectivos del ejército realizan trabajos de “limpieza”, muchos dirigentes comunitarios son asesinados los días siguientes.
El gobierno nacional con su actitud típica ordena que sean enterrados en fosas comunes una gran cantidad de asesinados y uno de los casos más emblemáticos son los de “La Peste” del Cementerio General del Sur de Caracas, con infracción de las normas legales y administrativas que regulan los respectivos procedimientos. Funcionarios estatales inicialmente negaron la existencia de fosas comunes, pero fue imposible ocultar un hecho como este.
Adalberto fue enterrado en esa fosa, como muchos otros

Doña Hilda pregunta con voz angustiada:
-¿Dónde está mi hermano que no llega?

-Mejor que no llegue, aquí la cosa está peluda. El tiroteo no cesa. Responde su esposo.
Los soldados y los DISIP van desplazándose tomando territorio en los barrios dejando a su paso muerte y dolor. Muchos edificios destrozados por las balas y mucha gente muerta.

Los reclutas disparaban a todo lo que se movía y muchos cerraban los ojos.
El Capitán Araujo sufre al ver tanto muerto en las calles, las balas no respetaron edad, ni sexo.

Siente en carne propia que el gobierno que defiende; no solo es ladrón y corrupto, sino capaz de cualquier cosa con tal de sostenerse. Su labor es difícil ya que tiene que controlar a sus tropas que quieren desbocarse y disparar.

Araujo ve como recogen los muertos y los llevan para depositarlos en fosas comunes para que nunca puedan ser identificados y así minimizar la matanza que han hecho.
Todavía no se enteraría que han matado al “Catire”, oficial igual que él y gran amigo de su primo.
Seria ajusticiado ya que los órganos de inteligencia del Estado tendrían el conocimiento que muchos oficiales estaban armando una conspiración y que un grupos de ellos ya hasta un juramento habían realizado.

No podían dejar que el germen de la rebeldía se impusiera en las Fuerzas Armadas. Para los políticos pa´los militares miche y putas como dijo una vez aquel preclaro político venezolano que mal llaman el padre de la democracia…..

Entre los cadáveres se encuentra Adalberto, muerto desangrado por unas camisas y unos pantalones: Que injusta es la vida. Aquel que fue adeco recalcitrante y fanático es muerto producto de la vorágine que desató su admirado Carlos Andrés, títere del imperialismo y el temible “Gatillo” del gobierno de Betancourt.

Al llegar la noche se produce un tique de queda cosa que desde hace mucho tiempo no se ha producido y a la población se le hace extraño.
No pueden salir de sus casas desde las seis de la tarde a las seis de la mañana, eso no es excusa para que la represión cese. La muerte seguirá asolando las calles venezolanas.

Los canales de televisión son callados para que no muestren las imágenes de lo que verdaderamente sucede.
Los días trascurren y aumenta peligrosamente el número de muertos, se comenta que hay ajustes de cuentas entre policías y delincuentes protegiéndose en la suspensión de garantías.

El pitufo, después de haberse enfrentado a los soldados disparándoles para impedirles el paso se encuentran como en un bastión impugnables, se retira junto a sus compinches cansado de tanto pelear a reírse de sus fechorías.

El cerro se encuentra solitario después de los combates que se dieron, la gente común se encuentra aterrada y los malandros son los dueños de la zona; como siempre; haciendo lo que han querido, sintiéndose poderosos por el arrojo que les da la droga y la impunidad.

Para los soldados poder subir esos cerros se les hace difícil, ya que desde arriba les disparan. El Pitufo y su gente se encuentra en su cubil, drogándose y bebiendo para celebrar sus fechorías.

El pitufo, el negro jota y el perico están muy animados, la derrota del ejercito en la plomacera según ellos es un triunfo, lo que si no saben es que ellos serán partes de los asesinados cuando los cuerpos de seguridad empiecen a hacer limpieza amparándose en la suspensión de garantías.

El sargento González y la policía se prepara; ayudados por el ejercito y la DISIP, para hacer una verdadera razia y eliminarlos, lo que si nos les importó es la cantidad de personas que podían caer. Igualmente matarían dirigentes, lideres de izquierda o cualquier persona que se opusiera a la “democracia representativa”.

La noche corre y en la madrugada, un número grande de efectivos suben los cerros amparados en la oscuridad y en el miedo de la gente.
El pitufo se ahoga con la droga al empezar a oír los tiros, ya los tienen cercados, los comandos allanan las casas sacando de unas a malandros, de otras a dirigentes solicitados, detienen a unos, matan a otros sin hacer distinción entre gente decente y delincuentes.

El Sargento González vengará los ratos malos que le han hecho pasar los tres hampones. El negro jota y el perico despiertan ya entrando el sargento y sus hombres a la guarida, dormitaban pesadamente por la gran cantidad de ron y droga que habían consumido.
El pitufo por su pequeña estatura logra escapar por un hueco.

Los integrantes de los cuerpos de seguridad, dispara pero sin impactar a los delincuentes ya que lo que quieren es agarrarlos vivos.
Los delincuentes ven al sargento González y un gran terror le hielan la sangre, es la misma cara de la muerte que los contempla.

-Hola, por fin los vuelvo a ver pajaritos. no y que muy machos. ¿Porque tiemblan? Se les acabo el pan de piquito….Les dice González sin un asomo de piedad, teniéndolos arrodillados
-Sargento, nosotros no hemos hecho nada, se lo juro por mi mamá. Le grita implorando el negro jota.

Un efectivo trajeado de negro con pasamontañas del mismo color lo calla de una patada en el rostro que causa en el delincuente una gran hemorragia.
El perico se mueve y es ajusticiado rápidamente. El negro jota no le dan tiempo que se desmaye por el gran terror que lo embarga cuando le dispara a la cabeza, terminando la vida de dos delincuentes que fueron el terror de la zona.

Pasaran meses y la limpieza seguirá no solamente muriendo los delincuentes sino dirigentes estudiantiles, lideres comunitarios y siempre la justificación de que esta insurrección era planeada por Fidel Castro y elementos comunistas.

Mientras esto ocurre en el cerro, en el barrio, en la casa de los Casanovas, están en vela, muy angustiados por la suerte que pueda haber sufrido el hermano de Doña Hilda.
la incertidumbre y los noticieros no ocasionan tranquilidad en la atribulada familia, desean ver entrar por la puerta al despreocupado Adalberto con su perorata acostumbrada, pero es imposible ya que se oyen otra vez disparos que ni la oscuridad ni el frío de la madrugada ha podido mermar. Se oyen ruido de botas y voces de soldados y policías.

¿Donde estará metido Adalberto? Esta es la pregunta que se hacen, desean que se encuentre bien, pero no solamente son ellos los que pasan ese mal rato, hay mucha gente en igual de condiciones.

No saben en donde se encuentran familiares que han salido temprano a trabajar o que salieron de sus casas para unirse a las protestas. Hay angustia y dolor en muchos hogares, en casas de venezolanos siempre existirá la pesadilla de no saber que pasó con sus parientes o amigos.

Las cifras oficiales hablarán de un número de fallecidos, pero no tendrá esta cifra nada que ver con la realidad y siempre esos días se recordarán como el momento en que el ejercito venezolano ensuciaría su honor y pasarían 3 años para que en aquel glorioso 4 de febrero se reivindicaría para nunca más alejarse del destino que Simón soñó para ellos.
El capitán Araujo pasaría todos los días de la rebelión de los pobres en la calle y nacería más que nunca el deseo y las ganas de utilizar la fuerza para acabar con el sistema caduca que en ese momento campeaba en Venezuela.

Empezarán las conspiraciones, con más fuerzas, llegará el momento donde los militares se unirán al pueblo para luchar juntos.
Sin haber terminado de secar la sangre que se derramó en las calles ya en las Fuerzas Armadas habrá reuniones de sus mejores hombres para discutir sobre como poder ayudar en la construcción de un país mejor.

Ya los militares venezolanos no se prestarán más para matar al pueblo y tapar la inconciencia y 13 años después saldrán juntos codo a codo a decir no a esos mismo que llenaron a Venezuela de sangre, hambre y miseria.

Los barrios caraqueños se encuentran heridos, es difícil encontrar una familia en donde no hay un herido o un muerto entre familiares o amigos.
Venezuela llora de dolor por la sangre de sus hijos derramada por una elite política que solo ha sabido robar y saquear las riquezas de un pueblo que debía ser repartido más equitativamente.

Los Casanovas no serán los únicos que lloren la muerte de un familiar. No solo el Gobierno se ocupó de matar gente que protestó contra las medidas hambreadoras sino que niega lo que pasó, restándole importancia bajando el número muertos y los oculta arrojándolos en las fosas comunes en donde los familiares no tendrán ni el consuelo de ir a llorar a sus tumbas. Un silencio cómplice cae en el país.

El cuerpo de Adalberto Cañizales se pudrirá en La Peste, arrojado con varios cadáveres mientras una maquina cubre la fosa apresuradamente para eliminar pruebas de la gran cantidad de muertos asesinados por Pérez y sus secuaces.

Hay casos de personas que salieron por la mañana y más nunca volvieron, pero nunca podrán ocultar Venezuela la vergüenza que sintió por la muerte de sus hijos, ya llegaría el día de terminar todo esto y desde aquel 27 de febrero del año 89 más nunca el pueblo venezolano volvería a su casa y ahora más que nunca; en la construcción de la Revolución Bolivariana; junto a su máximo líder, formarían el país que Simón Bolívar soñó.


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José Rosario Araujo


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