Puente Llaguno: asesinato y perversión

El ll de abril fue el día escogido por los sectores dominantes para deponer el mandato constitucional del Presidente Hugo Chávez. El escenario estaba servido. Se llamó a la desobediencia civil, Fedecámaras y la CTV en un pacto diabólico marcharon juntas desde Chuao. La oportunidad era única, el gobierno había sido tomado por el saboteo. Los medios de comunicación de masas se convirtieron en puntas de lanzas cuyo único cometido era desprestigiar al Presidente de la República.

A Chávez se le ha tildado de loco, de esquizofrénico. Se ha irrespetado la majestad del cargo. La oposición fuera de sus cabales le ha mentado la madre, sin estar dispuesta a revisar la sinderisis de un lenguaje que se ajusta más al primitivismo del guapo de barrio, que a la elevada jerga que exige la política.

Venezuuela siempre ha sido un país violento. Allí está la historia para demostrarlo. El siglo XIX fue rico en alzamientos. Los caudillos, cada uno a su manera intentó imponer su ritmo. Apenas terminaba una disputa cuando en otro punto de la geografía los hombres tomaban las carabinas para dirimir sus diferencias con la pólvora. Otrora algo semejante ocurrió, el colonizador dio cuenta de los aborígenes con los arcabuces y los redujo a su mínima expresión con la fundamentación de instituciones segregagadoras del hombre.

En Venezuela jamás hemos habitado en un jardín de Carmelitas Descalzas. El arcabuz, la pólvora y el catolicismo sirvieron para aniquilar a los aborígenes. Las ambiciones de España desataron luego la guerra de emancipación, así también los caudillos y la alucinación del dinero sumieron el país en el espanto. Una de ellas, la más importante en Venezuela fue la Guerra Larga. El costo cincuenta mil almas que rodaron por los suelos y cubrieron de dolor el terruño en la disputas entre Federales y Consevadores.

La guerra no sólo aniquiló la población, sino que despobló las regiones, diezmó la agricultura y la cría. Venezuela había caído en el frenesí del impulso y del vértigo del odio. Las causales de la guerra han sido las mismas que hicieron posible este 11 de Abril: la desigualdad social. La inmensa mayoría de los venezolanos vivió y vive en la exclusión. Dos paradigmas están enfrentados la justicia y la injusticia.

La historia ha sido clara a este respecto. Cuando el país ha sentido que no puede vivir, que sus hijos mueren de disentería, de enfermedades endémicas y de hambre, el pueblo se ha lanzado a la calle. Sin embargo, el petróleo había sembrado una conciencia social en la clase media acomodaticia, mayamera y antinacional. Los proventos del petróleo permitieron a una buena parte de ese sector educarse en el exterior y adquirir la fantasmagoría de la riqueza.

El sector medio indefinido como tal, que posee ciertas “comodidades” ha sentido que este proceso no le perternece. Es así que enloquecidos por la televisión y por una supuesta riqueza que en algún momento poseyeron se lanzó a la desobediencia civil. Partidos supuestamente de izquierda unieron esfuerzos con los enemigos tradicionales del país e hicieron fuerzas para desconocer al gobierno.

Desde los días anteriores al once de abril se le ha indilgado al gobierno constitucionalmente elegido, el mote de régimen, evocando con estas palabras viejos episodios del país. El leguleyismo y el fanatismo intentaron deponer a Chávez. Se ha intentado inocular la desconfianza y el resentimiento entre la población. Hasta los males de la naturaleza son atribuibles al gobierno.

Se hacía necesario estructurar una jugada que fuera mortal, y no era otra que la quiebra del país. Los exempleados de PDVSA asuzados por un sindicaslismo quisqilloso y mendaz convocaron a la desobediencia, se sabotearon las refinerias de petróleo, el pueblo durante dos largos meses y unos días sufrió los embates de la falta de gas, de gasolina y sus derivados. Pero esto no era todo se convocó a incendiar las ciudades.

La oposición guarimbera torpedeó las autopistas, se asesinaron a mansalva a colegionarios del Presidente Chávez. El escenario estaba servido para la insurrección. La muerte acechaba por todos lados. En la plaza Francia de Altamira un grupo de militares sembró la muerte y la conspiración a plena luz del día. La clase media acompañó a ese proyecto, o digo mejor, aquel sector de la clase media más desnacionalizado y cínico que tiene el país puso todo su ahinco y fuerza intentando desestabilizar al gobierno. Se saboteó la educación, los servicios hospitalarios fueron obstruidos por el ex_alcalde Alfredo Peña.
El 11 de Abril la marcha que venía de Chuao era encabezada por la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica. La intención estaba clara, se estaba cocinando el golpe de Estado en Venezuela. Enrique Mendoza, Capriles Radonski, Carlos Ortega, Pedro Carmona Estanga y la burguesía aliada a Fedecámaras, a la CTV, y a los militares golpistas se habían hecho uno.

El gobierno de Chávez respetó la legalidad democrática, se dividió la pantalla televisiba en dos, se desconocieron sus órdenes, y se activó la parte más macabra: el asesinato de Puente LLaguno. Ese día jueves ll de Abril una veintena de venezolanos perdieron la vida en el centro de la ciudad. El sicariato político había levantado la voz. La pólvora pretendió callar la decisión de la inmensa mayoría del pueblo venezolano. Se jugó a que se aplicara la Carta interamericana a Venezuela.

El escenario estaba preparado Rosendo y los militares supuestamente aliados al gobierno lo desconocieron. No se pudo llevar adelante el plan Avila. Los sectores más ultramontanos de la sociedad venezolana intentaron allanar la Embajada cubana, todo había sido preparado para que se produjera la sucesión del mandato. Los poderes públicos fueron desconocidos. El cuadro de Bolívar fue puesto de lado por el gobierno de facto de Pedro Carmona Estanga.

Se disolvió la Asamblea Nacional, se cerró el canal del Estado y se auto proclamó Pedro Carmona Estanga como Presidente constitucional de Venezuela. Se eliminó de un manotazo la Constitución Bolivariana. Sin embargo el espíritu de la traición rondaba entre los confabulados, Carlos Ortega Y Acción Democrática fueron dejados por fuera del nuevo gobierno. Comenzaron a aparecer las aristas que dejarían escapar el espíritu de unidad entre ese grupo. Casi inmediatamente de instalado el nuevo gobierno comienza a resquebrajarse.
Pedro Carmona Estanga en funciones de un César de la decadencia comienza su marcha allanando la inmunidad parlamentaria de personeros del gobierno. Se conocen las agresiones que sufriera Tarek William Saad, Rodríguez Chacín, y el gobernador del Táchira. Se había montado sin duda una maquinaria sangrienta. El pueblo no se había entregado, los cerros comenzaron a bajar, el ambiente se volvió insostenible y los golpistas saldrían como ratas que saben que el barco va a zozobrar huyendo despavoridos.

La publicidad fraudulenta por parte de los medios trató de incriminar al presidente Chávez con el crimen de Llaguno. Puente Llaguno no fue otra cosa que la crónica de una muerte anunciada. Los medios actuaron como factor perverso para deslegitimar al gobierno, incriminan a los circulos bolivarianos, aupan la huelga de los empleados petroleros, convocan la desobediencia civil, se quitan la careta y se presentan como un partido político. Allí se declara la muerte del periodismo objetivo en Venezuela.

La idea era hundir el país en el caos. Se trataba de desatar viejos miedos bizantinos que se habían incubado desde tiempo remoto en el alma del pueblo venezolano. El fantasma que se convocaba era de que el gobierno chavista seguía la filosofía castrocomunista. Desde allí se sostuvo el sector de la clase media mayamera para desconocer al orden constitucional, para invocar que los cerros iban a tomar por asalto las urbanizaciones de la clase media.
Se decretó que estabamos en un gobierno de alpargatudos, de chusmas, de monos y pare de contar. La miseria humana fue puesta sobre el tapete. El dispendio de adjetivos procaces fue absoluto. El problema era el poder. La iglesia también se arrancó el antifaz y comenzó a azuzar la desobediencia civil. Se trató de destruir la polis del pueblo para volver al viejo modelo aristocratizante de una Venezuela que había dejado a la población exhausta.
Cuarenta años de democracia representativa habían hecho posible comprender al pueblo que ese modelo no funcionaba. Durante los gobiernos adecos y copeyanos se dilapidó la fortuna de varias gerneraciones de venezolanos. El dinero se lanzó al vacío. El viejo lema de Arturo Uslar Prieti de sembrar el petróleo fue pasado por alto. El país seguía con sus costras. Esos gobiernos violaron a cada momento los derechos humanos. Las universidades pusieron su cuota sangrienta con la muerte y los heridos de las protestas estudiantiles.

En la democracía representativa la UCV fue allanada varias veces. Caldera dejó el amargo saldo de una Universidad intervenida donde fueron nombradas autoridades de facto. La democracia representativa demostró que los derechos humanos para ellos eran una página de la literatura fantástica.

El modelo neoliberal sembró al país de hambre, de miserias, de analfabetas, de desnutridos, de venezolanos que verían pasar lo mejor de su vida divagando por las calles de un país rico que los había excluido. La democracia representativa nos dejó los casos emblemáticos de Jorge y Noel Rodríguez, los asesinatos de Cantaura y del Amparo y muchos otros. Aún las héridas yacen frescas como para poder negarlas. De un momento a otro la izquierda tradicional venezolana olvidó estas máculas para comenzar a disparar desenfrenadamente al lado de su sempiterna enemiga: la derecha clásica venezolana.

El 11 de Abril las policías regionales participarían en la conspiración. La policía de Baruta, de Chacao y la Metropolitana jugaron estupendamente al lado de la derecha desestabilizadora, a tal punto de permitir el ataque por parte de Capriles Radonski de la Embajada cubana. La hipótesis posterior a los sucesos fue que la marcha fue conducida por estos cuerpos cuyo objetivo era dar al traste con el gobierno.

Todas las hipótesis son sostenibles, perfectamente cabría la idea del magnicidio, no sólo hubo muertos en Llaguno, sino en Miraflores. Aquellos asaltantes de caminos que se reunieron el 12 de abril en Miraflores para confiscar el poder del gobierno, no tuvieron dentro de sus cálculos que el pueblo se haría presente en Miraflores, es así como vemos escapar en los videos a Molina Tamayo, a Pablo Medina, a Patricia poleo y a muchos otros.
Lo posterior es historia conocida, la impunidad del Tribunal Supremo de Justicia de la época no tiene nombre. La tesis de que no hubo golpe de Estado sino vacío de poder es insostenible, pues omite la sangre de los mártires de Llaguno, porque deja de lado la deliberada intención con la cual fue conducida la marcha. Vimos en videos a todos los adalides de los derechos: Guaicaipuro Lameda, Capriles Radonski, Leopoldo López conduciendo contingentes humanos que pretendieron tomar por asalto el Palacio de Miraflores.

El once de abril pone de manifiesto que la democracia no son puras formas argumentativas, sino acciones. Ese es un día aleccionador que permitirá comprender para siempre que la paz de la República sólo es posible cuando la voz del pueblo deja sentir vigorozamente sus decisiones. Las sediciones habidas y las que pudiesen venir sólo son sofocables con un pueblo preparado intelectual, militarmente y sobre todo con la conciencia clara de que el futuro sólo será plausible cuando se logré saldar la deuda social. Hacia esto es que debe conducir el nuevo socialismo del siglo XXI.


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