¿Quién le teme a Manuela Sáenz?

La Academia de la Historia casi se cae con la llegada de los restos simbólicos de Manuelita Sáenz a tierra venezolana. Los sillones crujieron, los almidonados académicos sufrieron espasmos y retortijones. La gran prensa se escandalizó. La MUD (¿mesa de la unidad?) se hizo más MUD de lo que es. La alta sociedad, o la “jai” como la llamaba Aníbal Nazoa, sintió que atentaban contra su moral de escaparate.

Manuela Sáenz escribió que su amado, el Libertador Simón Bolívar, no era un hombre del siglo que le tocó vivir. También ella fue una adelantada de su tiempo. La sociedad decimonónica la rechazó, la injurió y persiguió. Amante y guerrera, espíritu independiente e independentista, era demasiado para el siglo XIX. Mujer liberada y liberadora, la aristocracia colonial la vio como un escándalo y una amenaza.

Pero que despertara esos mismos sentimientos y reacciones dos siglos después, parecía fuera de todo cálculo. La Conferencia Episcopal se persignó. La Academia de la Historia despertó de su modorra secular. El twitter reventó en denuestos y maldiciones. La tecnología del siglo XXI develaba todo su conservadurismo. También desde y por internet, quién lo iba a imaginar, perseguían a Manuelita Sáenz.

Un adusto académico redujo toda la trascendencia de Manuela al solo hecho “de haber compartido cama con el Libertador”. Un articulista casi anónimo la quiso despreciar anteponiendo un artículo a su apellido: “la Sáenz”, así escribió, jurando que se la estaba comiendo. Otro la tildó de ”barragana”. Nada había cambiado para Manuela Sáenz. Sus restos simbólicos provocaban el mismo escándalo en la buena sociedad, en los guardianes de la moral y las buenas costumbres que guardan silencio ante la pedofilia de la curia, en las vestales digitalizadas del siglo XXI que navegan su rancia esterilidad por internet.

Había algo de trágico y cómico en todos esos arrebatos del ridículo. ¿Por qué tanto temor a Manuelita Sáenz? La explicación está en el recibimiento que le dio el pueblo venezolano: la gente de a pie, la misma que llaman “chusma”, se lanzó a la calle al paso de sus restos simbólicos, quería tocar el cofre que los contenía, un sentimiento profundo, indescriptible, la embargaba. La derecha se sintió azotada por esa fuerza histórica.

El amor del pueblo y el miedo de la reacción se confrontaban otra vez. La derecha, por su temor a la historia, recurrió a sus medios, viejas academias y tecnología para conjurar los espantos de su paranoia. “La Sáenz”, la “barragana”, “infiel”, “amante”, “cama de Bolívar”, salieron como metralla de sus finas plumas, de sus laptops morales, de su impoluta ética computarizada. Mientras por la calle, erguida, hermosa, invicta, pasaba “la insepulta de Paita”, como la cantó Pablo Neruda en poema memorable.

El 5 de julio de este 2010, sus restos simbólicos subieron al altar de la patria. El escándalo fue divino. Allí están, al lado de los restos de su amor eterno. Más allá, el monumento al Mariscal Antonio José de Sucre. Como decir Pichincha, como decir Junín, como decir Ayacucho. Si la burguesía ya se retorcía, el colmo fue cuando el presidente Chávez la ascendió a Generala del Ejército Bolivariano. Era demasiado para su odio y sobre todo, para su miedo.

Manuela Sáenz en el Panteón Nacional es, para la derecha, una presencia viva insoportable. Y para el pueblo, una subversiva llamarada que le señala el camino. Un fuego patrio de la patria grande. Tienen sobrada razón los que la temen.

earlejh@hotmail.com


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

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