La Bogado y Chávez, Softbol y Revolución

En gran medida, los venezolanos de mi época, nacíamos con la arepa bajo el brazo, para meterle lo que a bien tuviésemos; un guante de lona y una pelota hecha de hilo con un núcleo de goma dura que llamábamos “polyn”- ¡vaya usted a saber por qué! -, recubierta de teipe. Luego adquiríamos las habilidades para elaborar aquellos instrumentos, menos los bates y los uniformes. Estos últimos eran trabajos de especialistas. Carpinteros ilusos, al servicio de una vaina que no era negocio, o pacientes compañeros que le daban y daban a un palo con una lija u otra cosa útil hasta que obligaban a éste a adquirir la forma deseada, la de un bate. El uniforme, era generalmente elaborado por las madres nuestras a partir de sacos de tela de harina importada. Se le teñía, teñido de papeleta, de los colores del equipo, pero más de las veces, las impresiones de la marca del producto, “Gold Medal”, se dejaban ver.

Estas breves palabras deben servir para dar una idea de lo que sabemos de béisbol, que si no es mucho como para emular a Juan Venè, si lo suficiente para decir algunas palabras o intervenir en conversaciones sobre el tema.

El softbol, sin importar el sexo – uno desconoce sus intimidades – se parece mucho al béisbol; sólo que luce éste adaptado a las mujeres o una variante lento, para hombres que ya no están “para eso”. Pelota de correr sin prisa y dentro de espacios reducidos.

En béisbol, un pitcher de los buenos es una joya. Como tal hay que cuidarle, porque eso no se da ni se encuentra fácilmente. No abunda, no se da como malojo. Igual debe suceder en el softbol.

“Coño, usted cómo si quiere matar o acabar con ese muchacho”. Así, con desparpajo, cualquiera desde la tribuna, gritaba al manager que sobre utilizaba irresponsablemente a un pitcher. No sé bien, pero creo que hasta hay normas que contrarrestan eso. Los gringos, usan sus lanzadores cada cinco días.

Usar ayer durante ocho o nueve entradas a un lanzador, hoy volver a utilizarlo, es práctica considerada inmoral, abuso individual, sobre explotación y contra las sanas normas del deporte.

En eso no estaba implícito el negocio; aquello que había que preservar el brazo o las cualidades del atleta para el futuro y las ganancias. Era algo como por defender los derechos humanos por encima del éxito inmediato que pudiese beneficiar a alguien.

La jovencita Mariangee Bogado es, según lo que he observado, una extraordinaria lanzadora. Tanto como las mejores que se han visto en el mundial. Pero lamentablemente, se le ha sobre utilizado, tanto que pareciera que hemos violado los derechos humanos, la ley del trabajo y su futuro como atleta.

Admitimos ser ignorantes de las intimidades de ese deporte, sobre todo en su versión femenina, que podrían justificar tales procederes; pero el ganar o dejar bien a quienes en eso están interesados por otras cosas más allá del deporte y emoción nacionalista, no justificaría abusar de esas atletas. ¿Hacen lo mismo los demás equipos? Sería bueno saber eso; aunque siempre diremos que uno no puede consolarse con el mal de los demás. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, dice el refranero.

Debemos recordarle a dirigentes del softbol femenino en Venezuela que, la demasiada dependencia, no sólo es debilidad sino que tarde o temprano pasa su factura.

El equipo venezolano, y su manager que según tengo entendido es una gringa, lo que luce como incongruente, en un país de pelotudos, pelotudas y para más señas antiimperialistas, pareciera contar en demasía, como si fuese Chávez, de la muchachita de Mariara.

Mariangee Bogado, es en el softbol lo que Chávez, en lo que es. Debe resolvernos todo. Es pitcher abridora casi siempre y cuando no, entrar en la misma primera entrada o en el primer tercio de la segunda, porque quien empezó no puede con la carga y debe aliviar los sofocos. Es una especie de Johan Santana, Félix Hernández y Kid Rodríguez fundidos en ella Y cuando abre, debe terminar porque nadie está en condiciones de hacer lo que ella, ya extenuada, a duras penas hace.

No luce como loable, ni dentro del derecho de la gente, intentar ganar una competencia o lograr buena colocación, arriesgando o exponiendo a alguien al sacrificio.

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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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