La Patria se encuentra consternada y preocupada por los acontecimientos políticos nacionales e internacionales de esta semana, la condena a 21 años de presidio de un General de la República, por tribunales imperiales norteamericanos, que dan cuenta de las peripecias de la polarización política de nuestro acontecer nacional, General revolucionario antes de ayer y General opositor y apátrida condenado hoy. La detención de un connotado líder revolucionario, que ocupó cargos públicos relevantes por designación o por decisión popular, hoy detenido y acusado de corrupción cripto-dolarizada y multimillonaria, en tiempos políticos electorales presidenciales.
Estos acontecimientos políticos con repercusión nacional e internacional, han brindado la oportunidad para que los contendores y seguidores de la próxima cita electoral presidencial, a manera de comodín electoral, utilicen estos acontecientos políticos, con consecuencias ético/morales graves, sean utilizados como una banalidad más de la polarización política, que esquiva el debate nacional e histórico necesario, sobre estos polvos políticos e históricos que arrastramos desde 1830, convertidos hoy en lodos de corrupción, que se han fortalecido con el devenir sociopolítico de la República y colocan en entredicho la Salud Mental de los venezolano y las venezolanas, no como psicopatología, que no lo son, sino como hechos de corrupción producto de la desigualdad social capitalista y los procesos culturales de la conquista, colonia y colonialidad, que ha alienado e ideologizado el cuerpo social de la nación, -quien se encuentre libre de pecado, que lance la primera piedra-.
Debemos no solo preocuparnos ante tales hechos sociopolíticos, sino también ocúpanos como imperativo ético moral; en las próximas líneas me aproximaré al título de este artículo, desde una perspectiva cultural y sentido subjetivo ético-moral, partiendo de las siguientes premisas: 1) Somos el único continente, con pueblos conquistados, colonizados y colonializados hasta estos días; 2) De la anterior condición fundamental y fundante, desde hace 532 años, se han venido desarrollando cuatro proyectos culturales: a) la conquista como aculturación expansiva de los pueblos de este continente; b) la colonización, como inculturación, ocultación y enmascaramiento de los pueblos originarios de este continente; c) las luchas independentistas y emancipadoras del siglo XIX contra la inculturación, ocultamiento, enmascaramiento y búsqueda de la soberanía popular; d) la interculturalidad democrática y libertaria contra la colonialidad del poder, colonialidad del saber y la colonialidad de la subjetividad.
El proceso de aculturamiento expansivo de la conquista y el conquistador, nos impuso una cultura, una lengua y una religión, mediante masivos procesos de genocidio, etnocidio, ecocidio y epistemicidio, para desaparecer o reducir a su mínima expresión la cultura de nuestros pueblos originarios. La colonización que siguió a la conquista, mediante la inculturación como esclavitud, subalternización, inferiorización y diferencia colonial de africanos traídos al continente y aborígenes que sobrevivieron al genocidio y etnocidio. Lo anterior hizo emerger movimientos sociopolíticos independentistas y emancipadores, renovadores de resistencias a la inculturación impuesta, que dieron lugar a luchas que políticamente nos independizaron de la soberanía absoluta del Reino de España, mediante la instalación de la soberanía popular en nuestras incipientes Repúblicas.
Posteriormente nos percatamos, que no logramos la emancipación y libertad total, con la gesta independentista, porque mediante la colonialidad como patrón ideológico (falsa conciencia) e hibridación cultural del poder, como dominación vertical, del saber, mediante la imposición del eurocentrismo científico y del ser/ subjetividad, como alienación, cosificación y extrañamiento ideológico, ha sido una continuidad de procesos culturales, que ahora, mediante el pensamiento decolonial y la praxis de interculturalidad, como integración reciproca de intercambios simbólicos y de sentidos subjetivos, nos deslastren de la colonización y la colonialidad.
La Salud Mental Decolonial – como encuentro entre tres grandes subjetividades del ser, amar y tener-estar, que se reconoce en el “otro” y el “nosotros”-, no es una categoría psicopatológica (ciencia médica), sino una categoría sociocultural de las ciencias de la vida, de las ciencias humanas y de las ciencias sociales.
De ahí que, no vamos a caer en la tentación perversa, poco ética y poco moral, de asumir que los comportamientos corruptos de los políticos, servidores públicos y de algunos sectores del pueblo, se deben a un error biológico, psicopatológico o de mutación genética; se deben a una impronta que nos viene desde la conquista, colonización y colonialidad que a través de procesos culturales contínuos, han trastocado principios y valores de la convivencia humana.
Sostiene Edgar Morín (2000), nuestra condición humana responde a la unidualidad biocultural, es decir, como seres vivos pensantes (cerebro triuno) y la cultura dejamos de ser primates, nos humanizamos, porque desde esa unidualidad biocultural, emerge una mentalidad/subjetividad, que nos hace responsables de nuestros actos y comportamientos.
La complejidad de articular lo instintivo y racional, mediante senti-pensares (inteligencia emocional) configuran lo bioantropológico y la articulación individuo-especie, hacen surgir la sociedad, como comunidad política (Dussel, 2010), que nos permite convivir corresponsablemente mediante una ética comunitaria (Dussel, 2005) con nuestros congéneres, con los bienes materiales y simbólicos que son propiedad colectiva de la humanidad. Los acontecomientos políticos de esta semana, requieren de un debate nacional ético, moral y político profundo, reflexivo, patriótico, estratégico, en lo político, lo económico, lo social y lo cultural, de todos los sectores e instituciones de la sociedad democrática de la República.
Que permita desarrollar acciones ético políticas y morales correctivas consensuadas, permanentes, con sanciones ejemplarizantes, para quienes incurran en hechos parecidos, que nos perjudican a todos como pueblo y nación.
El individualismo, egoísmo, la deslealtad, la falta de probidad y afán de lucro, son la evidencia del déficits ético moral del servicio público de la República, desde 1830 hasta nuestros días.