Misión Ciencia: Por una racionalidad edificante

Hasta ahora, es posible identificar dos tipos de estados de ánimo frente a las ideas que ha lanzado al debate público Rigoberto Lanz relativas a la llamada Misión Ciencia. Podríamos utilizar convencionalmente la distinción puesta en circulación por algunas corrientes de la filosofía de la ciencia entre externalismo /internalismo, o en otras palabras, entre quienes consideran que las actividades científicas están condicionadas por aspectos de naturaleza social, política, cultural, económica, tecnológica, ética e ideológica; o aquellos que conciben las actividades científicas a partir de los procedimientos internos, lógicos, metódicos, epistemológicos, metodológicos, experimentales que son fundamentales para comprender los modos de validación y justificación de los conocimientos. Obviamente, ambos enfoques pueden ser complementarios como ha sido expuesto suficientemente en los textos por uno de los pensadores inspiradores y más citados de las intervenciones y en la producción teórica de Lanz: Edgar Morin. Sin embargo, hay matices y diferencias en algunos aspectos sustantivos entre Morín y Lanz. Este último mantiene una postura de incredulidad explícita frente a las narraciones legitimantes de la Modernidad con relación al Progreso, la Razón, la Historia, el Sujeto, la Verdad, la Tecnociencia y otra serie de ideas-fuerza de la Modernidad Occidental, en una resonancia con planteamientos centrales de Lyotard y Vattimo. Esto ubica a Lanz en la posmodernidad crítica, oposicional y de resistencia, y a Morin en una posición de autoconciencia crítica y radicalizada de una Modernidad con severos síntomas de agotamiento y crisis. En otro momento y espacio he argumentado que la tribu posmoderna depende de la crisis de la Modernidad para lograr su eficacia en el campo intelectual. Las reacciones ante los planteamientos de Lanz se han bifurcado entre aquellos que se posicionan en aspectos que parecieran visualizar en Lanz una suerte de instrumento de poder de los designios de Chávez en el terreno científico y tecnológico (una caricatura degradada del externalismo), o aquellos que estarían dispuestos a debatir los planteamientos posmodernos de Lanz siguiendo la argumentación, el debate de ideas, la animación intelectual y sobre todo una ética mínima que regularía el diálogo crítico en las comunidades de reflexión, pensamiento o en las llamadas “tribus científicas”. Hasta ahora, todo indica que la animosidad prepolítica y los prejuicios del “anti-chavismo rabioso” no han permitido un debate matizado, riguroso, sistemático, problematizador, crítico y denso sobre los planteamientos de Lanz. Se debe abrir un debate intelectual, no un catálogo de improperios y prejuicios. Básicamente, Lanz ha generado hostilidades, actitudes negativas, estereotipos e indignaciones. También las reacciones ante Lanz han permitido una constatación de la indigencia intelectual en el terreno argumentativo con relación al debate Modernidad/Postmodernidad. Asociar la posmodernidad a una extrapolación del relativismo cultural al dominio de las ciencias naturales, o a una aniquilación de la verdad, no solo son simplificaciones estériles sino divulgaciones empobrecedoras que desacreditan a los que las enuncian. Que las verdades científicas sean consensuadas en las comunidades de científicos no es una idea posmoderna. Hasta defensores apasionados de la Modernidad como Habermas, Puntam o Otto-Apel plantean que las verdades científicas son creencias justificadas racionalmente y de manera inter-subjetiva. Otra cosa es pensar, que tanto lo que la filosofía, la historia, la sociología de la ciencia viene planteando desde los años 60, que hay discontinuidad en la ciencias, que no hay verdades absolutas ni progresos sin fricciones, que existen solo conjeturas falibles y provisionales, que el tempo histórico afecta los modos de producción, validación y legitimación de lo que se acredita con “validez”, que las tradiciones de investigación y los programas de investigación se defienden no a través de la razones y experimentos cruciales, sino a través de doxas académico-científicos, creencias arraigadas y sesgos comunitarios. Que existen “regímenes de verdad” en “comunidades científicas” en contra de creaciones, críticas e innovaciones. Que hay juegos de poder en el campo académico. Que la inmaculada ciencia, al igual que ocurrió con el inmaculado y sacrosanto mundo espiritual medieval esta preñado de corrupción, mezquindad, intereses de poder, dinero y prestigio, así como de pasiones irracionales. Que la actividad científica es una actividad humana, demasiado humana. Cuando se reconoce que “las verdades científicas sean consensuadas”, que significa que a) los científicos reconocen que la verdad absoluta sobre el universo bien podríamos tardar mucho en alcanzarla, si es que ello fuese posible, y que b) la comunidad no acepta un resultado, hasta que ha sido verificado más allá de la duda razonable, con el sobrentendido que el resultado es sólo un paso más en la dirección del entendimiento; se esta proyectando una presupuesto normativo compartido sobre la actividad científica de clara adscripción al positivismo lógico y bajo la ética científica propugnada por Merton. Estos presupuestos o fundamentos filosóficos son los que han vuelto insostenibles con la crisis de la Modernidad. El principio de verificación a través de la inferencia inductiva o probabilística ha sido derrumbado por el principio de falsación, que a su vez ha terminado un falibilismo generalizado. La ética angelical de las individualidades ejemplares de la ciencia ha sido derrumbada por los compromisos individuales y comunitarios con empresas como el “Proyecto Manhattan” o el “Proyecto Camelot”. No hay que buscar las patologías del cientificismo en la burda y despreciable “ciencia proletaria” exclusivamente. Existen demasiados ejemplos de patología cientificista en el “mundo libre, cristiano y occidental”. Los experimentos de psicología militar que actualmente se realizan en la base militar norteamericana de Guantánamo, o que se realizaron durante las “guerras de baja intensidad” en Centroamérica, bajo la conducción de la Escuela de las Américas son ejemplos de lo que una actividad científica ciega de su racionalidad instrumental inherente puede llegar a hacer. No solo el terror estalinista uso la ciencia de acuerdo a los valores de un régimen claramente despótico. Nuestras democracias elitistas-pluralistas liberales también utilizan la ciencia sin conciencia, maximizando medios bajo finalidades sin control democrático ni debate en la esfera pública. Es de esto que se trata, que la ciencia y la tecnología son asuntos políticos que competen a una ciudadanía democrática y no solo a expertos que son instrumentalizados por intereses políticos e económico-corporativos. Allí emerge el debate Modernidad / Postmodernidad, en la búsqueda de lo que Boaventura de Sousa santos ha llamado una racionalidad edificante. Nuestras sociedades aun presas de la dependencia científico-tecnológica y del colonialismo intelectual se lo merecen. Hay que liberar a la ciencia del dogmatismo tecno-científico. Nos hallamos aquí ante una sombrosa paradoja cultural: las actividades científicas nacen oponiéndose al dogmatismo de la metafísica y de las creencias religiosas; su discurso es vivido por los científicos, aun hoy en día, como necesariamente aproximativo, provisorio, sin cesar cuestionado. Sin embargo ello no obsta para que sea recibida en nuestra sociedad como un magisterio apodíctico e incontrovertible: el magisterio de la exactitud y la eficacia, que cierra la boca a los ignorantes, trazando la frontera entre lo normal y lo patológico, entre lo real y lo ilusorio…Este es uno de los obstáculos que debe acometer la Misión Ciencia: además de vigilar en extremo la potencial conversión político-instrumental de su actividad crítica, tiene que evitar aquello que expresó Pascal: “Dos excesos. Excluir la razón. No admitir nada más que la razón”. Que se abra la Misión Ciencia a un debate crítico y edificante. Mucha suerte.


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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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