Lo que la oposición venezolana no entiende

La oposición venezolana nació el 31 de octubre de 1958. Ese día se firmó el Pacto de Puntofijo con la participación de los representantes de tres partidos políticos. Dos de esos partidos dominarían la escena política hasta la aparición de Hugo Chávez en 1998.

El Pacto fue basado en principios “partidistas”: mientras compartamos y nos repartamos el poder, en Venezuela reinará “la paz y la democracia”. Y así fue hasta que al sistema se le empezaron a ver las costuras.

La primera señal fue el viernes negro, el 18 de febrero de 1983. Ese día se implantó el control de cambios en Venezuela. La devaluación del bolívar nos despertó y descubrimos que los años de la euforia de la nacionalización, el progreso y el crecimiento económico como modelo democrático latinoamericano, habían sido una farsa.

Luego vino El Caracazo, el 27 de febrero de 1989. Ese día el pueblo se cansó de vivir en paz con el Fondo Monetario Internacional. El resultado fue muchos muertos y el resurgimiento de una peligrosa tensión social en Venezuela.

En 1993, en las elecciones presidenciales siguientes, el pueblo venezolano le propinó su primera derrota a la oposición. Rafael Caldera, uno de los firmantes del Pacto de Puntofijo, le dio la espalda al “puntofijismo” que el mismo ayudó a construir. Caldera renunció al partido que el mismo fundó y se lanzó como candidato presidencial apoyado por un nuevo movimiento político. El pueblo lo premió eligiéndolo presidente.

Luego apareció Hugo Chávez. Desde 1998, la oposición ha sufrido derrota tras derrota. ¡Diez consecutivas!

Es hora que entiendan la historia y se desliguen de ese pájaro de mal agüero que es el Pacto de Puntofijo. El pueblo los ha estado rechazando desde 1993. Hasta el mismo Caldera lo hizo en uno de sus pocos momentos de lucidez como político.

Después del próximo domingo es bueno que dejen de cantar fraude. Un “fraude” no dura 13 años consecutivos. Es hora de empezar a preguntarse, ¿Será que hay algo malo conmigo?

La respuesta es un rotundo sí. Es ese hedor a “puntofijismo”.


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Elio Cequea


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