Una de vaqueros

Cuando yo era pequeña y vivía en un país democrático, veía cada domingo por la tarde unas pelis de vaqueros muy malas. Las veía junto a mis hermanos, que parecían no cansarse de los duelos al mediodía, de la cantina destrozada a puñetazos y de los indios malvados que atacaban a los buenos de la película: los vaqueros que destrozaban cantinas y se mataban en duelos cada mediodía.

Era extraño eso de los malvados porque se empeñaban en fumar la pipa de la paz, pero eran traicioneros eso indios, una vez fumada dicha pipa, rellena de quien sabe que hierba extraña, le quitaban el rubio cuero cabelludo a los amigables vaqueros.

Además de las pelis de vaqueros habían unas de guerra muy tristes en las que los malos mataban siempre a un chico bueno, proveniente de una granja de Oklahoma, y que era amigo del muchacho de la película, quien, ciego de dolor, vengaba la muerte de su compañero arrasando con un poblado entero. La música gloriosa que acompañaba su hazaña no dejaba lugar a dudas que el muchacho era el bueno y que nos salvaba a todos matando a los malos, que eran malos, evidentemente, porque hablaban con un acento raro y no se parecían a nuestro héroe.

Había muchos hombres malos en las pelis, yo tenía pesadillas con ellos. Los chinos eran terribles, nada mas pavoroso que esa mirada entrecerrada e inexpresiva de un chino comunista. Y eran muchos, estaban en todas partes, lo malo es que cocinaban muy bien el arroz y las lúmpias y, a menudo, me encontraba sentada en uno de sus restaurantes, llenos de feroces dragones y pecesitos dorados, aterrada y hambrienta a la vez, comiendo lo más rápido que podía antes de que les diera a esos chinos por hacer lo que solían hacer todo el tiempo: ser malos.

Pero nada peor que un ruso. Yo le tenía pavor a Brezhnev, con esas cejas peludas que no parecían humanas y que enmarcaban unos ojos -¡horror!- achinados.

Los rusos eran tan malos que tenían un monstruoso ejercito asesino, bombas nucleares, submarinos, y espías, muchos espías regados por todo el mundo. Yo, cada noche antes de dormir, me asomaba temblando debajo de mi cama, con la convicción de que esta vez si iba a encontrar a mi propio espía ruso acechando a mis muñecas.

Pero yo, gracias al cielo, vivía en un país muy tranquilo, no habían comunistas malos y todos éramos felices, como en el final de las películas, con música, crepúsculo y besos.
Un día sucedió algo increíble, repentinamente, los rusos de la pelis dejaron de ser malos y los indios se convirtieron en seres tan pacíficos que hasta danzaban con lobos. La historia mil veces contada ahora se contaba al revés.

El mundo, tal como lo conocía, se estaba derrumbando frente a mis ojos y yo estaba aterrada porque ya no sabía a quien temer. Uno tiene sus enemigos de toda la vida, uno ya sabe dónde no se esconden, uno está acostumbrado a su temor y hasta se siente seguro temiendo a eso que nunca pasa.

En medio de tanta confusión, tuve un momento de claridad casi místico: fue mientras veía una peli de terror, una horrorosa en la que al final, la pobre muchacha, después de haber sufrido el acoso telefónico mas espantoso, a punta de amenazas de muerte, que mas que amenazas eran juramentos, sentencias irrevocables, certezas con fecha lugar y hora. Después de que nos atragantamos con las cotufas en medio de un alarido colectivo. Después de que la aterrada adolescente cerró cada puerta y cada ventana de manera irreversible. Después que la pobrecita logró comunicarse con el detective que la iba a salvar. Después de que le pincharon el teléfono para localizar la llamada del malvado asesino. Después de que lloré de alivio, dice el detective con una voz desahuciada: señorita: localizamos la llamada, viene de su casa, el asesino esta dentro de su casa...

¡Coño! -Me dije muerta de miedo, el asesino está dentro. No se necesita mucho mas que eso para volverse paranoico, pero, si agregamos un intento de golpe de estado, un presidente tartamudeando un llamado para que saliéramos a trabajar como si nada estuviera pasando, y los soldados, y la gente, y las colas en los mercados, y los saqueos de hace unos años, y el paquete de ‘’Paquetico’’, y no hay leche, y los huelepega, y los diputados gordos comiendo en el Lee Hamilton, y ‘’La Barragana’’, y los ministros que se fueron con la cabuya en la pata, y los que se quedaron porque el crimen si paga, y los ex niños hambrientos convertidos en delincuentes desalmados, no porque nacieran sin alma, sino porque se las robaron, y los niños que no crecieron para ser delincuentes porque murieron de diarrea, y la mamás que se quedaron sin lágrimas porque llorar no resuelve nada, y los restaurantes llenos de unos, y los bolsillos vacíos de otros, y el viejo que pedía limosnas en la Plaza Altamira, y en la iglesia, y en la esquina, y tanta mierda, tanta mierda... El asesino estaba dentro...

Y me acordé que había películas, no tan taquilleras, en las que los malos siempre ganaban, en las que al muchacho le machucaban los dedos, le metían la cara en la poceta, y por matarle, le mataban a su mujer, a sus hijos y hasta al perro, matando tanto al pobre buen muchacho, que, al final, no había diferencia si quedaba vivo o muerto, porque, viudo, huérfano de hijos y sin perro que le ladrara, la vida ya no podía llamarse vida . Y ganaban los malos...

Me di cuenta de que los buenos en las pelis ‘’malas’’ eran los malos de las pelis ''buenas'' y di cuenta de que yo era mala, de que soy una india salvaje de esas que danzan con lobos, y conocí a los ‘’malos buenos’’ que quedaron vivos cuando acabó la película en la que ganaron los ‘’buenos malos’’.

Y en esas estamos, en una película del lejano oeste, los indios malos tratando de defender lo que es nuestro y esos vaqueros buenos y guapos, destrozando cantinas por todos lados, arrebatándoles a los nativos todas sus pertenencias con la excusa de que de algo horrible los están salvando.

El guión se complica con unos pieles rojas transculturizados, dejan el plumero, y ahora llevan sombrero, blue jeans y botas puyudas. Juegan a que no se les nota el color que trajeron de fábrica, miran feo a sus primos y hermanos, mientras se arrastran junto al vaquero lindo, saboreando el polvo extranjero que lamen de las suelas de sus botas.

Es la eterna historia: Caras pálidas que quieren quitarnos la tierra, la dignidad y el petróleo, a cambio de ‘’democracia’’, ‘’progreso’’, y otros cachivaches brillantes y baratos. Gran jefe ‘’Cunaguaro Arrecho’’ dice que Patria, socialismo o muerte. Caras pálidas creen que son dueños de todo, y tienen mucho, es verdad, pero poco de lo que tienen les pertenece. Caras pálidas cree que somos tontos por no saber hablar su lengua, ellos hablan de monedas y nosotros hablamos de vida. Ellos no entienden vida, caras pálidas no entienden nada. Matan pero temen a la muerte. Indio tonto y malo vive y no teme morir defendiendo la vida.

Que vaina con el cine, cuántas cosas nos dice al derecho y al revés. Una vez alguien dijo que yo era una malvada y yo me sentí ofendida, peor aun, indignada ante esa tremenda injusticia. Entonces no podía imaginar que ser malo podía ser tan bueno.


carolachavez.blogspot.com


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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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