Un tranvía llamado Lacayo

«...nosotros contábamos con un arma mortal: los medios» (vicealmirante Víctor

Ramírez Pérez, 11/4/2002, detallando en Venevisión el intento golpista contra el

gobierno de Hugo Chávez)

Este sábado 26 de mayo terminó en Montreal la huelga del personal de limpieza del transporte público. Más que terminar, los empleados y el sindicato decidieron abrir una nueva ronda de negociaciones con la patronal hasta nuevo aviso. Fueron cuatro días en los que un acto tan legítimo de parte de los trabajadores fue impugnado por los medios corporativos ─o Falsimedia─ con su habitual cropofagia, o hábito de ingerir materia orgánica.
Es justo decir que hubo excepciones, como el artículo de Gilles Courtemanche, «À propos d'une grève "tragique"», que brilla entre el gris de la mediocridad periodística general. Pero la tónica se orientó principalmente a demonizar la medida, a orientar la opinión pública contra los huelguistas y su sindicato. Se obvió recordar, por ejemplo, que el 97 % de los trabajadores votaron por el paro. Pero casi todos los medios hicieron hincapie en los problemas sufridos por los viajeros, o «rehenes», como si los empleados de la Société de transport de Montréal fuesen una horda de irresponsables. Si se analiza el contenido mediático, el discurso va más lejos, haciendo de los trabajadores unos privilegiados sin sensibilidad social que no consideran el mal que su perfidia causa al prójimo.
Es cierto, nadie estaba contento con la medida, pero no hubo manifestaciones hostiles ni fue la catástrofe que pintaron los medios. Los inconvenientes se redujeron notablemente cuando el sindicato aceptó brindar los servicios esenciales a los usuarios.
Algunos titulares hablan por sí solos. «El sindicato niega todo acuerdo de principio con la STM», «Muchos perdedores», «Un interminable trayecto a pie», «La huelga va a sabotear las campañas publicitarias», «La pesadilla podría terminar», «Circuló por la vereda en bicicleta: $37 de multa», «La jornada infernal de Sandra, estudiante», «Viene el smog», etc.

«Como sardinas», titula y exagera amarilla y tendenciosamente Le Journal de Montréal, diseñando un panorama de «vagones reventando y andenes abarrotados», y pasajeros sufriendo «una hora-pico infernal».

«A pesar de su asma ─escribe Michel Larose en "Una hora de marcha"─, Odette Lemieux, 84 años, ha caminado una hora para ir por su tarjeta de miembro de un organismo comunitario, en plena huelga»… ¿Puede imaginarse perversidad mayor?: 97 % de malhechores contra una pobre anciana. El panfleto, que crea una simpatía inevitable por la mujer, detalla las dificultades de su desplazamiento, el flaco monedero que no le permite viajar en taxi, su compromiso en actividades sociales, el cansancio que experimentó, para culminar preguntándose cómo recibir su tratamiento si su hijo no puede ir a llevarla al hospital. «¿Sabe lo que es el asma?», pregunta la señora Lemieux, y cada huelguista debió haber escuchado La Voz Divina advirtiéndole desde Las Alturas «Ya vas a ver lo que te espera».
Privatizar, subcontratar


Lo que sí es irresponsable es proponer la privatización del transporte, cuando múltiples experiencias demuestran que ha resultado un fracaso. El caso del desastre en Reino Unido, tras el terrible accidente de Paddington, que se adjudica a la privatización, es un ejemplo clarísimo. Y también en Chile, donde el transporte se privatizó en los años 80, el Transantiago ha provocado una verdadera pesadilla. En Argentina, tras la bacanal privatizadora menemista, se han producido violentas revueltas de usuarios del ferrocarril, y huelgas del subte.

Pero el oportunismo ha hecho declarar a más de un político que las compañías privadas podrían ofrecer un servicio superior por menos dinero. La sombra de la subcontratación planea con insistencia sobre este importante servicio público.
Alcahuetear, amenazar

Esta mala prensa y la demagogia oportunista de algunos políticos creó el marco para que el ministro de trabajo amenazase con un decreto para poner fin a una huelga sin grandes incidentes, que no trasgredió ninguna norma, y que está prevista en la ley.

La ofensiva mediática secuestra el concepto de legítimo derecho de los trabajadores para transformarlo artificialmente en una agresión de éstos contra el cuerpo social.

Es importante, sí, ver este conflicto particular desde la óptica general de la tercerización del trabajo, cuando se procura privatizar todo, incluido el transporte. Conflicto mundializado que tanto puede estallar con las mismas características en Quebec o en Bruselas, como en São Paulo, Hong Kong, Roma o en Chicago.

Como a los revoltosos trabajadores se les despoja de todo derecho al pataleo desde los escritorios gubernamentales y las salas de redacción para que el sector privado aumente sus ganancias, la huelga es transformada en la materialización del egoismo del empleado: demonizados los protestones, ahora es el gobierno quien con su cordura vela por el interés social.

Si la actitud de los reaccionarios es absolutamente normal y previsible, la de los comunicadores es indignante. No se dice nada nuevo al ratificar que desde la invención de la imprenta las clases dominantes se apropiaron de las comunicaciones. Pero no será para siempre, y ya llegará el día en que las plumas patronales sean barridas por un periodismo al servicio del pueblo. En Venezuela ya empezaron.

agustin_prieto@msn.com


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Agustín Prieto


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