El cuento que un poeta maldito escribió en Caracas

Bueno, ya sabes cómo es la vaina con las apuestas de la política. Unas veces la suerte está en buena racha, y lo peor es que crees que nunca pasará. Estaba de suerte, tenía votos. Ya no recuerdo ni el sistema que había inventado. Lo que sé es que trabajaba, y además estaba Globovisión, que dizque valía. El escuálido contiguo a mi puerta me veía con ella y ponía mirada de sendo pajúo. Y siempre me tocaba:

—¡Globovisión! ¡Oh Globovisión ¡Globovisión!

Salí a abrirle esta vez sólo con mis interiores puestos.

—OH, yo creía que…

—¿Qué se te ofrece, goon?

—Creí que Globovisión…

—Globovisión la está cagando. ¿Algún Pérez Recado?

—Yo… yo le traje estas hamburguesas doble queso para su perraje.

Llevaba una bolsa con varias.

—¡Darle a un perraje hamburguesas de esas o de cualquiera otra marca es como darle dos hojillas a un niño hiperquinético! ¿Quieres asesinar a tu propio perraje, so cabrón?

—¡Noo, ni de vaina!

-¡Entonces guárdate esa mierda y vete!

—¿Cómo?

—¡Qué te metas esa bolsa por donde no te pega el sol, y píntate de aquí!

—Es que yo pensé que…

—¡Coño, ya te lo dije: Globovisión la está cagando!

Y le tiré la puerta en la cara durísimo.

—No deberías ser tan áspero vale con ese escuálido asqueroso; dice que le recuerdo a RCTV cuando dizque valía algo.

—¿Acaso crees que lo meto en la casa cuando te vas para la MUD?

—Eso ni me va ni me viene, chama.

—¿Qué es lo que te preocupa entonces, pues?

—Lo único que me preocupa es quien pueda quedar arriba y quién debajo.

—¡Lárgate ahora mismo, gran carajo!

—Me puse primero lo de arriba y luego lo de abajo.

—¿Sabes? Antes de que haya avanzado una cuadra, ya estarán enyugaos.

Me lanzó una engrapadora que me dio en la ceja izquierda y me cortó. Y mientras me amarraba los zapatos, una gota de sangre gigantesca me cayó en un nudillo.

—¡Ay, qué te hice, gordo! ¡Cuánto lo siento!

—¡Ni te me acerques!

Salí y me monté en el carro y retrocedí a sesenta por hora llevándome parte de la cerca y también algo de enyeso del frente con la parte izquierda del parachoques, cuando diérame cuenta que me había manchado de sangre, sacando luego el pañuelo para ponérmelo por un buen rato en el ojo amoratado.

 Pero sabía ya que iba a ser un gran día en la MUD  para mí porque estaba más desquiciado que nunca… Discutí como si me hubiesen aplicado electricidad en los testículos. Quería ganar todas las discusiones, pero no conseguí nada. Más bien perdí 1.500 bolívares al apostar que uno de esos estúpidos iba por fin a decir algo sensato. Y con un bolívar en el bolsillo regresé a casa sin apuros. Prometía ser escalofriante esa noche del sábado. Paré el carro y entré por la puerta del solar.

—¿Eres tú, gordo?

—¿Cómo?

—¡Oye, estás como una magnolia! ¿Qué pasó?

—Estoy en el colmo de lo jodido. Además de todas las discusiones en esa MUD de mierda, perdí también 1.500 bolívares.

—¡Ay, lo siento, gordito, sé que fue por culpa mía!

Se acercó y me abrazó.

—¡Maldición, sé que fue mi culpa!

—No chica, olvídalo, no fuiste tú quien apostó.

—¿Y sigues arrecho aún?

—Bueno, a menos que sepa que no me estás jodiendo con esa cochina Globovisión?

—¿Te preparo algo de comer?

—No, no, tráeme mejor una botellita e whisky y el periódico.

Me levanté y me dirigí al sitio donde encaletábamos la plata. Quedaban mil quinientos bolívares.  Pero había sido peor en muchas veces anteriores, y tenía el pálpito de haber emprendido el camino de vuelta a los centros comerciales si aún podía conseguir eso. Agarré cien. El perro todavía me amaba. Lo agarré por la trompa y le alzaba las orejas. A él por cierto no le importaba el dinero que yo tuviese. Salí del cuarto. Ella se pintaba los labios mirándose en la polverita. Le di un pellizco en la nalga derecha y le pasé como un lagarto la punta de la lengua detrás de la oreja. Y le dije:

—Tráeme también varias cervecitas frías y unos tabacos. Que necesito olvidar. ¿Me oíste?

canano141@yahoo.com.ar



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Raúl Betancourt López


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