Moscú vive una paradoja financiera: por un lado, el conflicto ha estimulado la producción armamentística; por otro, ha drenado los recursos del Estado, debilitado el consumo interno y acentuado la dependencia de China y de la volatilidad energética global. La situación ha llevado incluso al propio gobierno ruso a reconocer públicamente que el país está "al borde de la recesión".
Estanflación y fatiga económica: un cóctel letal
El reciente Foro Económico de San Petersburgo —antes símbolo de apertura e inversión internacional— fue el escenario donde altos funcionarios rusos admitieron lo que ya reflejan los datos: Rusia está atrapada en un entorno de estanflación. El Centro de Análisis Macroeconómico (TSMAKP) advierte de una inminente recesión técnica para el segundo y tercer trimestre de 2025, mientras la inflación se mantiene por encima del 10 %, y supera el 15 % según estimaciones independientes.
Pese a una tímida bajada de los tipos de interés (del 21 % al 20 %), promovida por el Kremlin, el Banco Central de Rusia se enfrenta a un dilema: frenar la inflación sin paralizar aún más la economía. La gobernadora Elvira Nabiúllina ha alertado que los riesgos inflacionarios persisten, especialmente con un gasto militar que sigue en niveles récord.
Una economía de guerra sin impulso real
La guerra ha sido el principal motor del crecimiento en los dos últimos años. En 2023 y 2024, la industria bélica impulsó la producción y generó empleo temporal con salarios elevados. Pero ese impulso se desvanece. “El modelo actual se ha agotado”, reconoció Maxim Oreshkin, asesor económico de Putin, antes del foro de San Petersburgo.
Fuera del sector militar, la producción civil apenas ha crecido un 1,9 % en los últimos cuatro años. La caída del consumo se refleja en todos los indicadores: las ventas de automóviles bajaron un 25 % en el primer semestre, las cadenas de ropa reportan desplomes del 30–35 %, y las vacantes laborales han caído a niveles no vistos desde el inicio de la guerra.
Además, los atrasos en pagos salariales se han triplicado y más de 8,8 millones de personas enfrentan problemas con el pago de créditos. Mientras tanto, solo un 10 % de la población percibe mejoras en su situación financiera, según el centro sociológico FOM.
Un presupuesto al límite y el espejismo del empleo
A pesar de que las cifras oficiales señalan un paro mínimo del 2 % y salarios medios superiores a los 100.000 rublos (1.100 euros), la inflación acumulada desde 2022 —del 24 % oficialmente— ha erosionado gran parte del poder adquisitivo. Denuncias como la del diputado Nikolai Arefiev subrayan que las cifras reales están maquilladas para evitar subidas salariales en el sector público.
La previsión oficial de déficit para 2025 —originalmente del 0,5 %— ha sido revisada al alza hasta el 1,7 %, lo que compromete aún más la sostenibilidad fiscal. El fondo soberano ruso se encuentra en mínimos y apenas alcanza para cubrir el déficit previsto para este año.
La reciente escalada bélica entre Israel e Irán ha supuesto un inesperado balón de oxígeno para Moscú. El conflicto ha disparado los precios del gas y el petróleo, lo que mejora las previsiones de ingresos por exportaciones de hidrocarburos, clave para el presupuesto ruso. Cada aumento de 10 dólares en el barril de crudo implica cerca de 15.000 millones de euros adicionales para las arcas rusas.
Sin embargo, esta ventaja es volátil y de corto plazo. Una desescalada en Oriente Próximo volvería a presionar a la baja los precios, dificultando aún más la financiación del esfuerzo bélico. Analistas como Serguéi Guriev apuntan que esta dependencia podría aumentar los incentivos de Putin para buscar una salida negociada al conflicto.
Un horizonte incierto para Putin
Con menos de un año de margen antes de tener que recortar drásticamente el gasto militar, el Kremlin enfrenta un dilema estructural. La continuidad del conflicto complica la estabilidad fiscal, mientras la paz implicaría un reajuste social y económico difícil de gestionar, especialmente entre los militares, que hoy cobran hasta cuatro veces más que antes de la guerra.
La posible devaluación del rublo aparece como única herramienta a corto plazo, aunque podría importar aún más inflación. Para un país que ya ha sido expulsado del top 10 económico mundial, las opciones se reducen. A 40 meses de la invasión a Ucrania, Rusia se enfrenta a un cruce de caminos. El modelo económico sustentado en el gasto militar muestra signos de agotamiento, y la presión inflacionaria mina los ingresos reales de la población. Con las reservas menguando y la producción civil estancada, el Kremlin deberá elegir entre prolongar una guerra costosa o afrontar una reconversión económica y social aún más compleja.
