Sobre los paradigmas culturales en América Latina

Una apretada síntesis elaboró Néstor García Canclini sobre las políticas culturales, sus paradigmas, agentes y modos de organización referidas a América Latina. (Políticas Culturales en América Latina. Varios Autores. Editorial Grijalbo. México. 1987. p.p 217).

En primer lugar, tenemos el Mecenazgo Liberal. Dice el autor: “La primera forma de promoción moderna de la cultura, sobre todo en la literatura y en las artes...Si bien su origen se remonta a los encargos de los papas, reyes y príncipes, con la acumulación económica burguesa se desarrollan formas más libres de subvención a los artistas y escritores. El mecenazgo moderno impone menos indicaciones precisas sobre el contenido y el estilo del arte porque la burguesía no exige al modo de los señores feudales. Su protectorado se guía por la estética elitista de las bellas artes...”.

Los principales agentes del Mecenazgo Liberal vienen a ser las fundaciones industriales y empresas privadas. La organización del vínculo política-cultura se expresa en el apoyo a la creación y distribución discrecional de las bellas artes. La concepción y los objetivos de este paradigma están relacionados con el patrimonio y su desarrollo a través de creación individual. El Mecenazgo “Suele reducirse a la alta cultura y no pretende fijar estrategias globales para resolver los problemas del desarrollo cultural. Sin embargo, consideramos al mecenazgo un forma de política cultural porque ha servido y sirve en varios países para normar las relaciones en este campo, distribuir fondos importantes, establecer líneas prioritarias de crecimiento y desestimar otras”. (García Canclini, 1987).

En segundo lugar, está el Tradicionalismo Patrimonialista. Entre sus fundamentales agentes se encuentran los Estados, partidos políticos e instituciones culturales tradicionales. La relación política-cultura viene dada por el uso del patrimonio tradicional como punto no conflictivo y encuentro de todas las clases sociales. La concepción y objetivo del mismo se relaciona básicamente con la protección y defensa del patrimonio folclórico como quinta esencia de la identidad nacional. Al respecto nos dice Canclini: “Si bien la oligarquía aristocrática ha sido la principal portadora de este tradicionalismo, muchos de sus rasgos son reasumidos por corrientes populistas que asignan a una versión idealizada del pueblo el núcleo del Ser nacional. Su política cultural consiste en la preservación del patrimonio folclórico, concebido como archivo osificado y apolítico. Este folclor se constituye a veces en torno a un paquete de esencias prehispánicas, otras mezclando características indígenas con algunas formaciones en la Colonia o en las gestas de Independencia, en otros casos convirtiendo en matriz ahistórica ciertos rasgos que distinguían nuestra personalidad nacional de lo Otro: foráneo, lo imperialista. Ya sea como folclor predominantemente rural o urbano. Tales tendencias coinciden al pretender encontrar la cultural nacional en algún origen quimérico de nuestro ser, en la tierra, en la sangre o en “virtudes” del pasado desprendidas de los procesos sociales que las engendraron y las siguieron transformando. No toman en cuenta, por lo tanto, las manifestaciones culturales presentes de las clases subalternas que se apartan de ese origen idealizado; son incapaces de incluir en los proyectos políticos las nuevas prácticas con que los sectores populares intentan modificar su dependencia de la cultural hegemónica...”.

En tercer lugar, nos encontramos con el Estatismo Populista. Al igual que el anterior paradigma, sus agentes principales vienen a ser los Estados y los partidos políticos. Los modos de organización de la relación política-cultura son dos: reivindicación de la cultura popular bajo el control del Estado y la distribución de los bienes culturales de la elite. La concepción de la misma consiste en consolidar y asegurar las tendencias de la cultura nacional-popular, cuyo objetivo está orientado a la reproducción equilibrada del estatus. En relación a este paradigma nos dice García Canclini: “Decimos que para esta concepción lo nacional reside en el Estado y no en el pueblo, porque éste es aludido como destinatario de la acción de gobierno, convocado a adherirse a ella, pero no reconocido efectivamente como fuente y justificación de esos actos al punto de someterlos a su libre aprobación o rectificación. Por el contrario, se exige a las iniciativas populares que se subordinen a “los intereses de la nación” (fijados por el Estado) y se descalifican los intentos de organización independiente de las masas. También suele recurrirse al origen étnico o al orgullo histórico para reforzar la afirmación nacional, por lo cual esta corriente prolonga en parte la anterior; pero el ejercicio y el control de la identidad nacional no se derivan mecánicamente del pasado sino de la cohesión presente tal como el estado la representa”.

En cuarto lugar, tenemos a la Privatización Neoconservadora. Empresas privadas nacionales y transnacionales y sectores tecnocráticos del Estado representan los principales agentes de este paradigma. La organización de la relación política-cultura consiste en la transferencia al sector privado de las acciones públicas de la cultura.

Al respecto señala Canclini: “Al indicar que hoy la tendencia dominante en las políticas culturales es el desplazamiento de la acción estatal a la producción y apropiación privada de los bienes simbólicos, no queremos decir que los paradigmas anteriores desaparecen. Son reordenados en función del nuevo proceso. Por ejemplo, la intervención creciente de las empresas en el financiamiento y orientación de actividades culturales lleva a algunas de ellas a convertirse en “mecenas”...por otra parte, si bien esta concepción predomina en las empresas privadas, también se aplica en la administración estatal de la cultura. La reducción de los fondos públicos y las exigencias de productividad impuestas por la tecnocracia monetaria en todas las exigencias de productividad a los estados a reducir las acciones “no rentables” y los eventos que “no se autofinancien” ( el teatro, la música y las artes plásticas, especialmente sus líneas experimentales) y concentra la política cultural en la promoción de grandes espectáculos de interés masivo”.

La concepción del desarrollo cultural está orientada a reorganizar la cultural en torno a las leyes del mercado. Su objetivo central, dentro del mismo desarrollo, es buscar el consenso a través de la participación individual del consumo cultural. Su coherencia continental arranca con la crisis de los poderes públicos nacionales ante la deuda externa. A partir de esa realidad la iniciativa privada aparece como benefactora de la producción cultural; la defensora legítima de la libertad de creación, la cual lucha contra un Estado monopólico y como mediadora entre la cultural nacional y transnacional. Este paradigma no sólo utiliza a la democracia, sino que puede estar en sintonía con los gobiernos gorilas.

Finalmente abordaremos a los dos últimos paradigmas: la democracia cultural y la democracia participativa. El primer paradigma corresponde a la democracia representativa y formal, la cual no es otra cosa que el modelo democrático burgués, cuyo fundamentación la encontramos en el liberalismo, ahora neoliberalismo, que toma la escena mundial a propósito de la caída del Muro de Berlín. Entre tanto, la democracia participativa formaría parte del componente político del socialismo del siglo XXI. Una democracia de nuevo cuño, en la cual el protagonismo de las ciudadanas y los ciudadanos viene definido e instrumentado por cuatro categorías fundamentales: definición y ejecución de la gestión pública y el control y evaluación de sus procesos y resultados en forma efectiva, oportuna y eficiente. Los procesos de conculturación de las comunidades étnica constituye el contexto en la cual se desarrollan los planes culturales.

En América Latina dos concepciones como expresión de la política cultural han dominado el desarrollo y transformaciones de nuestros países. Venezuela no escapa a tal realidad. La Democracia Cultural entra a competir con la Democracia Participativa. Ambas constituyen dos modelos y paradigmas de políticas culturales. Una y otra se diferencian por sus principales agentes de transmisión. La primera posee a los Estados y a las instituciones culturales. La segunda a los partidos progresistas y a los movimientos populares independientes como expresión de las comunidades étnicas organizadas. La Democracia Cultural en su relación política-cultura se propone la difusión y necesaria popularización de la llamada alta cultura. La Democracia participativa en la misma relación estimula la participación popular y la participación autogestora y cogestora de las actividades y el desarrollo cultural.

Canclini no dice sobre la Democracia Cultural: “Este paradigma concibe la política cultural como un programa de distribución y popularización del arte, el conocimiento científico y las demás formas de “alta cultura”. Su hipótesis básica es que una mejor difusión corregirá las desigualdades en el acceso a los bienes simbólicos. Se sugiere descentralizar permanentemente los servicios culturales, emplear los medios de comunicación masiva para difundir el arte y usar medios de comunicación y animación a fin de interesar a nuevos públicos”.

El otro paradigma nos coloca en otra reflexión: “a diferencia de las posiciones unidimensionales y elitistas que sostienen los paradigmas mecenal, tradicional, estatal y privatizante, e incluso se infiltran en el modelo democratizador, esta concepción”, el paradigma relacionado con la Democracia Participativa, “defiende la coexistencia de múltiples culturas en una misma sociedad, propicia su desarrollo autónomo y relaciones igualitarias de participación de cada individuo en cada cultura y de cada cultura respecto de los demás”.

He aquí una muestra lacónica de los distintos paradigmas culturales. A propósito de la discusión sobre la Ley Orgánica de Cultura, en torno a la cual hemos propuesto la creación de un aparte que incorpore el paradigma cultural de la República Bolivariana de Venezuela y precisa un conjunto de líneas básicas y estratégicas sobre las políticas públicas culturales, tanto del ejecutivo como del deliberante.

efrainvalen@cantv.net


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Efrain Valenzuela

Católico, comunista, bolivariano y chavista. Caraqueño de la parroquia 23 de Enero, donde desde pequeño anduvo metido en peos. Especializado en Legislación Cultural, Cultura Festiva, Municipio y Cultura y Religiosidad Popular.

 efrainvalentutor@gmail.com

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