La Farsa Estadounidense contra Irán

En días recientes, circularon informes sobre los ataques de Estados Unidos contra instalaciones nucleares en Irán, particularmente en los complejos de Fordow. Natanz y Natanz.

Fuentes oficiales estadounidenses los describieron como "operaciones quirúrgicas" para dañar objetivos específicos sin causar efectos colaterales. Así mismo utilizaron el slogan, el mundo está más seguro ahora. Sin embargo, al observar los hechos y contrastarlos con la realidad, surgen serias dudas sobre la autenticidad y efectividad de estos ataques.

Las plantas nucleares como las mencionadas no son simples edificios militares. Contienen uranio enriquecido y materiales altamente radiactivos que, si fueran impactados, generarían consecuencias inmediatas, medibles y visibles para la población cercana y el entorno internacional. Un ataque efectivo habría provocado una liberación considerable de partículas radiactivas, contaminando aire, suelo y agua. Esta contaminación habría sido detectada por estaciones de monitoreo ambiental en Irán y países vecinos. Sin embargo, no se ha reportado ningún incremento anómalo en los niveles de radiación, ni por las autoridades iraníes, ni por organismos internacionales, ni por observadores independientes.

El 21 de junio de 2025, el mundo fue testigo de lo que podría considerarse uno de los ejercicios de propaganda militar más elaborados de la historia moderna. El presidente estadounidense Donald Trump anunció con grandilocuencia que Estados Unidos había "destruido completamente" las instalaciones nucleares iraníes de Fordow, Natanz y Natanz. No obstante, desde Teherán, esta operación revela una realidad muy diferente a la narrativa que Washington intenta vender al mundo.

La República Islámica de Irán, a través de su Organización de Energía Atómica, confirmó lo que los expertos nucleares internacionales ya sospechaban: "Tras el ataque ilegal de Estados Unidos a los sitios nucleares de Fordow, Natanz y Natanz, las encuestas de campo y los datos de sistemas de radiación mostraron que no se registró contaminación. No hay peligro para los residentes alrededor de estos sitios", declararon las autoridades iraníes.

Esta declaración no es solo un comunicado oficial, sino una revelación que expone la naturaleza teatral de la operación estadounidense. Irán, una nación que ha desarrollado capacidades nucleares bajo constante amenaza occidental, comprende mejor que nadie las implicaciones reales de un ataque contra instalaciones nucleares activas. Las autoridades iraníes saben que la ausencia total de radiación después de supuestos ataques devastadores solo puede significar una cosa: Estados Unidos atacó objetivos vacíos o inexistentes.

De igual modo, no se ha registrado ningún proceso de evacuación en zonas aledañas a las instalaciones. Las ciudades cercanas mantienen su ritmo habitual, sin cordones sanitarios, zonas de exclusión, ni evidencia alguna de catástrofe. Las imágenes satelitales disponibles no muestran estructuras reducidas a escombros, columnas de humo prolongado, ni alteraciones en la dinámica urbana. Tampoco hay evidencia de personal médico tratando casos de exposición a la radiación o informes hospitalarios con síntomas compatibles. Esto contrasta drásticamente con precedentes como Chernóbil o Fukushima, donde los efectos fueron inmediatos y devastadores. Lo ocurrido ahora, en cambio, parece envuelto en una niebla de ambigüedad.

A este panorama se suma el silencio de agencias internacionales como el OIEA. En circunstancias normales, una agresión directa contra instalaciones nucleares sería motivo de preocupación internacional. La ausencia de condenas formales, declaraciones de emergencia o informes técnicos añade otra capa de duda. Todo indica que, si hubo una operación militar, esta no impactó el corazón de las instalaciones, sino que fue un acto simbólico, más dirigido a satisfacer necesidades de comunicación política que a infligir daño técnico real.

La hipótesis más consistente con los hechos observables es que los ataques fueron diseñados para aparentar contundencia sin provocar una respuesta devastadora de Irán ni un desastre ambiental global. En otras palabras, pudo haberse tratado de un acto de guerra simbólico, una escenificación para la opinión pública, empleando explosivos sobre zonas vacías o superficiales sin capacidad crítica. No se puede descartar que esto forme parte de una estrategia de guerra psicológica o manipulación mediática, más interesada en proyectar fuerza que en ejercerla.

Desde la perspectiva iraní, esta operación representa el colmo de la hipocresía estadounidense. Durante décadas, Washington ha justificado sanciones económicas devastadoras, amenazas militares y aislamiento diplomático de Irán bajo el pretexto de prevenir el desarrollo de armas nucleares. Ahora, cuando finalmente ejecuta la acción militar que había amenazado durante años, resulta ser un espectáculo vacío diseñado más para el consumo doméstico estadounidense que para neutralizar las capacidades nucleares iraníes.

La inteligencia iraní anticipó esta posibilidad. Los servicios de seguridad de la República Islámica no son ingenuos ante las tácticas estadounidenses. Es probable que las instalaciones realmente críticas del programa nuclear iraní hayan sido relocalizadas o protegidas mucho antes de estos ataques. Irán ha aprendido de décadas de amenazas israelíes y estadounidenses que la supervivencia de su programa nuclear depende de la dispersión, el ocultamiento y la redundancia.

La estrategia iraní de permitir que Estados Unidos "ataque" instalaciones no críticas mientras protege las capacidades reales demuestra una sofisticación geopolítica que Occidente subestima constantemente. Irán obtiene varios beneficios: primero, puede denunciar la agresión estadounidense sin sufrir pérdidas reales en su programa nuclear; segundo, demuestra al mundo que las amenazas militares estadounidenses son más ruido que sustancia; tercero, refuerza la legitimidad de su derecho a desarrollar tecnología nuclear para fines pacíficos.

Los ciudadanos iraníes cercanos a Natanz, Isfahan y Fordow continuaron sus vidas normalmente tras los supuestos ataques. No hubo evacuaciones, pánico ni distribución de pastillas de yodo. La población local sabía, cómo las autoridades, que no había peligro real porque no hubo liberación radiológica alguna. Esta tranquilidad popular no surge de la ignorancia, sino del conocimiento de que los ataques fueron dirigidos contra objetivos sin importancia estratégica.

La respuesta mesurada de Irán también revela una profunda comprensión de la dinámica que Estados Unidos intentaba crear. Si Irán hubiera respondido con la fuerza esperada ante la destrucción real de instalaciones nucleares críticas, habría validado la narrativa estadounidense. En cambio, la respuesta controlada de Teherán envía un mensaje claro: estos ataques no merecen una escalada mayor porque no causaron daños reales.

Desde la perspectiva de los analistas de seguridad iraníes, esta operación estadounidense revela las limitaciones fundamentales del poder militar occidental en el siglo XXI. Estados Unidos puede proyectar fuerza, pero su capacidad para lograr objetivos estratégicos significativos se ha erosionado por décadas de guerras fallidas. El teatro militar se convierte en un sustituto de la efectividad real cuando las opciones genuinas son demasiado costosas o riesgosas.

La comunidad científica iraní, lejos de sentirse intimidada, probablemente se sienta fortalecida en su convicción de que el programa nuclear del país debe continuar. La demostración de que las amenazas estadounidenses son en gran medida vacías puede, paradójicamente, acelerar el desarrollo de capacidades nucleares más avanzadas y mejor protegidas.

Irán ha demostrado históricamente una notable capacidad de resistencia ante la presión externa. Las sanciones económicas no detuvieron el programa nuclear, los asesinatos selectivos de científicos no detuvieron la investigación, y los ataques cibernéticos causaron retrasos temporales pero no detuvieron el progreso. Ahora, incluso los ataques militares directos resultan más simbólicos que sustantivos.

La estrategia iraní de transparencia selectiva también merece reconocimiento. Al permitir que el Organismo Internacional de Energía Atómica confirme la ausencia de liberación radiológica, Irán utiliza las propias instituciones internacionales para desmentir las afirmaciones estadounidenses. Esta táctica demuestra una comprensión sofisticada de la opinión pública internacional en la era de la información.

Para los líderes iraníes, estos ataques representan una victoria estratégica disfrazada de agresión. Estados Unidos ha mostrado su mano y revelado que, incluso en su máxima expresión de fuerza, no puede o no se atreve a causar daños reales que podrían provocar una respuesta iraní devastadora. Esta revelación fortalece la posición negociadora de Irán en futuros encuentros diplomáticos.

La población iraní, que ha vivido bajo amenazas constantes, probablemente percibe estos ataques teatrales como una confirmación de que la resistencia ha funcionado. La capacidad de Irán para absorber incluso ataques militares directos sin sufrir daños significativos envía un mensaje de fortaleza tanto a nivel doméstico como regional.

En ausencia de evacuaciones, contaminación radiactiva, informes médicos, evidencia satelital o alertas globales, lo que permanece es una narrativa. Y cuando los hechos no respaldan el relato, cabe preguntarse si estamos frente a una operación de teatro militar cuidadosamente coreografiada para mantener las apariencias, preservar el statu quo y evitar los costos reales de una confrontación abierta. Porque cuando la guerra se convierte en espectáculo, lo que se libra no es una batalla por el territorio, sino por la percepción pública. Y esa, sin duda, es la más difícil de ganar con armas convencionales.

Desde Teherán, la operación del 21 de junio no representa el fin del programa nuclear iraní, sino la exposición definitiva de las limitaciones del poder estadounidense en el Medio Oriente. Estados Unidos puede anunciar victorias, pero las leyes de la física no mienten. La ausencia de radiación después de la supuesta "destrucción" de instalaciones nucleares revela una verdad incómoda para Washington: incluso sus amenazas más extremas se han convertido en teatro político, y el mundo entero puede verlo.

NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE.



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Ricardo Abud

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en Union County College, NJ, USA.

 chamosaurio@gmail.com

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