¡El lobo! ¡El lobo!—decía el pastorcillo mentiroso

Hace ya varias décadas, muchos padres contaban o leían a sus hijos cuentos  que destilaban moralejas para el buen vivir (ahora los “conectan” a un celular,  desde muy temprana edad). Entre muchos otros, oíamos la fábula de Esopo sobre  “El pastorcito mentiroso”. Una y otra vez, el pastorcito falsamente pedía auxilio  porque, según gritaba, venía el lobo. La gente del pueblo venía en su ayuda, pero  no había ningún lobo. Cuando el lobo finalmente vino, nadie le prestó atención al  pastorcito, y el lobo, con toda tranquilidad, devoró todas sus ovejas. La moraleja  era inmediata: el perjuicio práctico de la mentira, de la falsedad. 

La oposición radical venezolana (a diferencia de la oposición moderada)  tiene más de veinte años gritando que viene el lobo. Una y otra vez, elección tras  elección, gritan: ¡hicieron trampa al contar los votos! ¡No reconocemos ese triunfo  electoral! Me parece que es cierto que, en algunas de las elecciones pasadas el  Gobierno gozó de ventajas indebidas antes del día de la elección, pero, hasta la  última, la del pasado 28 de julio, no hay nada que indique que hubo trampa en la  cuenta de los votos. Es decir que, aparte de, con toda razón, cuestionar esas  ventajas previas que, dicho sea de paso, marcan todas las elecciones en todos los  países en la actualidad, no tenemos razones objetivas para decir que el resultado de  las elecciones, en esas elecciones previas, se debió a un fraude en el conteo de  votos. En otras palabras, si “seguimos las reglas del juego”, debemos aceptar la  legalidad de los funcionarios elegidos, y en consecuencia, de los designados por la  mayoría de los funcionarios elegidos. Claro está, podemos y debemos cuestionar  los procedimientos seguidos en esas designaciones, en caso de que éstos no hayan  cumplido con lo establecido en las leyes que los definen. Por otra parte, podemos y  debemos protestar todas aquellas decisiones de esos funcionarios que  consideremos sesgadas hacia los intereses de una facción política y no en beneficio  del bien común. Por ejemplo, en relación con la elección presidencial del 28 de  julio, hay buenas razones para cuestionar y protestar el comportamiento del  Consejo Nacional Electoral, de la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia y  de la Fiscalía de la República. Aquellos políticos que, arbitrariamente, gritaron que  hubo fraude en el conteo de votos de esas elecciones previas hicieron lo que hizo el  pastorcito mentiroso —no necesariamente porque tuvieran la intención de decir  una mentira, pero, por lo menos, porque confunden una sospecha subjetiva con una  evidencia de trampa. 

¿Qué consecuencias trae la fábula del pastorcito mentiroso en relación con  las pasadas elecciones presidenciales del 28 de julio? A mi modo de ver, dos  consecuencias inmediatas:

1) La oposición radical volvió a gritar que vino el lobo. Pero esta vez pudo ser cierto. ¿Por qué? —por la sencilla razón de que esta vez, a diferencia de las  anteriores, la publicación y validación de los resultados electorales no siguió el  procedimiento legal establecido. Digo que “pudo ser cierto” y no que “fue cierto”  porque lo único que podemos decir con certeza es que la designación del candidato  Nicolás Maduro como Presidente Electo siguió un procedimiento irregular, y, en  consecuencia, exigir que se siga el procedimiento legalmente establecido. 

Alguien me dirá que los seguidores de la oposición extrema representada  por María Corina Machado y Edmundo González no se comportaron como la gente  del pueblo en el cuento del pastorcito, sino que vuelven a creer que el lobo volvió y  acudieron de nuevo en auxilio del pastorcito mentiroso. En cierta medida eso es  cierto, pero no lo pueden creer como podrían creerlo si entendiesen que antes sí se  siguió ese procedimiento y ahora no. Es decir, el fundamento que ahora podría  legitimar sus sospechas parece ser de nuevo el mismo que sustentó los gritos  anteriores de la llegada del lobo: la mera intuición subjetiva, débil de por sí. En  otras palabras, a pesar de que, ante el nuevo grito posterior al 28 de julio, sigan  creyendo en la llegada del lobo, ahora su creencia ha perdido fuerza —si se quiere,  ha perdido fuerza en ese otro nivel subconsciente que rehusamos des-cubrir y que  antes se llamaba “mala consciencia”. En efecto, esa “mala consciencia”, aunque  uno mismo no la admita, es debilitante para los que claman que el lobo vino de  nuevo y le suma poder a la contraparte. 

2) La segunda consecuencia es que, debido a su supuesto convencimiento  de que antes vino el lobo, y al hecho de su ambiguo reconocimiento de las  instituciones venezolanas elegidas con anterioridad, no tienen (o creen ellos que  no tienen) ante quién quejarse del atropello que consideran que ocurrió esta vez. Es  decir, no han sido capaces, como meritoriamente lo ha estado haciendo Enrique  Márquez, de interponer recursos ante las instituciones venezolanas del caso. En  efecto, Enrique Márquez se ha portado como un verdadero demócrata en esta  oportunidad. Por el contrario, la oposición extrema continúa con su fracasada y  trágica actuación —trágica para el resto de los venezolanos— de solicitar la dañina  intervención extranjera: sanciones que afectan a toda la población, y, en algunos  extremos de los extremos, la petición implícita o explícita de una invasión  extranjera. ¡Por favor, entérense de qué ha pasado en Irak, Libia, y otros países, y  está pasando en la Franja de Gaza! 

¡Triste realidad la nuestra, la de oscilar entre dos extremos obviamente  perjudiciales para nuestra país! Uno caracterizado por la terrible ineficiencia y  corrupción gubernamental, el otro caracterizado por su empeño de poner a nuestro  país a la orden de los designios del centro de poder imperial. Uno que no siguió las  reglas del juego en las últimas elecciones presidenciales, otro que no las ha seguido  desde el momento que urdieron un golpe de estado en el 2002 contra el entonces 

Presidente Hugo Chávez, que años más tarde realizaron la pantomima de la auto elección de un “presidente” en una plaza pública, que facilitaron las sanciones  económicas que tanto daño nos han hecho, y que le entregaron ingentes recursos  del Estado a potencias extranjeras con gran beneficio personal para los que  montaron la farsa del auto-elegido. En fin, estamos “entre Guatemala y  Guatepeor”. ¿Cuál es cuál? No importa cuál sea el peor, ambos son funestos para el  bien común de los venezolanos. Hubo, y sigue habiendo, otras opciones. Pero, para  eso, los venezolanos debemos escaparnos del juego mortal que han creado el actual  Gobierno y la oposición extrema.

 


Esta nota ha sido leída aproximadamente 1069 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter