La guerra entre China y los EE.UU. se basa en la disputa por un mundo unipolar o multipolar, y dentro de ella se libran una serie de batallas: bélica en Ucrania, comercial, de cadena de suministros, financiera, de dominio tecnológico, entre otras. Esta última, conocida como la guerra de los semiconductores o chips, será la que examinaremos. Esta cruzada por la supremacía tecnológica es un poco más amplia que las batallas convencionales y se relaciona con la desglobalización mundial, la fragmentación y la creación de nuevos bloques de países, la autonomía estratégica, la conectividad, la revolución tecnológica, inteligencia artificial, internet de las cosas, identificación digital, monedas digitales de bancos centrales, carteras o billeteras virtuales de pagos, etc.
En 2019 Huawei fue incluida en una lista negra de EE.UU. llamada Entity List, que prohibía a las empresas estadounidenses vender tecnología a la empresa china. En 2020, las sanciones se endurecieron e impidieron efectivamente la venta de chips de última generación requerida para sus teléfonos inteligentes. Y en 2022 Washington introdujo restricciones de chips más amplias, con el objetivo de privar a todas las empresas chinas de semiconductores críticos que podrían servir para la inteligencia artificial y aplicaciones más avanzadas. Los asiáticos comenzaron a pensar que las sanciones provocarían desarrollos que impulsarían, en lugar de obstaculizar, la industria nacional de semiconductores.
El propósito de retrasar y frenar el desarrollo de las tecnologías de fabricación de chips del gigante asiático para evitar que pueda producir sus propios circuitos integrados de vanguardia, y los utilice entre otras cosas para aplicaciones militares, queda realmente claro. En este juego uno de los contratiempos de esta iniciativa es que el mercado chino es lo suficientemente grande para ejercer presión sobre las empresas extranjeras, hasta llegar a perjudicarlas. El pasado viernes 31 de marzo la Administración del Ciberespacio de China, el regulador chino de internet, puso en marcha una investigación que tenía como propósito auditar al mayor fabricante estadounidense de chips de memoria.
Micron Technology, que es la empresa estadounidense que está siendo investigada, es sospechosa de revelar información esencial acerca de la infraestructura de su cadena de suministro, así como de introducir amenazas de seguridad nacional en sus productos. En esencia, la base de las sospechas de la administración china se sostiene sobre las mismas acusaciones que EE.UU. ha vertido durante los últimos cuatro años sobre Huawei y otras de sus empresas. El resultado, Micron no podrá exportar más a China sus productos, que en 2019 alcanzaban un valor de U$S 17.500 millones, y que bajaron a U$S 7.000 millones en 2021 y a 3.200 millones en 2022, cinco veces menos; aun así, siguen siendo ingresos considerables, el 10% de sus ventas.
La idea de la disputa gira en torno a suponer si en realidad alguno de los países saldrá beneficiado por esta secuencia de sanciones, y ahora, contra sanciones por parte de China. La universidad John Hopkins realizó una investigación con un grupo de destacados expertos, convocados por el Laboratorio de Física Aplicada, para brindar información acerca de cuán grave puede ser el impacto de estas sanciones y quién puede salir perjudicado, en una serie de artículos, cuyo título es «Medir dos veces, cortar una vez", y que servirá de guía para este artículo.
Los académicos de la universidad no esperan que la relación, en los próximos años, se base en la confianza. Pero creen que sin una visión más amplia, articulada y persuasiva, de la relación entre Estados Unidos y China, los juicios sobre «desconexiones» en áreas tecnológicas son recetas para un paciente cuya salud no ha sido bien evaluada y cuya enfermedad no está bien diagnosticado, de hecho, proponen, y eso da título al estudio, medir las consecuencias con cuidado antes de cortar, porque a su entender quien saldrá perjudicado serán los EE.UU.
Lo que es cierto es que, a diferencia de muchas potencias que podían ir a la guerra (URSS), el liderazgo chino parece creer que su poder en relación con los Estados Unidos aumentará en las próximas décadas, por lo que tiene incentivos para evitar conflictos armados que alterarían las trayectorias actuales, que los benefician. Tampoco es probable que Estados Unidos crea que puede mejorar el equilibrio de poder con un conflicto militar, especialmente si se lleva a cabo con una potencia igual y, según muchos cálculos, localmente superior, respaldado por armas nucleares.
Estados Unidos parecería tener dos visiones diferentes de su disputa hegemónica con China. Una aplicaría a la posición que George F. Kennan presentó sobre la Unión Soviética en su famoso "Telegrama largo" de 1946. Esta visión, y las recomendaciones que la acompañan, famosamente organizadas bajo el concepto de «contención», fueron sombrías porque implicaba utilizar medios militares, diplomáticos y económicos para limitar la influencia soviética en el mundo. Este telegrama se trata de un hito en la historia de las relaciones internacionales y situó a su autor entre los principales representantes estadounidense del realismo político.
Otra parte de los líderes estadounidenses muestra poca inclinación a tener una visión de China similar a la de Kennan para Rusia, y piensan diferente. Esto se debe a que muchas variables impredecibles que afectan a China (los objetivos, las actitudes y las capacidades del sucesor actualmente no identificable de Xi Jinping) y a los Estados Unidos (cómo los desafíos económicos y la política interna pueden intensificar los esfuerzos para demonizar a China), cualquiera de estas pueden modificar la relación.
La tecnología juega un papel central en la misión de China de regresar a la grandeza histórica. Los líderes orientales han visto durante mucho tiempo la dependencia de la tecnología extranjera como una camisa de fuerza utilizada para mantener a China bajo control y limitar su ejercicio del poder. Esta mirada fue poderosamente reforzada por las revelaciones de Edward Snowden de 2013, que proporcionaron lecciones objetivas sobre cómo las redes construidas con equipos estadounidenses proporcionaron vías para el espionaje y la recopilación de inteligencia ha fortalecido aún más la determinación de reducir la dependencia de la tecnología. La única manera de que China esté libre de subordinaciones, según este punto de vista, es a través de la autosuficiencia, al menos, en las llamadas "tecnologías centrales".
La independencia, paradójicamente pasa por algunos escalones de dependencia. El libro de jugadas probado por China para la innovación local no evita la tecnología extranjera, y con frecuencia la requiere. El equipo y los conocimientos técnicos extranjeros son a menudo un requisito previo y siempre un acelerador para construir esas tecnologías a nivel nacional. Esto significa invitar a una mayor dependencia de fuentes extranjeras mientras tanto, comprar componentes extranjeros, otorgar licencias y replicar propiedad intelectual extranjera, invitar a multinacionales extranjeras a invertir en China y enviar talento al extranjero para recibir educación y capacitación.
Las expectativas sobre el futuro alientan a los líderes nacionales a creer que, al menos en algunos casos importantes, las oportunidades para el desacoplamiento están disponibles y son deseables, pero existen tres poderosas realidades. La primera es que tanto China como Estados Unidos están lidiando con una contraparte cuyo poder económico y compromiso global trasciende con creces el de la Unión Soviética. El segundo es la dependencia de las conexiones chino-estadounidenses construidas sobre cuarenta años no se pueden borrar como la tiza en un pizarrón. La tercera es darse cuenta de la potencialidad de esta pareja, por lo tanto, donde no hay un hegemónico en el mundo, por lo que deberán tratarse con camaradería.
Se debe comprender que esta guerra no es la misma que mantuvieron la URSS y los Estados Unidos, ya que sus economías nunca estuvieron sustancialmente conectadas, sino tan separados como dos extraños convertidos en enemigos, cada uno siguiendo caminos separados. En cambio, más de cuarenta años de conexión han convertido a Estados Unidos y China en algo parecido a hermanos siameses con un sistema nervioso común.
En lugar de eliminar las interdependencias, los líderes chinos y estadounidenses parecen estar recortándolas y las empresas controlándolas, reestructurando las conexiones donde los riesgos de seguridad pueden mitigarse o aprovecharse al mismo tiempo que mantienen los componentes centrales. En la actualidad, 370.000 ciudadanos chinos, incluidos la hija de Xi Jinping, estudian en universidades americana, Apple sigue siendo indirectamente responsable de emplear a más de tres millones de trabajadores en China, General Motors sigue vendiendo más coches en China que en los Estados Unidos, y los inversionistas estadounidenses continúan siendo una fuente importante y creciente de inversión extranjera directa en el gigante oriental.
Del mismo modo, se mantienen las interdependencias de hardware. China confía en los fabricantes de chips estadounidenses para componentes cruciales en sus estaciones base 5G. Por el contrario, Qualcomm, el principal fabricante de hardware 5G en los Estados Unidos, depende del mercado chino para obtener más de la mitad de sus ingresos netos, una parte importante de la cual, a su vez, reinvierte en I+D para seguir siendo competitivo. Además, los dos integradores de sistemas inalámbricos a los que Estados Unidos y aliados afines han recurrido desde que rechazaron a Huawei (Ericsson y Nokia) confían en plantas de fabricación en China para producir al menos algunos de sus equipos 5G.
Lo intratable de esta dependencia se evidencia en la cuerda floja en la que camina un campeón nacional chino, la Corporación Internacional de Fabricación de Semiconductores (SMIC). A pesar de ser un impulsor principal de la autosuficiencia de chips de China, SMIC depende en gran medida de los equipos para la fabricación de semiconductores de origen estadounidense.
En la actualidad China consume unas tres cuartas partes de los semiconductores que se venden a nivel mundial, pero solo produce alrededor del 25% del total. El desacoplamiento tecnológico podría servir a China como momento Sputnik para la innovación, que es lo que está pasando, obligando a la nación oriental a adoptar un enfoque de arriba hacia abajo y de autosuficiencia, especialmente en semiconductores. Sin embargo, no lo tendrá fácil.
Por su parte, las empresas estadounidenses también se podrían ver perjudicadas por la nueva salva de restricciones. China es el mayor cliente de semiconductores estadounidenses, y las exportaciones al gigante asiático representan hasta el 60% de los ingresos de algunas empresas como Qualcomm o Intel. Nvidia dijo que sus ingresos trimestrales podrían caer hasta 400 millones de dólares después de que se le prohibiera vender chips de alta gama a China. La medida también podría afectar a fabricantes estadounidenses con factorías en China que dependen de estos semiconductores para sus productos, como Tesla o Apple, entre otros.
La Universidad Hopkins ataca la pelea porque sus artículos demuestran que quien sale perdiendo en el largo plazo con las medidas de contención y ataque a China son los EE.UU.. Esta sería otra de las facetas donde la hegemonía americana se ve cuestionada.
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