OMC, TLCs, ONGs: ¿Cuál es nuestra priordad? ¿Quién marca nuestra agenda?

Es difícil desprenderse de vicios que vienen de muchos años. A veces nos sorprende que mientras los pueblos bregan por sus conquistas y sus futuros,  la dirigencia de partidos progresistas y de movimientos sociales asume otra agenda o, simplemente, se suma por mimetización o conveniencia a una agenda contraria.  

Hay dos formas de inclusión en la vida política y  social: siendo proactivos o siendo reactivos.  Desde el campo popular, ante un periodo enormemente regresivo,  suele asumirse siempre la postura defensiva, reactiva, dependiente de contrarrestar la agenda de la derecha, sin capacidad de desarrollar  la propia, la que prioriza nuestras necesidades, intereses, anhelos. O sea, nuestra agenda.

Ha sido muy difícil construir en los últimos años comunicación popular, porque incluso los gobiernos progresistas nunca creyeron consistentemente en la necesidad de políticas de comunicaciones  para asentar  la pluralidad informativa y desarrollar una mayor y creciente participación social y ciudadana.

Hablamos de batalla de ideas, de guerra cultural, y las recitamos cual consignas. Pero hemos carecido –por culpa compartida por gobiernos y comunicadores- de información propia, más allá de clamar que  tal o cual medio hegemonic miente. Hemos acumulado posgrados en denunciología y lloriqueo, inmovilizadores para cualquier disputa o sueño social.

El síndrome de plaza sitiada –hay que defenderse permanentemente de un possible ataque enemigo- se adueñó de nuestros propios espacios de información y en la reacción defensiva permanente y de corto plazo de los ataques hostiles. Se olvidó la agenda propia, el diálogo con la ciudadanía y el debate con los adversaries políticos.

Informamos  para los convencidos. No es forma de presentar una batalla ideológica, en la que ni siquiera intentamos acercar a quienes  no  piensan como nosotros al ubicarlos en  forma generalizada como lejanos, o, peor aún, como enemigos inamovibles .

La derecha se apropió inescrupulosamente de las palabras y de las ideas. Hoy no tiene verguenza de hablar libertad, democracia, eficiencia, cambios de estructura para “el futuro”, transición…engañando, manipulando  y tergiversando.  Mientras tanto, desde el campo progresista solo hablamos de pasado, de décadas ganadas o  de inclusión social pasada.

Y a falta de ideas propias, compramos o cooptamos referencias equivocadas o atravesadas. Seguimos atados a nuestro colonialismo cultural, comprando en forma superficial espejitos de colores de cualquier moda intelectual externa.

Nuestros gobernantes pagan  a “expertos” –en general europeos- que si bien desconocen nuestra idiosincrasia, nuestra historia, memoria, luchas, anhelos, sueños, no pierden oportunidad para decirnos dónde queda Latinoamérica y qué debemos hacer. Obviamente, hay pocas y muy valiosas excepciones. Ya no resulta necesario que vengan en las carabelas a ofrecernos espejitos de colores: nosotros los vamos a buscar, para que confeccionen nuestras agendas y traten de prostituir nuestros principios y luchas.

Hoy, mientras debiéramos estar juntos quienes defendemos  la producción y el trabajo nacional y regional  –sindicatos, empresarios, académicos, movimientos sociales, estudiantes, desocupados, pequeños y medianos empresarios, campesinos-  para que no se concrete un asimétrico tratado de libre comercio (TLC)  del Mercosur con la Unión Europea que los gobiernos plantean acordar inmediatamente, los vendedores de espejitos nos imponen otra agenda.

Nada de denunciar específicamente  la falta de transparencia sobre qué se está negociando contra reloj ni de las consecuencias nefastas que podría tener ésta para nuestras economías, nuestros pueblos, nuestro futuro, un TLC que, puede anticiparse, ahondaría desequilibrios y asimetrías tal como ha quedado evidenciado en acuerdos similares de Europa con otros países de la región, como Chile, Colombia, Ecuador, Perú. Un TLC que significará el ingreso masivo de productos manufacturados de origen asiático con marca europea que devastará la industria local, a favor el enriquecimiento de las corporaciones trasnacionales, las élites locales y el consiguiente empobrecimiento de los pueblos.

De todas formas,  la atención mediática parece centrarse hoy -no casualmente- solo en la  Reunión Miniserial de la Organización Mundial  del Comercio (OMC) que se realizará en Buenos Aires el  mes próximo.  Mientras los representantes de la reunión oficial se reúnan se llevará adelante una agenda alternativa  de movimientos sociales, que incluye los más variados (y algunos hasta simpáticos) temas: neoliberalismo y salud, feminismo frente al librecomercio, deuda y poder corporativo, bienes comunes, justicia climática, soberanía energética y educativa, economía social y solidaria, Israel como brazo armado de la OMC , el ALBA frente la OMC hasta una mesa especial sobre "pensamiento crítico latinoamericano", seguramente dirigida por europeos.

Un reciente documento del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) señala que “tras 16 años de iniciadas las negociaciones, la Ronda de Doha ha fracasado r eiteradamente en sus intentos de concluir y tiene pocas perspectivas de avanzaren el corto plazo … lo que significa también la crisis del multilateralismo” (…)

“Los países más sumergidos han quedado excluidos de este crecimiento desigual, siendo además notoriamente marginados de la agenda y negociaciones de la OMC”. O sea, nuestra región no espera sacar nada positivo de esta reunión en Buenos Aires, aunque Mauricio Macri y Michel Temer sí esperan que en ese marco se suscriba el acuerdo del Mercosur con la UE.

Las experiencias de acuerdos de libre comercio (TLCs) de países de América Latina con economías centrales evidencian no sólo la profundización de inequidades entre economías con grados de desarrollo muy distintos, sino también la desintegración de sus aparatos productivos y el deterioro de la balanzas de pagos, llevando a la quiebra de pequeñas producciones, e impidiendo de hecho armonizar cambios tecnológicos y productivos con un desarrollo sustentable.

Esta negativa experiencia debería alertar sobre el peligro que se repita el mismo esquema en la negociación Mercosur-UE hoy en marcha, que se está llevando reservadamente y sin siquiera realizar estudios sobre sus posibles impactos económicos y sociales.

Vale la pena recordar, señalan los académicos, que tras el rechazo del ALCA, las negociaciones con la UE quedaron estancadas por varios años a raíz de objeciones similares a las que se hicieran oportunamente a la iniciativa estadounidense.

No solo es llamativo que el tema Mercosur-Unión Europea no está en el foco de atención ni en la Cumbre oficial ni en la agenda  y movilizaciones paralelas de los movimientos sociales los mismos días, sino  que no  se lo relaciona con la crisis de la OMC que justamente ha llevado, al fracasar el multilateralismo, a la proliferación de TLCs como el que se apura a concretar inmediatamente.

¿No será que estamos equivocados molestando con las negociaciones entre Mercosur y la Unión Europea, más perniciosas que las del ALCA según los propios eurodiputados? ¿No  será que los TLC son buenos para  los pueblos tal como podría inferirse de las declaraciones de los gobiernos neoliberales y el silencio de las fundaciones y ONGs con financiamiento externo, y nosotros estamos dispersando fuerzas unitarias de la Semana de Acción Global contra la OMC? ¿No será una versión “progre” del verso de “insertarnos en el mundo” de Mauricio Macri y Michel Temer?

Es lógico que desconfiemos. La experiencia histórica demuestra que, recurrentemente,  cuando las agendas y decisiones no han sido las nuestras, no hemos sido los beneficiarios, sino –dolorosamente- apenas las víctimas. Pero una cosa es ser asesinado y otra partícipe-suicida de una muerte anunciada, lejos de los intereses de nuestros pueblos.



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Aram Aharonian

Aram Aharonian es Magister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.


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