TLC al carajo

Por fin, Trump ya es el presidente de la nación más poderosa del mundo. Y, lo que son las cosas, inicia su mandato con el mayor repudio popular conocido por la historia. La frialdad del acto inaugural y la torridez de las protestas multitudinarias del siguiente día muestran, de manera insólita, que el troglodita puede ser un gigante pero con pies de barro. Ilegítima su elección por un colegio electoral cuyo veredicto hizo caso omiso de la votación individual, la que otorgó una mayoría de más de dos millones de votos a su contrincante demócrata; inaudita, su expresa actitud misógina y xenófoba; de antonomasia, su ignorancia del manejo de la cosa pública tanto interna como externa; acusado de una relación contra natura con Vladimir Putin, el mayor oponente de su país en el juego geopolítico; calificado de troglodita, y muchas otras cosas más; todo ello sumado en el brutal encabronamiento de una parte importante de la población estadounidense y también de la mundial; con el stablishment en contra y la mano de los Clinton moviendo la cuna de las manifestaciones, de por sí gigantescas, incluida la muy oscura mano de la CIA (que no sabe de lealtades) hace que el panorama para Trump no sea precisamente halagüeño. Lo único que le ayuda es que allá no tienen a la "embajada" que sufrimos el resto de los países del mundo.

Supuestamente cuenta con que su partido, el republicano, domina en las cámaras, pero entre sus cualidades no está la de comer fuego y no van a arriesgar su reelección por ser leales a un déspota desprestigiado. Tampoco dispone del bono de confianza de los primeros días: la gente ya se lo negó contundentemente. Es pues un presidente débil, muy débil, aunque exprese un vigor superlativo (a lo mejor tampoco entiende que no entiende).

La cosa va en serio. La clase media blanca es la clientela de Trump, en lo tocante a la pérdida sufrida en sus niveles de bienestar, pero esa misma clase media se suma a las protestas de mujeres profundamente ofendidas por lo dicho y por lo amenazado por Trump, como es la vuelta a la penalización del aborto; pequeños empresarios cuyo funcionamiento guarda una dependencia importante de la mano de obra migrante, con o sin documentos. Pero a todo esto se agrega el descontento de los verdaderamente poderosos: el gran capital globalizador; los grandes medios de comunicación y, además, la clase política corrupta que domina Washington. Más temprano que tarde se producirá el impeachment o el tiro fácil, que para esto los gringos se pintan solos, más si la CIA es parte del sector ofendido.

Peña Nieto se entrevistará con él el próximo 31 de enero; será el encuentro de dos débiles, uno creyéndose fuerte y el otro sabedor de su gran debilidad pero engañado con la fortaleza del otro. ¡Qué triste combinación! Acompaña a Peña Nieto el canciller, Luis Videgaray, el que le tendió la alfombra a Trump (y la trampa a Peña) para ser recibido en Los Pinos siendo apenas candidato; su prioridad (para Videgaray, claro) es la de amarrar su candidatura para ser el próximo gerente. ¿Algún iluso podría suponer que va para defender los intereses de México? El otro acompañante es un tal Guajardo, ilustre desconocido que dice ser secretario de Economía; su misión es mantener el TLC al costo de lo que sea. Lleva un bidet portátil por aquello de mantener limpio el trasero para lo que el patrón mande. No es posible abrigar esperanza alguna de defensa de México, aunque en el discurso del pasado lunes se hayan postulado lineamientos de supuesta soberanía y firmeza en el diálogo y la negociación. Suponiendo (sin conceder) que así fuera, a la contraparte no le interesa dialogar ni negociar; simplemente es su voluntad la que impera.

Es obvio que debe intentarse el diálogo, pero desde una posición de fuerza, por lo menos estratégica, ya que no se cuenta con la popular. La fórmula es no aceptar la negociación del TLC, de manera que unilateralmente Trump se retire, en cuyo caso tendrá que pagar compensaciones; además es lo que realmente conviene a México, sin las importaciones gringas habrá mano de obra para los desplazados de la automotriz, mientras que con la recuperación del campo habría empleo para los migrantes rechazados.

Vale recordar la Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005, en la que, con excepción de México y Colombia, América Latina se unió para rechazar el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) promovido por Bush, consignado en la frase de Hugo Chávez: el ALCA… al carajo. Así nos toca ahora decir: el TLC… al carajo, aprovechando la cerrazón de Trump.

Correo electrónico: gerdez777@gmail.com



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Gerardo Fernández Casanova


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