Colombia entre escombros

¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a Marte

y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?.

José Saramago.

Colombia es un país al que amo con rabia. Así como lo aman muchos colombianos que encontraron en el mío, Venezuela, una segunda patria. Un nuevo comienzo. Amo a Colombia con la misma angustia que la aman los cientos de miles de sus ciudadanos que han tenido que emigrar a otras tierras huyendo de una guerra fratricida y sin sentido, donde dos bandos ponen las armas y el fuego y el pueblo es quien pone los muertos. Amo a esa Colombia con la misma impotencia que la aman las incontables víctimas que nos dejó en el camino, el tristemente célebre Pablo Escobar y quienes como él, se dedicaron ayer y se dedican hoy día, al criminal negocio del narcotráfico. Con el mismo amor que la familia siente por su ser querido que está secuestrado, amo a esa República hermana, cuya bandera se parece a la mía, que habla español como yo y que para decir amigo en vez de pana dice parcero. Amo a Colombia como sus niños aman al fútbol y que aspiran que nunca más en la historia de sus campeonatos, se repita que unos mafiosos asesinen a uno de sus jugadores sólo por equivocarse al defender a su oncena y haber hecho un autogol desafortunado. Amo a Colombia con la disposición al perdón, pero negado a olvidar los crímenes de guerra de la guerrilla, de los paramilitares y de Jorge 40, quien jugando a ser el Diablo dispuso en una de sus fincas varios hornos crematorios, creyendo que haciendo cenizas los cuerpos de sus martirizados, iba a lograr también silenciar para siempre sus voces. Amo a Colombia con las lágrimas que le roban a mis ojos, la tristeza de los niños pobres que del campo, se fueron a Bogotá, a Cali y a Cartagena a deambular por las calles buscando un trozo de pan. Amo a Colombia con la alegría de Jaime Garzón, a quien la violencia nos arrebató y que nos recuerda que las injusticias que tanto allá como aquí se suceden, son para morirse no de risa, sino de vergüenza. Amo a Colombia como la amó el Gabo, pero impulsado en la idea, que algún día esa tierra no nos siga enterando de realidades tan duras y nos llene de magia. Amo a Colombia de veras y no con la hipocresía de los medios empeñados en vendernos que ese país es solamente, Shakira casada con Piqué, Juanes con sus Gramys y Sofía Vergara con su Modern Family, pero que ante una tragedia como las de La Macarena en el Meta o de La Escombrera en Medellín, las dos más grandes fosas comunes de este Continente, prefiere hacer mutis entre las luces y las lentejuelas de un show que según los dueños de las televisoras, periódicos, emisoras y disqueras debe continuar. Amo a Colombia con la más testaruda de todas las incertidumbres: la esperanza. Con la esperanza que abrigaron en sus corazones las familias que siempre tuvieron la certeza de encontrar en alguna parte los restos mortales de sus familiares asesinados y enterrados entre escombros, que es la misma esperanza que ahora renovada, debe impulsarnos a que haya paz sí, pero también justicia para castigar de manera ejemplar a los responsables de este abominable crimen contra la humanidad.

rubenvillafa@hotmail.es

 



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Rubén Villafañe


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