El lado humano de la nieve

Pronosticada para empezar ayer por la noche y seguir hoy todo el día, la segunda tormenta invernal ya llegó a Chicago, con ella los vientos y las temperaturas gélidas. Cinco veces ha pasado la maquinaria limpiando las calles, imposible no escuchar las enormes palas raspando el pavimento, difícil conciliar el sueño aunque uno termina acostumbrándose al sonido y lo toma como parte de la temporada.

La nieve tiene magia, encanto, espanto cuando las temperaturas son polares, y también tiene el lado humano que por indocumentado es invisible.

Un lado humano explotado y silenciado. Hemos visto por televisión las coberturas especiales donde reporteros provistos de buen abrigo salen a las calles a cerciorarse de las condiciones climáticas y de los estragos. Se entrevista entonces a dueños de tiendas, de restaurantes, a personas de la tercera edad que observan desde las ventanas de sus casas. Los comerciantes comentan que ha bajado la venta, que la tormenta ha obligado a las personas a recluirse en sus hogares. Entrevistan a alcaldes y concejales. Directores de escuelas y universidades. Jamás a un indigente. Tampoco que entrevisten a uno solo de los miles de indocumentados que con pala en mano limpian la nieve en calles, edificios habitacionales y oficinas, estos pobres diablos que reciben limosnas como pago y que se parten la espalda levantando libras de hielo en su pala.

¿A quién le interesa lo que piense de una tormenta invernal un saco de músculos que no piensa y no siente, que para lo único que sirve es para limpiar la nieve? La nieve pasa de la hermosura al estorbo, a la imposibilidad de transitar y es necesario el trabajo de hormiga de los indocumentados para limpiarla. Digo que es exclusivo de los indocumentados porque nadie que tenga seguro social va ir a partirse la espalda a deshoras para que le paguen una limosna.

Se les ve por todos lados durante y después de una nevada. Ellos no tienen el abrigo necesario para este tipo de inclemencia, ni abrigo ni calzado. Van con su playera y una chumpa cualquiera de verano, un par de zapatos y un pantalón de lona. Con pala en mano y el hambre en las tripas y la responsabilidad de las remesas en sus pulmones y en las ampollas de sus manos. No se pueden dar el lujo de invertir en ropa de invierno porque es tan poco lo que logran ajustar que la prioridad es la remesa. La mayoría no tiene calefacción en sus apartamentos, eso frío gélido del invierno estadounidense se les mete en la médula de los huesos.

Todos los vemos, es imposible no percatarse de este ejército de trabajadores, pero son invisibles al sistema, a la sociedad y a la sensibilidad. Son como robots que realizan los movimientos al unísono, sin levantar la cara, con la pala por delante, recogiendo el hielo y lanzándolo a un lado de la banqueta, limpiando el camino, las gradas, buscándose la vida, aguantando el dolor. Enfrentando el frío que les quema la piel, el cansancio, el sueño, la imposibilidad, el irrespeto del patrón que les grita, los insulta y los discrimina por su indocumentación. Qué los explota a morir.

Van a pie de edificio en edificio y así caminan kilómetros, con la mirada puesta en el suelo y con la pala en la mano a paso ligero, a marcha sincronizada, con el tiempo en contra, con la angustia de sacar dinero para la renta, la calefacción, la comida y las remesas. No, no cualquiera aguanta un trabajo de esos. La mayoría en verano son albañiles, jardineros, recolectores de fruta y verdura en los campos de cultivo, son jornaleros.

Los contratistas reciben su pago nieve o no nieve, pero ellos solo les pagan a los trabajadores cuando nieva. Así es pues que pasan rezándoles a sus santos y vírgenes para que el invierno sea época de nevadas constantes, de otra forma no hay trabajo y los desvive la angustia de las remesas.

Las remesas llegan puntuales a sus países de origen con la responsabilidad de ser quienes proveen en el hogar. Aquí se les va la vida, les cae el peso de los años, la angustia de la deportación es constante. Aquí reciben el maltrato y la explotación. De esto no les contaron cuando iban a emigrar, les dijeron que Estados Unidos era el país donde los sueños se hacen realidad. El despertar es terrorífico y frustrante.

Tan aterrador como el silencio de la opresión. Tan espantoso como una tormenta invernal con frente polar. El lado humano de la nieve a nadie importa porque es indocumentado. A nadie. A ellos no se les hará reportajes especiales en los diarios de sus países de origen, donde se les citará como los emigrantes triunfadores. Ellos son la realidad cruel de la migración indocumentada, ésa de la que se benefician los azadones.

Quién pudiera entender en su país de origen el significado real de una remesa.

Qué la jornada les sea corta.

Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.

Febrero 01 de 2015.

Estados Unidos.



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Ilka Oliva Corado

Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora-Arizona.
Es autora de doce libros: Historia de una indocumentada. Travesía en el desierto de Sonora-Arizona; Post Frontera; Poemario de luz de faro; En la melodía de un fonema; Niña de arrabal; Destierro; Nostalgia; Agosto; Ocre y desarraigo; Relatos; Crónicas de una inquilina y Transgredidas, publicados en Ilka Editorial.
Una nube pasajera que bajó a su ladera la bautizó como “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo”.
Sitio web: https://cronicasdeunainquilina.com/

 cronicasdeunainquilina@gmail.com      @ilkaolivacorado

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