Tienen en común el virus capitalista y el complejo de clases. Hace poco leí en ésta página un artículo de un camarada que se quejaba por el desaforado aumento del 50% a la arepa “socialista” en un puesto en Caracas, que pasó de 5bs. fuertes a 7.5 bs. débiles. Si le hacemos un estudio medianamente profundo de costos a la fulana arepa, vemos que no resiste el menor análisis para justificar ese aumento desmedido. ¿Y por qué ocurre algo así en una cuestión tan aparentemente sencilla y de alto consumo popular? ¿Quiénes son la mayoría de consumidores de ese apreciado alimento bicentenario? Naturalmente que la clase pobre y la media baja, los burgueses y oligarcas van a los restaurantes ya conocidos, con algunas excepciones que se dejan colar en esos establecimientos callejeros de alto consumo. Esos areperos pseudosocialistas son mas falsos que un billete de 30 bs. La marea capitalista se los llevó al fondo del pantano.
El capitalismo lo convierte TODO en mercancía, hasta el alma de los ingenuos que dan dinero al cura o al pastor de la iglesia respectiva para creer que tendrán un lugarcito en ESO que llaman cielo. El capitalismo impulsa el consumismo para satisfacer vanidades y placeres netamente sensuales, es decir, propios de la carne: Andar mejor vestidos que los demás, lucir costosas, joyas, lujosos automóviles, espléndidas casas o apartamentos, visitar sitios privilegiados a la clase alta donde comen, beben, bailan y se drogan algunos. ¿Por qué una persona pobre puede odiar a otro semejante de su clase social? Porque es una reacción psicológica subyacente de rechazo a todo lo que se parezca a la pobreza que él desdeña y cuando lo ve en un compatriota siente el consabido asco de lo que no quiere ser. Por eso es que se puede entender que miles de venezolanos de clase pobre y media baja no acepten el gobierno que plantea nuestro presidente, un hombre comprometido con los desposeídos y marginados de siempre. Está en el principio eléctrico que dice: Polos del mismo signo se repelen. Y eso ocurre cuando no hay conciencia social, conciencia política, conciencia socialista, comunitaria y de solidaridad. Eso es todo.
Cuando leemos la entrevista que el recién electo presidente José Mujica dio en Bolivia, no podemos menos que sentir pena ajena, desconcierto, decepción, lástima, si se quiere. Ese señor se arrepiente de su pasado rebelde, ahora apuesta por una gestión mixta que al final no será ni chicha ni limonada, vanas ilusiones que el viento se llevará al limbo. El virus capitalista se lo de
El señor Lula Da Silva es más triste aún. Un dirigente sindicalista que con su verbo incendiario y lleno de esperanzas para el gigante pueblo brasileño marginado, se desvaneció, se desplomó. Y para poner la guinda de la torta permite que los gringos hagan un pacto militar de “colaboración” y meter sus narices hediondas y manos manchadas de sangre en el país vecino. ¿Es que acaso ese Lula no se ha enterado de los miles de crímenes que esos genocidas del norte están cometiendo en los cinco continentes? ¿Será que tendremos que recordárselo? La conciencia socialista de ese señor se fue por el caño. El virus capitalista lo consumió, se lo tragó y la historia lo recordará como el presidente de izquierda que traicionó a millones de coterráneos.
El lobby capitalista es tan fuerte que rompe cadenas ideológicas, principios morales, escrúpulos de toda índole y destruye los anhelos de libertad que la mayoría de la población alberga en su corazón. Si no poseemos una fuerte conciencia socialista como, por ejemplo, la del Che Guevara, no iremos hacia adelante y la patria que soñó Bolívar quedará en eso, en un sueño, nada más. Y todo esto lo podemos ver clarito en la forma de vida de diputados, alcaldes, gobernadores, ministros y altos funcionarios que sólo viven para la opulencia, para el chanchullo, el negocio, la oportunidad de volverse ricos y al final se vuelven tan pero tan pobres que sólo les queda eso: El dinero.
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