Es urgente educar para la paz y la cultura de paz (I)

"Se hará la estepa un vergel, y el vergel será considerado como selva. Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua"

Isaías 32:15-17

I. Paz

El problema de la paz es tan complejo como difícil. La paz no es cósmica sino antropológica: pertenece a la dinámica de la conciencia humana. La paz constituye una idea cuya realización es ciertamente deseable por el hombre. Sin embargo, por sí misma no ofrece un horizonte concreto susceptible de nutrir la práctica efectiva: no señala ningún instrumento capaz de ayudarnos a salir del estado de violencia sin arruinar de cierta manera lo específico de cada libertad. Aunque tal liberación sea deseada por todos, tiene que encontrarse con la realidad de la vida y la historia concreta, y también con el derecho de cada persona. Es claro que un estado de paz puede ser muy ambiguo. Puede encubrir, por ejemplo, muchas injusticias secretas, y entonces se tratará de una paz mantenida apenas mediante una violencia discreta -lo que ocurre las más de las veces- o de un terror explicito con el que es necesario transigir. Ahora bien, si no hay una idea practicable de la paz, conforme a su idealidad, ¿no se podría pensar que la violencia forma todavía parte de su realidad? Hannah Arendt, atenta al problema del mal que se "banaliza", tiene no obstante una idea bastante optimista de la violencia: la violencia podría ser "útil" para la paz. En efecto, la violencia acabaría siendo sólo un instrumento normalmente utilizado por una estructura jerárquica con miras a asegurar una convivencia universal tranquila. Por eso, en ciertas circunstancias, la violencia se hace legítima, aunque con cierta medida.

"La violencia (…) se distingue por su carácter instrumental. En términos fenomenológicos, se aproxima más al poderío, ya que los implementos de la violencia, como las demás herramientas, se diseñan y emplean a fin de multiplicar la fuerza natural hasta llegar a sustituirla en la etapa final de su desarrollo.( Hannah Arendt)"

Expliquemos este texto. Al definir el término violencia, Arendt lo distingue de otros términos que aparecen al mismo juego lingüístico. En éste se expresan diferentes elementos que, en conjunto, constituyen el sentido de una sociedad y de su jerarquía. 1. El poder "corresponde a la capacidad humana no sólo de actuar sino de actuar en concierto" –no hay aquí una violencia que se podría llamar maligna en el sentido de Erich Fromm, sino solamente un juego de fuerzas en el que actúan, juntos y de buen grado, en paz los unos con los otros.

2. El poderío "se refiere (…) inequívocamente a algo único, a una entidad individual; es la propiedad inherente a un objeto o persona". Aquí se puede encontrar de nuevo una forma benigna de violencia, en cuanto que el poderío actúa sobre los demás desde fuera, desde arriba, con coerción. Sin embargo, cuando el poder, comprendido en su sentido estricto, llega a pertenecer exclusivamente a un grupo restringido y dominante, a una oligarquía, por ejemplo, los rasgos específicos del poder pueden desaparecer del conjunto social real y ser apropiados por el poderío. Así, una violencia maligna comenzará a hacerse sentir.

3. La fuerza es una "energía desatada por movimientos físicos y sociales". Este término sería casi sinónimo de "violencia", pero sin su especificación instrumental o intencional. La fuerza puede ser tanto benigna como maligna.

4. En fin, la autoridad viene del "reconocimiento indiscutido por parte de aquéllos a quienes se les exige obediencia". Aquí no se puede encontrar violencia alguna; sería por el contrario, un signo de ausencia de una verdadera autoridad; el autor propone el ejemplo de un padre que abofetea a su hijo; por eso mismo, pierde su autoridad.

Si entendemos bien la propuesta de Arendt, la violencia tiene un sentido preciso, instrumental, sólo en el caso del poderío, es decir, en el contexto de una voluntad que anima un poder individualizado para realizar sus propios proyectos, eventualmente contra otros proyectos de estructuras sociales y políticas subordinadas. Pero el poder, en cuanto fuente de acción, es siempre de alguien particular. Una democracia perfecta, sin alguna exclusión, que presentaría el ideal del poder definido por Arendt,, nunca ha existido, ni siquiera en Atenas. Cada poder tiene concretamente un rasgo de violencia, esperamos benigna, pero con el riesgo de que sea ocultamente maligna. La "fuerza constituye" un elemento muy genérico que evidentemente a cada tipo de acción; pero ésta, con miras a llevar a cabo un proyecto –"natural" o humano- por medio de su presión, actúa siempre contra otra.

La fuerza no es sólo un instrumento; es más una condición genérica para cada acción. Eventualmente puede volverse violencia, y además violencia maligna, cuando, en las situaciones humanas, se impone al más débil en contra de su voluntad. La autoridad descrita por Arendt no proviene en realidad de la entidad que tiene sino de quien la reconoce; el padre que abofetea a su hijo pierde su autoridad a los ojos del hijo, y la relación familiar se funda sólo en el miedo; la violencia no entra en el contexto de la autoridad. Entonces se puede pensar que el poderío simboliza la verdadera fuente de las acciones violentas en la historia, y que su violencia, escondida en el "poder" y la "fuerza", estará a favor de la voluntad de emprender proyectos privados, aunque con la apariencia de "buenos para todos". El problema de la violencia es entonces del poderío. Ahora bien, el poderío constituye una estructura básica de la vida humana concreta. No es necesario insistir sobre el punto. En conclusión, la paz puede situarse en el horizonte de muchos santos deseos; pero, en concreto, en la historia real, muchos instrumentos han sido juzgados posibles y necesarios para la realización de la paz. Por eso, la violencia se extiende por todas partes.

La paz concebida idealmente no constituye entonces un objetivo puro y sencillo para una vida humana realizable. En cuanto a la justicia, pensada como correctivo e la violencia, estará siempre presente en el horizonte de la vida humana, pues si bien no se puede pensar que la violencia llegue a ser suprimida, limitarla sí tiene que ser posible (erradicarla definitivamente no, pues su origen se encuentra, precisamente, en la libertad de los individuos). La justicia, entonces, no sólo tiene necesidad de la fuerza (de la "fuerza pública", por ejemplo), sino también de la violencia (de las fuerzas armadas, la cárcel, etcétera). Paul Ricoeur, en un artículo de 1957, escrito durante la guerra colonial de Argelia, subraya que la violencia pertenece al obrar de la justicia, aunque "la violencia del magistrado tiene su medida en una ética de los medios". Cierto, la violencia de la justicia no tiene un fin en sí misma, sino en otra realidad, y es medida por esta finalidad razonable que le sirve de limite. Pero no se puede practicar, con la esperanza de alcanzar su finalidad sin constricciones, sin violencia. En una situación de guerra, por ejemplo se vive el drama de las conciencias divididas entre una ética de la caridad y una ética de la coacción. ¿El individuo tiene que obedecer a un Estado que lo obliga a matar? ¿Un Estado puede exigir la obediencia en situaciones comparables? Podría, pensaba Ricoeur. La ética del Estado llega a ser, en estas circunstancias, una "ética de abandono"; y lo es para que el Estado y el magistrado pueden seguir existiendo, lo que es un bien mayor. He aquí una ética del menor mal posible, pero siempre queda un mal.

Entonces, en el horizonte de una vida que busca salir de la violencia, no se puede pensar que la paz o la justicia garanticen por sí mismas el final de la violencia. Por otro lado, la justicia tampoco representa por sí misma un término final. Sin embargo, la paz instituye un valor que parece ser absoluto; por eso está más allá de la justicia, porque instaura un bien trascendental, más fundador que la justicia. La paz, en efecto, no se busca para cumplir la justicia, pero en cambio la justicia si se busca para hacer la paz. La justicia parece ser un instrumento para la paz, pero una paz protegida por la fuerza y la violencia del magistrado, por la justicia instrumental. Una paz sin ilusión, que se cuida de todas las amenazas que puedan llegarle. La justicia constituye una condición para la paz, su instrumento privilegiado, y no su adelantamiento.

Sin embargo, la paz, que, que no es una condición de la justicia, puede favorecer una justicia más justa, menos sumida en los debates políticos, por ejemplo. Teóricamente, la paz vale más que la justicia, por sí misma, aunque nunca será realizable sin el ejercicio apropiado de los instrumentos de la justicia.

La paz autentica no es un dato óntico, verificable, sino un valor escatológico ,el "posible" más esplendoroso y exigente. Es necesario proponer ahora una definición de la paz. No será una definición formal, como si la paz pudiera construir una esencia racional pura. Es más una vida deseada, un horizonte para la práctica cotidiana del hombre, sin la ilusión de concebirla sin tensiones inmanentes, sin amenazas internas. San Agustín propone con inteligencia una descripción de un ideal trascendental más que la determinación de una situación histórica realizada. Esta descripción puede servir de modelo o de paradigma para la reflexión:

"La paz del cuerpo es la ordenada disposición y templanza de las partes. La paz del alma irracional, la ordenada quietud de sus apetitos. La paz del alma racional, la ordenada conformidad y concordia de la parte intelectual y activa. La paz del cuerpo y del alma, la vida melódica y la salud del viviente. La paz del hombre mortal y de Dios inmortal, la consiguiente obediencia en la fe, bajo la ley eterna. La paz de los hombres, la ordenada concordia. La paz de la casa, la conforme uniformidad que tiene mandar y obedecer los que viven juntos. La paz de la ciudad, la ordenada concordia que tienen los ciudadanos y vecinos en ordenar y obedecer. La paz de la ciudad celestial es la ordenadísima y conformísima sociedad establecida para gozar de Dios, y unir a otros en Dios. La paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden y el orden no es otra cosa que una disposición de cosas iguales y desiguales que da cada una su propio lugar"(San Agustín :La Ciudad de Dios)

»No existe un único concepto de paz. Paz es una palabra polisémica: tiene muchos significados. También es pluralista: tiene muchas interpretaciones doctrinalmente incompatibles .Mi noción de paz puede no coincidir con la de otros. La paz no es una ideología. Paz no es sinónimo de pacifismo. El camino a la paz no es fácil. La paz es revolucionaria, perturbadora, provocadora, exige la supresión de la injusticia, del egoísmo, de la codicia. Por eso la imposición de nuestro concepto de paz no puede llevar a la paz. Sin verdad, justicia y solidaridad no puede haber paz verdadera. Los caminos que conducen a la paz son tres: el diálogo, la justicia y la libertad. Conseguir la paz consiste en trabajar por la verdad y la justicia.

II. CULTURA DE PAZ

Es generalizada la idea de que la agresividad, la violencia y la guerra están tan arraigadas en las relaciones humanas que parece que no tiene remedio. Esta idea tiene consecuencias muy negativas para la construcción de una Cultura para la Paz. En primer lugar justifica la violencia y hace opaca la responsabilidad moral que tenemos los seres humanos para actuar de otra forma. En segundo lugar anula la necesidad de una educación para la paz, pues si la violencia no tiene remedio ¿para qué perder tiempo educando para la paz? La educación es herramienta fundamental para promover cambios de conducta y fortalecimiento de valores en la sociedad. La escuela no es la única que moldea el comportamiento, pero si la que debe proponerse el condicionamiento y la incorporación social del estudiante con un mínimo de actitudes, conocimientos y valores que favorezcan la sociedad democrática propuesta, al menos formalmente. Uno de los elementos principales en la construcción de la cultura es la educación. Por ello desde el interés por la construcción de una Cultura para la Paz debe tomar papel protagonista el nivel educativo. Es vital hoy un docente con "cultura de paz". Un hombre o una mujer que encaucen sus energías en la búsqueda constante de la armonía, de la construcción de una sociedad que requiere incesantemente la concordia. No es posible que sigamos con las manos cruzadas ante la violencia intrafamiliar o callejera o política o escolar. Es intolerable seguir contemplando con los brazos cruzados lo que se ve en los medios de comunicación: niños con armas, adolescentes golpeándose, jóvenes pateando a policías o policías a jóvenes o jóvenes disparando a otros en una escuela o en una universidad…Y aunque el problema no es sencillo, el educador debe tener herramientas y conceptos preliminares con los cuales poder comenzar a sensibilizar a sus alumnos. La escuela o la universidad a veces se tornan conflictivas en extremo. Por lo tanto, es una cualidad indispensable en el docente el poder sensibilizar a otros en torno a ese valor fundamental. Intentaremos aquí en un breve espacio, ofrecer algunos principios orientadores. La "cultura de paz" ha sido definida por la UNESCO como "la que está basada en los valores universales de respeto a la vida, la libertad, la justicia, la solidaridad, la tolerancia y la igualdad entre hombres y mujeres, y debe buscar la participación de todos los individuos y los grupos en la vida y la cultura de la sociedad a la que pertenecen " Y que además ha sido vista siempre como una utopía, en el sentido de ser percibida como un paradigma difícil de alcanzar. Sin embargo, se asume que no es imposible, porque "es un proceso continuamente inacabado. Irá de lo simple a lo complejo, de lo común a lo diferente. De la práctica extraerá los elementos para precisar aún más lo conceptual". Así, inspirados en esta realidad de continua construcción, de continuos aportes, de propuestas pequeñas y sencillas que sean capaces de alimentar a las grandes propuestas, pensamos que un docente con cultura de paz debe asumir la enseñanza de por lo menos cuatro, entre muchos otros, valores o disposiciones habituales y estables. Éstos son el diálogo, entendimiento, tolerancia y perdón.

PARA SABER MÁS

https://www.aporrea.org/actualidad/a246171.html



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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