Simón Rodríguez o Samuel Robinson el profeta venezolano

Un 28 de octubre de 1769 nace en la señorial Caracas del siglo XVIII, Simón Rodríguez, año en el que también vienen al mundo Napoleón Bonaparte y el naturista alemán Alejandro de Humboldt; estamos en pleno auge del Siglo de las Luces, época denominada así por los llamados filósofos de la Ilustración considerando que era el momento donde florecían las “luces de la razón”, siempre “con el manifiesto objetivo de espantar las tinieblas que asolaban a la humanidad”.

Conmemoramos el natalicio de Don Simón Rodríguez, caraqueño universal que supo recorrer el mundo dejando sus enseñanzas como filósofo, maestro, revolucionario socialista y visionario con un particular don profético que la colonial y ultraconservadora sociedad caraqueña de fines del siglo XVIII no supo, ni quiso entender, pues con apenas 25 años de edad ya mostraba sus proyectos pedagógicos pensando tal vez en la futura República que debía liberarse del mandato realista español.

Frescas estaban entonces las noticias y los postulados de justicia y libertad que llegaban de la Revolución Francesa, ese acontecimiento político y social que movió la conciencia de los independentistas venezolanos y que sirvió de bujía para que el visionario Rodríguez participara en las primeras conspiraciones contra la monarquía española en suelo venezolano. Pero su destino estaba signado para otros puertos: Simón Rodríguez abandona Caracas sin haber cumplido los 30 años de existencia, hecho que de no ser así hubiera terminado ahorcado como sus compañeros de faena revolucionaria, hablamos de Manuel Gual y José María España a quienes el régimen colonialista condenó a muerte.

La leyenda de Samuel Robinson

Con la intempestiva salida del país hacia Jamaica y Estados Unidos comienza la leyenda de Samuel Robinson, un heterónimo que toma el caraqueño para encarnar un aventurero que es llevado hacia un naufragio tal como Robinson Crusoe, personaje de ficción de la homónima novela publicada y creada en 1719 por Daniel Defoe para simbolizar el hombre que vence las dificultades gracias a ese don que ofrece la razón, los conocimientos técnicos y la cultura.

El Sócrates de América, (como lo llamó Simón Bolívar) era un hombre de libros. Su heterónimo lo toma precisamente de ese particular encuentro con la lectura y en particular con la literatura. El historiador chileno Miguel Luis Amunátegui (1828-1888) señala que “Rodríguez era lector del filósofo francés Jean-Jacques Rousseau, de quien lee un tratado pedagógico llamado Emilio o de la educación. En ese tratado Rousseau sugiere que Robinson Crusoe es un excelente libro para niños ya que les enseña a aprender haciendo las cosas como Crusoe, por lo cual no es de extrañar que Bolívar dijera que su maestro enseñaba divirtiendo”, escribe Amunátegui.

La educadora y escritora argentina Ana Montero, investigadora del tema Simón Rodríguez, sostiene que el maestro escribió alrededor de dieciséis libros que nadie quiso imprimir. “Él guardaba sus escritos en un cajón de madera, ese era su equipaje que arrastraba por todos lados. Pero ese cajón lo acompañó hasta su muerte, tal es así que estando en un pueblito del Perú (Amotape), cuando ya agonizaba, él preguntaba por su cajón. A nadie le importaba su obra y lo enterraron con esta caja. Aunque muchas se salvaron”.
Simón Rodríguez tuvo un largo peregrinaje por muchos países: salió de Venezuela a los 28 años y no regresó jamás; partió para Jamaica y se residenció en Estados Unidos donde aprendió inglés. Luego cruza el Atlántico para establecerse en Europa donde trabajó en una imprenta, en una cristalería, en una carpintería y en una sastrería bastándole para mantenerse. Vivió en Francia, Inglaterra e Italia, lugar donde un día escucha los tumultos de coronación de Napoleón Bonaparte como Rey de Italia. También vivió en Alemania, Polonia y Rusia; en 1823 llega a Londres donde se encuentra con Andrés Bello, emprendiendo ese mismo año el retorno a la patria grande americana.

El profeta caraqueño entra por la costa colombiana. Luego se encuentra con el Mariscal Sucre y con el proyecto de la Gran Colombia, allí don Simón Rodríguez desempolva su vieja propuesta pedagógica y funda escuelas en Ecuador, Perú y Bolivia recordándole al mismo Simón Bolívar cuáles son los motivos del retorno en una carta fechada el 1 de julio de 1825: "Amigo: Yo no he venido a la América porque nací en ella, sino porque tratan sus habitantes ahora de una cosa que me agrada, y me agrada porque es buena, porque el lugar es propio para la conferencia y para los ensayos, y porque es usted quien ha suscitado y sostenido la idea”.

Sin embargo, la propuesta pedagógica choca con el viejo obstáculo colonial; la institución educativa de las nuevas repúblicas liberadas también se resiste a abrir la escuela a los pobres: indios, negros, niñas y niños recogidos. En Cochabamba (Bolivia), el maestro se queja de una orden firmada por Antonio José de Sucre para clausurar el recinto donde albergaba una cantidad importante de niños: "Los clérigos y los abogados viejos se apoderaron de Sucre, le hicieron echar a la calle más de dos mil niños que yo tenía matriculados y cerca de mil recogidos."

Producto de la negativa gubernamental de cerrar la escuela, el Sócrates caraqueño carga con el fardo de las deudas y las nuevas vicisitudes que terminan agobiando su situación económica, pero no su voluntad para redactar y pensar. En 1828 escribe desde Perú Sociedades Americanas reflejando en ella la famosa frase que vemos pintada en muchas paredes de suramérica: O inventamos o erramos y que erróneamente leemos sin la o inicial como: Inventamos o erramos; idea donde Rodríguez pone de manifiesto el hecho de que las nuevas repúblicas no deben fundarse sobre la madera gastada de las viejas instituciones europeas, porque de esa manera se traspasaban los fracasos sociales y políticos de aquellos en las nuevas repúblicas.

No se trata pues de insistir en el error, contrario a la correcta visión que otorga razonar para el bien común. Se trataba de inaugurar nuevas situaciones políticas en el ropaje del nuevo hombre latinoamericano, de allí el reto robinsoniano: “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América española es original. Originales han de ser sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otros. O inventamos o erramos”.


fremarlu67@gmail.com

@fredone3


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