La lealtad a una clase

Si la lealtad del proletariado a una elite desplaza la lealtad común entonces se perjudica la revolución, ya que el valor social que se busca ejecutar en el proceso no es una única condición para concebir una democracia. Esa lealtad daña la confianza en la continuidad del cambio.

La lealtad trasciende a las clases porque la revolución presupone un vigoroso cambio y porfiada acción contra el continuismo de las estructuras públicas y sistemas políticos establecidos. La existencia de la lealtad a una elite no garantiza la democracia porque se puede convertir en un instrumento político para la lealtad personal.

Situar al campesino y al obrero a un nivel económico de simple sobrevivencia por tener áreas de acción restringidas, no tiene la suficiente repercusión revolucionaria nacional y no despierta ecos de cambio profundo por el antagonismo silencioso, además, porque el ejercito juega en la política desplazando las rivalidad solo a la oposición y a sus partidos políticos. Nuestra revolución tiene un sello militar manifiesto aun con objetivos ideológicos socialistas en los que estamos también comprometidos la mitad de la población.

Cuando las técnicas políticas, económicas y sociales, no son científicas todo el peso de la transición cae sobre el pueblo y sobre los militares, así la revolución es un factor neutro en lo que respecta a la autoridad y a la ley, es parte de la cultura política que la revolución no ha cambiado por la falta de integración nacional, por las nociones cívicas bolivarianas del bien y del mal, por las actitudes de los grupos innovadores, las presiones del imperialismo, por la escasa convicción socialista y por la falta de un partido innovador y revolucionario.

La lealtad persigue que abrasemos el socialismo antes de saber como lo construiremos. Los pueblos latinos siempre hemos buscado una alternativa al capitalismo, por la dignidad de la mujer y del hombre entre otras tantas manifestaciones, si bien las condiciones socio-económicas de la mayor parte de países latinos no son las mejores para construir el socialismo. Pocas son las naciones que pueden superar las enraizadas condiciones económicas que se oponen a un modelo social y que condicionan la actitud de los gobiernos a los militares.

Así hayamos mejorado, operar por mucho tiempo con inflación, especulación, inseguridad, burocratismo y violencia altos, produce anarquía social, eso no es libertad y ese volumen de anarquía no debe sobrestimarse porque es un patrón que se ajusta a la violencia, al desorden civil cotidiano en la población sosteniendo un proceso inestable e impredecible en donde convertimos a los militares en árbitros.

Puede que estos peyorativos estén equivocados porque inestable no es impredecible, y porque, una de las cosas mas difíciles de predecir es la inestabilidad, además porque, algunos tipos de disturbios revolucionarios no indican inestabilidad, si en el modo de tratar de reemplazar al poder publico conservando la misma estructura. Es una herejía afirmar que eso es revolución cuando los tramites y el funcionamiento de los servicios, excepto en la salud y en la educación, funcionan como siempre sucedió.

Este funcionamiento a medias de los servicios públicos ofrece barricadas al proceso en todos los niveles. Históricamente los militares actúan en conjunto con sus propios grupos o con aquellos a los que ambicionan pertenecer, por consiguiente no hay un divorcio pleno entre los militares y las clases sociales de “más peso”, y con frecuencia, al contrario, la identificación de los militares en política con las oligarquías es muy estrecha conservando el subdesarrollo político-cultural, es decir, siempre esta en el ambiente el empleo de la fuerza de las armas que no puede rechazarse.

Modelos revolucionarios en Sudamérica, son modelos de interacción civil-militar que cambian de acuerdo con la naturaleza de la sociedad que se busca y con el grado de desarrollo de su sistema de valores políticos. Militares de derecha e izquierda siempre habrá y siempre buscaran el derrocamiento del otro, pero, no pueden ser orientadores habituales de la política revolucionaria ya que se supone están subordinados al poder civil.

Eso de que los militares son constitucionalistas y defensores de la democracia es una estrategia en boga y depurada para justificar su permanente intervención irrespetando el mandato ciudadano, lo que pasa actualmente en la región, es que los militares no tienen fuerza política, entre otras cosas eso se demostró en Honduras y en Ecuador, ante la rápida acción de UNASUR.

Pero, todavía flota por ahí eso de que ningún gobierno se puede mantener, por lo menos, con el consentimiento de los militares. De tal forma que, eso de la lealtad a una elite gobiernista en vez de la lealtad a una ideología o de la lealtad militar al gobierno, son un gran obstáculo para el ejercicio práctico de la transición pacifica al socialismo.




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Raúl Crespo


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