Educación productiva

En Venezuela, necesitamos con urgencia una educación que siembre el valor del trabajo, de las cosas bien hechas, de la responsabilidad, de la productividad, de la puntualidad. El pensar que, por ser país petrolero, somos ricos y que, en consecuencia, tenemos derecho a disfrutar de la renta sin necesidad de producir y de esforzarse, ha contribuido a profundizar nuestra pobreza. Venezuela es un país potencialmente muy rico, lleno de recursos y posibilidades. Pero sólo a través del trabajo asumido creativa y responsablemente, y mediante unas políticas vigorosas que promuevan la productividad, la eficiencia, la calidad y combatan la corrupción, el clientelismo, el amiguismo y la mentalidad limosnera, mesiánica y populista, convertiremos esas posibilidades en realidades, haremos de Venezuela un país próspero donde todos podamos vivir con dignidad.

El actual sistema educativo, raíz y fruto de una sociedad rentista y subsidiada, debe dar paso a una educación en y para el trabajo, germen de una sociedad de productores. La educación debe ser entendida y asumida como un medio para capacitar humana, política y laboralmente a la población, de modo que generemos los bienes y servicios de calidad necesarios para que todos podamos vivir dignamente. Esto debe llevarnos a asumir más creativamente la necesaria integración entre teoría y práctica, trabajo intelectual y trabajo manual, capacitación y formación, saber y saber hacer, unión entre empresas y escuelas. Las escuelas deben producir y las empresas deben enseñar. Se trata, en definitiva, de promover una cultura que asuma el trabajo –tanto manual como intelectual-y la necesidad de actualizarse y formarse permanentemente, como valores esenciales, como medios imprescindibles para lograr la propia realización y posibilitar una economía vigorosa que posibilite a todos el cumplimiento de sus derechos esenciales.

El problema es mucho más complejo y difícil que poner talleres en las escuelas, dotarlas de computadoras o repotenciar la educación técnica. El reto fundamental consiste en que la educación asuma en serio el trabajo y la producción. No como una materia o como un área, sino como un valor y como contexto que impregna toda la vida escolar que, en la actualidad, más que productora, es reproductora. En el sistema educativo se enseña a repetir, a copiar, pero no a inventar, a producir, a crear. Cambiar esta mentalidad va a suponer, entre otras cosas, que los centros educativos se conviertan en lugares donde se trabaja en serio, con puntualidad y disciplina, y se considera una tragedia cualquier pérdida de tiempo. El tiempo se pierde no sólo cuando no hay clases o cuando se asiste a la escuela unos pocos ratos, sino que también se pierde con los alumnos en el aula, cuando las actividades se limitan a copiar del pizarrón, llenar guías, o memorizar contenidos irrelevantes.

Asumir el trabajo como valor supone optar por una pedagogía activa, centrada en el hacer significativo del alumno y no en la palabra del docente, del libro o la computadora.. El alumno aprende haciendo, construyendo, resolviendo, recreando, manipulando, preguntando, investigando. Sólo si los centros educativos se van convirtiendo en verdaderos talleres donde se trabaja en serio, organizada y cooperativamente, donde los aprendizajes tienen utilidad y no sirven meramente para pasar exámenes y ascender de un curso a otro, el alumno amará el trabajo y se hará trabajador. El trabajo, lejos de ser fuente de fastidio y aburrimiento, si es un trabajo que tiene sentido y responde a las necesidades e intereses del alumno, se convierte en una actividad gozosa y medio de crecimiento personal y comunitario. Debemos pasar del aprendizaje de la cultura a la cultura del aprendizaje y dotar a los alumnos de las competencias esenciales (lectoescritura, comunicación, cálculo, pensamiento) y las actitudes y valores fundamentales (curiosidad, responsabilidad, creatividad, emprendimiento, cooperación, orden, disciplina, honradez) necesarias para seguir aprendiendo siempre, y para participar de un modo no marginal en el mundo del trabajo. Se trata de ir desterrando la escuela enciclopédica y caletrera, por una escuela que se propone responder a la construcción de la nueva cultura que requieren los cambios científicos y tecnológicos. Escuela que enseñe a desaprender, a aprender, a comprender y emprender. En este sentido, dada la velocidad de los cambios tecnológicos, parece evidente que, más que formar para ocupaciones específicas que se modifican día a día, hay que privilegiar una formación general polivalente, orientada a desarrollar habilidades comunicativas, de procesamiento de conflictos en las relaciones humanas, de adaptación al cambio, analíticas y de solución de problemas.



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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