Dolarización irracional y perversa

Hace unos días, un grupo de niñas de cuatro o cinco años, estaban jugando al supermercado con una caja registradora de juguete, y me sorprendió que los precios de todos los productos que vendían eran en dólares. Me integré al juego y le dije a la niña que manejaba la registradora: "Señora yo quiero comprar un pollo, pero no tengo dólares, sólo tengo bolívares. ¿Me lo puede vender?". La niña pareció desconcertada, como si no entendiera, y al rato me dijo: "No, no puedo, los bolívares no valen. Tiene que pagarme en dólares". Niños al fin, otra pequeña, posiblemente al verme preocupado, se apresuró a decir. "No se preocupe señor, yo tengo muchos dólares y le puedo regalar". ¿Están conscientes los que nos gobiernan del daño que estamos haciendo a nuestros niños que piensan así de nuestra moneda y en consecuencia del país?

Hace unos días, llamé a un técnico en refrigeración para preguntarle si podría venir a revisar un aire acondicionado que no enfriaba. El técnico me dijo que sí, pero se apresuró a aclararme que el cobro mínimo por venir era de treinta dólares y que él sólo aceptaba dólares, pues no trabajaba con bolívares. Le dije que eso era ilegal pues la moneda oficial de Venezuela seguía siendo el bolívar y que a mí me pagaban en bolívares, y que incluso lo que pensaba cobrarme por un rato era lo que yo ganaba en quince días, pero él insistió en que eso era lo que consideraba justo por su trabajo y que él no tenía la culpa de que a mí me pagaran tan mal, y que si no le pagaba en dólares, no vendría pues no iba a recibir una moneda que enseguida perdía su valor.

Vivo en un conjunto residencial popular de Sierra Maestra, al Sur de Maracaibo, que tiene 24 apartamentos. Una señora viene tres veces a la semana a limpiar los pasillos, tarea que realiza en unas tres horas o menos. Cada apartamento le paga tres dólares al mes, o sea que en menos de un cuarto de tiempo, viene a ganar 72 dólares, unos 1.296 bolívares a la tasa oficial cuando escribo esto, es decir, unos diez salarios mínimos, y aproximadamente lo que yo gano en un mes como profesor con doctorado, maestrías y 75 libros publicados. ¿Es esto justo? ¿No resulta un verdadero absurdo? Cuando se lo cuento a mis amigos de otros países, no me creen.

Si bien en la calle todos los precios están dolarizados, se mantienen en bolívares las pensiones y el salario mínimo, y los sueldos de los empleados públicos. ¿Será que les da pena reconocer ante el mundo que el salario mínimo y la pensión equivalen hoy a unos siete dólares al mes, con los que no se puede comprar ni un pollo, expresión de miseria extremísima, pues a nivel mundial se considera que el que gana menos de un dólar al día vive una situación de indigencia? Y todos los que dependemos del Estado, como somos los educadores, recibimos nuestros sueldos en bolívares que la nueva e incontenible inflación los ha convertido en una miseria, pues en unos diez meses, hemos perdido el 70 por ciento del valor.

¿Cómo pueden repetir que Venezuela se ha arreglado ante esta realidad, con un sistema sanitario destruido, una educación colapsada, unos precios de numerosos alimentos como el pollo, los huevos, el queso y las verduras y frutas mucho más caros que en Europa o Estados Unidos, con una red de carreteras y calles en el interior del país que parecen salidas de un bombardeo, y la zozobra de no saber cuándo volverán los apagones, si llegará el agua por las tuberías y cuándo podremos echar gasolina dolarizada sin angustias ni colas?



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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