A raíz de la difícil situación económica que afecta a la sociedad venezolana en esta época, miles de ciudadanos de dicha nación están en un proceso migratorio muy protuberante con grandes impactos en los países de la región, especialmente en Colombia.
Por supuesto, no se trata de algo excepcional, pues a nivel mundial se dan en la actual coyuntura grandes movimientos migratorios en el Norte de África hacia Europa, en Centro América hacia los Estados Unidos y en el Medio oriente.
El flujo venezolano es consecuencia del desbarajuste económico de dicha nación promovido por los Estados Unidos y el gobierno de Colombia empeñados en inducir, mediante el sabotaje financiero, un cambio de gobierno favorable a los postulados del libre mercado y el neoliberalismo en la República bolivariana.
Colombia no ha sido ajena en su historia reciente a problemas migratorios y de desplazamiento forzado.
En los años 80 y 90 millones de colombianos viajaron a Venezuela y allí el Estado y sus gobiernos los acogieron en relativas buenas condiciones, especialmente desde el acceso de Hugo Chávez al poder en 1999. Los 8 millones de desplazados por la violencia paramilitar uribista que los despojo de casi 10 millones de hectáreas huyeron hacia territorio venezolano por los departamentos fronterizos. Una verdadera tragedia humana que poco fue analizada por los medios de comunicación hegemónicos colombianos.
Todo eso fue silenciado y encubierto por Caracol, RCN y los grandes medios periodísticos.
Colombia tiene una deuda con Venezuela y sus ciudadanos migrantes lo que demanda una respuesta institucional más organizada para atender los problemas de las mujeres, los jóvenes y los niños que corren por los puentes fronterizos de Cucuta, Maicao y Arauca.
En las actuales condiciones es un absurdo fomentar, por parte del gobierno del Presidente Duque, estrategias de intervención en la vecina república apoyándose en argumentos bastante cuestionables desde el punto de vista de la diplomacia y la soberanía de los Estados.
Lo recomendable, como lo ha sugerido Londoño Paredes, es propiciar espacios de diálogo y respeto por el otro, en este caso con el gobierno del Presidente Nicolás Maduro.
Apoyar golpistas, asociarse en planes de desestabilización y amenazar desde los medios a las autoridades venezolanas es, como dice Gómez Buendía, jugar con candela.
Para los funcionarios de la Casa de Nariño y para sus cargos diplomáticos es mucho mejor hacer una lectura objetiva de las nuevas realidades geopolíticas que presenta el mundo y hacer a un lado lecturas cargadas de prejuicios ideológicos y odios políticos en el tratamiento de la descomunal migración de venezolanos hacia nuestro territorio que bien puede llegar antes de que finalice el año a las 3 millones de personas.